CAPÍTULO 49

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No es ningún secreto que Florencia es una de las ciudades italianas con más encanto. Muchos de sus visitantes deciden dejarse llevar por sus momentos, su gente y su historia. Si hay algo que define a esta ciudad es que, a su vez, alberga un gran número de leyendas.

Una de estas historias tiene una estrecha relación con una ventana del segundo piso del Palazzo Grifoni, ubicado frente a la popular Basílica de la Piazza Santissima Annunziata. Dicha ventana, tiene la singularidad de que siempre está abierta.

Esto tiene un motivo en específico, y está vinculado a una de las leyendas más arraigadas de la ciudad. Esta cuenta que Bianca Capello, una hermosa mujer, decidió mudarse a finales del siglo XVI al Palazzo Grifoni junto a su marido, el Gran Duque Fernando I.

Penosamente, la desgracia no tardó en aparecer en sus vidas solo unos meses después.

Todo comenzó cuando eligieron a su marido para luchar en la guerra. El Gran Duque, a lomos de su caballo, partió hacia la batalla. Bianca, por su parte, se despidió de él con un último gesto, desde una de las ventanas del citado palacio.

Mientras el Gran Duque se encontraba en el frente, su esposa se pasaba los días en esa ventana esperando que regresara. La adversidad ocasión que eso jamás ocurriera. Lo único que llegaron fueron malas noticias que, aseguraban, el Duque había perdido la vida en batalla.

Pese a todo, y con el paso de los años, la viuda miraba desde esa ventana a la gente que pasaba. Aunque era consciente de que era imposible, vivía con la ilusión de ver aparecer a su marido. Tal era su conexión con esa ventana, que Bianca murió en ese mismo lugar.

De ahí que, desde hace siglos, la ventana del Palazzo Grifoni permaneciera abierta para que el espíritu de la viuda pudiera continuar esperando el regreso de su amado esposo.

Franco recordó aquella leyenda al abrir la puerta de la habitación de su hermana. Descubrió a Isis sentada sobre el alfeizar, mirando hacia las afueras por la ventana abierta. Hades, Zeus y Ares le acompañaban.

El dóberman tenía el hocico recargado en una de sus piernas. El Golden estaba sobre su regazo, lamiéndole la mano para compartir su tristeza. Y el gato, tan holgazán como desde el día primero, dormía plácidamente a sus pies. El color ocaso destellaba en su linda cabellera rubia, coloreándole algunos mechones de un bonito tono cobrizo.

A Franco le dolió existir en esos momentos. Las palabras que Liandro le mencionó respecto a su hermana retumbaron en sus oídos, como si las estuviese pronunciando una vez más. Si esas revelaciones fueron ciertas, él nunca debió haber sobrevivido al incendio. Su supervivencia significó suplicio para Isis por años.

Aunque no debía permitirse sentir tal remordimiento, porque la tenía de regreso a su lado, no pudo evitarlo. Regresaría en el tiempo si pudiera, y le vendería el alma al diablo para cambiar sus destinos.

Procurando ocultar sus perturbaciones, abrió la puerta en su totalidad. Esperó que Isis advirtiera su presencia, pero ella ni siquiera se movió. Lucia demasiado concentrada en ver hacia la panorámica de la metrópoli mientras le acariciaba el lomo a Ares. Se veía muy probable que estuviera representando a la viuda.

Franco se quitó la corbata y se desajustó los primeros botones de la camisa. Estaba siendo asfixiante el dolor que le ocasionaba la imagen que le obsequiaba la luna al atardecer: lucía desconsolada.

Desde su ubicación, Franco podía ver como gotas muy pequeñas y ligeras corrían a través de sus pálidas mejillas. La cabeza la tenía ligeramente inclinada hacia la ventana y recargada en el muro de madera tapizado en color rosa pastel. Los peluches que debían ocupar la superficie del alfeizar estaban tirados en el suelo, luciendo casi igual de tristes y abandonados que su dueña.

EL DEMONIO DE FLORENCIA "ℰ𝓁 𝒽ℴ𝓂𝒷𝓇ℯ 𝒹ℯ𝓉𝓇𝒶́𝓈 𝒹ℯ 𝓁𝒶 𝓂𝒶𝒻𝒾𝒶"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora