SEGUNDA PARTE: CAPÍTULO 19

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SEGUNDA PARTE

NO SIEMPRE TENEMOS QUE ELEGIR ENTRE EL BIEN Y EL MAL. EN OCASIONES, LA OSCURIDAD NOS ELIGE A NOSOTROS.


Cuando fallecemos, ¿qué criterios y razonamientos son empleados para justificar nuestra condena? ¿Cuán virtuosos tenemos que ser para que se nos redima del mal que hicimos a lo largo de nuestra vida?

Francamente, nadie estaría libre del infierno si se midieran de manera ecuánime nuestras transgresiones, y el paraíso no es un lugar seguro tomando en cuenta que todos los pecados y virtudes coexisten en oposición. Como la luz y la oscuridad. Como el negro y el blanco. Como la vida y la muerte. Sin bien no hay mal. Sin desconsuelo no seríamos conducidos hacia el júbilo. Sin el averno, la gloria no sería tan deseada. Pero... ¿Qué es la gloria? ¿La posesión de todas las virtudes o la ausencia de la mayoría de los pecados?

Haciendo a un lado la hipocresía, y meditando en todas nuestras fallas cometidas, sabríamos que es incierta y subjetiva dicha gloria. Sin embargo, cohabita con el fuego eterno. Una dualidad inherente a la naturaleza humana, necesaria para mantener controladas las acciones del hombre con el propósito de evitar la autodestrucción.

Si bien, existen horribles faltas que nos condenan irreversiblemente, también hay otras que pueden ser superadas por actos nobles a fin de otorgarnos derecho a la redención. La cuestión es si el sacrificio sería lo idóneo para eximir todos los pecados existentes. Si Franco era merecedor del reino celestial, ¿pondría aún más en duda la veracidad del paraíso, al residir ahí? Una carta de declinación y su propia vida no parecían ser motivos suficientes para salvar su alma.

Para Giulio era completamente suficiente ese sacrificio. El único problema caía en que no podría ser parte en el juicio final de Franco, porque cargaba casi las mismas injurias que él.

De cualquier modo, eso no le impidió observar ese maldito escrito de renuncia, como si quisiera incinerarlo únicamente con verlo, y así decretar la salvación de su compañero. No dejó de leerlo desde que llegaron al hospital, después de que ingresaran a Jean Franco al quirófano en estado crítico.

Afortunadamente, consiguieron resucitarlo en la ambulancia, pero había perdido demasiada sangre y su cerebro no estuvo recibiendo oxigeno por varios minutos. Ese hecho consiguió que, aunque su corazón latió de nuevo gracias al aterrador desfibrilador que sacudió su cuerpo repetidas veces, siguiera debatiéndose entre la vida y la muerte.

Por esa razón, Giulio Marchetti se empecinaba en buscar una grieta que le quitara a Franco la penitencia eterna a la que él mismo se había condenado. Deseaba que su compañero, en el lamentable caso de que feneciera, encontrara paz después de vivir lleno de oscuridad y tristeza. Aunque, de preferencia, lo quería vivo.

Él, junto con Benedetto e Isis, llevaban aguardando noticias de Franco por poco más de tres horas en la sala de espera del hospital, los tres con un terrible aspecto.

Giulio, tras un altercado violento con el personal de seguridad, quedó con el labio inferior lesionado y el ojo derecho hinchado.

Como era de esperarse en un hospital, los médicos que recibieron a Franco no le permitieron a Giulio seguir más allá de la sala de espera, llevándolo a perder la cordura. Una enfermera intentó calmarlo, pero, al no conseguirlo, entre tres guardias tuvieron que someterlo a base de un poco de violencia (los guardias también recibieron su merecido, cabría aclarar). Fabio, como el buen compañero que era, prescindió de su camisa y se la dio a Giulio para que no se viera más indecente de lo que ya lucía. No obstante, la camisa no le cerró y su aspecto no mejoró.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora