CAPÍTULO 24

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CUARTA VISITA DENTRO DE LAS PRÓXIMAS VEINTICUATRO HORAS

El cristianismo posee una historia extensa y profunda detrás de su nacimiento.

Los romanos fueron paganos, y sus dioses, hermosos de rostro y figura, eran crueles, traicioneros e hipócritas. Júpiter, Juno, Venus y más, mintieron, mataron, se vengaron y cometieron adulterio. Estos dioses crueles exigían sacrificios y sumisión completa.

Fue entonces que apareció el Mesías. Un hombre que enseñó la bondad y la misericordia, el amor y la humanidad. Así nació la religión cristiana, en la cual, esclavos y mendigos buscaron consuelo para sí mismos.

Al inicio, los pocos cristianos predicaban en secreto las enseñanzas de Cristo, por temor a que los paganos los crucificaran como a Jesús. Estos individuos fervorosos, que los idólatras de los dioses romanos entregaron a las fieras, mataron de hambre y apedrearon, siempre fueron firmes con su fe.

Los apóstoles Pedro y Pablo fueron los primeros en propagar la doctrina cristiana en Italia. Y, aunque fueron martirizados en Roma, su cristianismo generalizado quedó permanentemente entrelazado en la capital de Italia.

En el año 313, el Emperador Constantino el Grande emitió el Edicto de Milán que puso fin a la persecución de los cristianos, y, ese mismo año, el cristianismo se convirtió en una práctica religiosa legal. Después, en el año 380 d.C., se convirtió en la religión del Estado.

En 1054 se dividió la iglesia cristiana en católica y ortodoxa.

Durante los siglos siguientes, las parroquias ortodoxas que existían en el sur de Italia se unieron a la iglesia católica romana.

El catolicismo fue considerado la religión estatal de Italia hasta 1976, cuando se proclamó su sistema laico y su completa independencia de la iglesia católica. Sin embargo, en la actualidad, su papel en la vida del país seguía siendo enorme.

Italia alberga el centro del catolicismo, la ciudad-estado de la ciudad del Vaticano, y hay alrededor de 45,000 iglesias y monasterios activos. Solo en la capital de Italia se encuentran más de 900 catedrales, basílicas y templos.

Por lo tanto, aunque el catolicismo no es actualmente la religión estatal, tiene muchos adeptos en el país. Los propios italianos son en su mayoría positivos sobre esta posición de la iglesia.

La iglesia católica propone a Jesucristo como el camino que nos conduce a la verdad y a la vida, y ha de hacerse desde la fe en él.

Jesucristo es el hijo de Dios Padre.

Dios Padre es un ser supremo, omnipotente, omnipresente y omnisciente; creador, juez y protector. Un juez que nos califica a todos por igual y sin favoritismo. Conozcas o no su ley, si cometes pecados, serás juzgado. Un juicio que, dependiendo de tus faltas y aciertos, te hará acreedor del paraíso o te condenará al infierno.

Para el protector de Jean Franco era más fácil no creer, así se ahorraba el veredicto final. Prefería pensar que no existía un alma y que no habrá nada después de la muerte, ya que le parecía desgastante contar las faltas cometidas, e inútil medirlas para saber a cuál de los dos destinos iría a caer.

Honestamente, hubiese sido mejor para él el paganismo. No sabía exactamente qué tan terrible persona era. Sin embargo, en comparación a los actos crueles de estos dioses romanos, él hubiese sido una persona menos horrible, o quizá hasta inocente, después de todo el mal que hizo y seguiría haciendo.

Así que ahí estaba un hombre sin fe, observando a uno moribundo que se auto condenó al infierno desde muy temprana edad.

Benedetto no lograba entender cómo era que dos personas, tan diferentes en ideologías, pudieron llegar a congeniar como él y Franco lo hicieron. Tenían una alianza admirable. Se respetaban y, a cada uno de sus modos, se querían. Realmente se apreciaban. Entendía el hermetismo de Franco, pero también pudo darse cuenta que lo estimaba más que a la mayoría de las personas a su alrededor, con la excepción de Giulio, obviamente. Ese hombre se convirtió en la única y verdadera familia de Franco en el transcurso de todos esos años.

Aunado a eso, y aunque fuese algo lamentable para Vittoria, Benedetto deseó todo el tiempo un hijo como su protegido. Y no porque no amara a su hija, sino porque Franco había nacido, sin lugar a dudas, para la mafia. Poseía todas las cualidades requeridas para liderar un mundo así de turbio y peligroso. Lo amaba como si verdaderamente fuera parte de su familia. Y, también, al ser un hombre de negocios, un hijo como Franco le hubiera asegurado una generación más del emporio Di Santis, y le hubiese ayudado a engrandecer esa supremacía.

De cualquier manera, estaba satisfecho. Franco lo hacía sentir completamente orgulloso.

—Hola, hijo —dijo Benedetto, posicionándose al pie de la camilla donde agonizaba Jean Franco.

Por primera vez se alegró de tener glaucoma. Gracias a eso no logró apreciar nítidamente la triste apariencia de Franco.

Ojalá hubiera tenido también problemas auditivos. Que lúgubre le pareció escuchar aquellas máquinas y esa forma tan escalofriante de respirar, de sufrir...

—Te vi nacer, te vi crecer en una amorosa familia y también te vi perderla. Presencié cómo mi familia nunca fue suficiente para ti y la forma en que creaste tu propia institución e imperio. —Benedetto metió las manos a los bolsillos del pantalón y miró al techo. Aun con sus problemas visuales, le fue muy doloroso seguir viendo a un hombre tan imperioso como Franco en ese estado tan vulnerable—. Logré entender, eventualmente, que tu única razón para sobrevivir fue tu amada hermana. Qué agotador debe ser vivir así, cargando el insoportable peso de la culpa y el odio hacia ti mismo por todos estos años. Y ahora que por fin lograste tu propósito... —Se silenció. Regresó la vista a Franco y se quitó los lentes.

A esas alturas, los ojos se le habían enrojecido y humedecido. El nudo en la garganta le complicaba poder hablar con fluidez. Y no pudo ignorar el modo en que le dolía el corazón. No siempre se podía fingir que no se poseía uno.

—Ahora que por fin lograste tu propósito, creo que quieres descansar. Entonces hazlo, hijo. Ya sufriste demasiado —prosiguió Benedetto. Tragó con fuerza y se presionó los lagrimales, como si de ese modo retuviera el agua salada que creaba y se empecinaba en querer salir—. Podría pedirte que te quedaras, porque todavía necesito mi alianza contigo. —Dejó escapar una triste risa nasal—. Pero no lo haré. Supongo que ya tuviste suficiente de eso con los demás. Lo que quiero sugerirte, pensando que me escuchas, es que recuerdes que no debes dejar que el corazón doblegue tu mente. Eres El Demonio de Florencia. No dejes que alguien más se quede con tu infierno. Podrás descansar cuando seas el mismísimo Lucifer —terminó de decretar Benedetto, con total solemnidad. Se colocó los lentes de sol nuevamente en su sitio y abandonó la habitación de terapia intensiva.

Plutón, Hades, Satanás... Sin importar creencias, geografía o nombres, cualquier inframundo necesitaba a su gobernante.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora