Un segundo antes de que las manecillas del reloj marcaran la media noche, el sonido de una puerta al abrirse retumbó en la estancia lúgubre y solitaria que albergaba a un demonio sumergido en sus pensamientos.
Después de que la puerta se abriera totalmente, dos hombres en trajes negros ingresaron acompañados de una peculiar damisela en peligro. Dicha mujer de cabellos rojizos estaba amordazada con una cinta en la boca y tenía las manos sujetas por la espalda.
Franco esperó algunos segundos tras escuchar el singular lamento de su esposa intentando hablar a través de la cinta que le restringía la voz. Desde que supo que la volvería a ver, estuvo temeroso, pues no sabía con sinceridad qué clase de sensaciones experimentaría al verla.
Fabio y Claudio arrastraron a Vittoria hasta que se ubicaron en medio del gran salón sin mueblería, y lucharon un poco contra ella para que no se libera. Aunque, ciertamente, ella no podía ir a ningún lado. Así que sus intentos solo conseguían que sus opresores se burlaran en silencio de ella.
Ellos, junto con toda la dinastía Casiraghi, odiaron a Vittoria en el instante que se supo la verdad acerca de su traición. En sus venas corría corrosiva la sed de venganza, incapacitándolos de sentir cualquier especie de remordimiento. Para ellos ya no existía diferencia de género o de sangre en cuanto a Vittoria se tratase. Los enemigos eran solo eso, enemigos.
Cuando Franco se sintió preparado para enfrentar a la madre de su hijo y asesina de su mejor amigo, se giró con toda la galantería que lo caracterizaba. No había ni un atisbo de perturbación en sus facciones, y su traje negro impoluto solo lo acercaba más a parecerse al Dios del infierno.
De ese modo, por fin estuvo frente a frente con la causante de su última y engrandecida pena. Ya no la encontró hermosa, era un cruel monstruo ante él. Sus ojos esmeraldas ya no le parecieron unas piedras preciosas ni su cabello lo invitó a acariciarlo con suavidad. Las curvas de sus pechos y su cadera ya no lo seducían. El vestido rojo y ceñido de satín, y los zapatos negros de plataforma, ya no lo incitaban a deshacerse de ellos. Y fue afortunado al ya no experimentar esa sensación cálida en su pecho que sintió en el pasado en cada ocasión que la veía y lo miraba directo a los ojos. En su interior solo sintió un satisfactorio vacío. De haber sentido algún resquicio de afecto por ella, entonces hubiese estado traicionando a Giulio y eso lo hubiera hecho indigno de esa venganza.
—¿Qué tal, Tori? —dijo Franco llanamente, burlándose cruelmente de su esposa.
Los ojos de Vittoria, manchados de maquillaje, liberaron una serie de lágrimas mientras le sostenía a Franco la mirada. Pese a que seguía intentando débilmente liberarse, la sobrepasó ver a Franco dentro de esas circunstancias. Se entristeció al ya no encontrar nada noble en su mirar, pero el sentimiento que predominaba en sus opacas esmeraldas era miedo. Le gustase o no, no estaba exactamente frente a Jean o Franco. Su anfitrión era nada más y nada menos que el Demonio de Florencia.
A la vez que Vittoria volvía a adquirir fuerza para poder zafarse y huir de ahí, Franco caminó hacia ella sin apartar la mirada.
Todo el cuerpo de la pelirroja sufrió un potente escalofrío cuando Franco se ubicó a escasos centímetros de ella. Por consiguiente, Franco sonrió de puro deleite. Era como un perro que se satisfacía del olor a miedo que desprendían sus víctimas.
Entonces, contradiciendo a su semblante críptico, Franco le acarició la mejilla a Vittoria con el dorso de la mano siendo muy gentil y suave, y descendió sus caricas hacia su cuello.
La respiración de Vittoria se aceleró y un par de gotas le humedecieron el escote.
Entre tanto, Fabio y Claudio la soltaron y dieron un par de pasos en reversa sin dejar de prestarle atención, por si tenían que actuar frente a cualquier eventualidad.
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EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"
ActionDe niño soñaba con llevar una brillante y blanca armadura. La vida lo obligó a portar la más letal y oscura. ******* Jean Franco es un hombre naturalmente soberbio. Utiliza su prodigiosa mente, su encanto nat...