Capítulo IV

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Narra Percy:

La buena noticia: el túnel de la izquierda era todo recto, sin ramificaciones, giros ni recodos. La mala: era un callejón sin salida. Después de correr unos cien metros, tropezamos con un bloque de piedra enorme que nos cerraba el paso. A nuestras espaldas, resonaba el eco de algo que avanzaba por el túnel arrastrándose y jadeando ruidosamente. Un ser que no era humano, desde luego, y que nos seguía.

- Tyson - Dije - ¿Podrías…?

- ¡Sí! - Golpeo la roca con el hombro tan brutalmente que el túnel entero tembló y empezó a caer polvo del techo.

- ¡Date prisa! - Pidió Grover - ¡No tires el techo abajo, pero date prisa!

La roca cedió por fin con un horrible crujido. Tyson la hizo girar un poco y entramos corriendo en un espacio más angosto.

- ¡Cerremos la entrada! - Gritó Annabeth.

Nos pusimos todos detrás de la roca y empujamos. La criatura que nos perseguía aulló de rabia cuando desplazamos el enorme bloque hasta colocarlo en su sitio, tapiando el túnel.

- Lo hemos atrapado - Dije.

- O nos hemos atrapado a nosotros - Noto Grover.

Voltee y nos encontrábamos en una cámara de cemento de dos metros cuadrados y la pared opuesta estaba cubierta de barrotes de hierro. Nos habíamos metido en una celda.

~•~

- ¿Qué demonios es esto? - Dijo Annabeth, tirando de los barrotes. No se movieron ni un milímetro.

A través de ellos, vimos una serie de celdas dispuestas en círculo alrededor de un patio oscuro: tres pisos de puertas con rejas y con pasarelas metálicas.

- Una cárcel - Respondí - Quizá Tyson pueda romper…

- ¡Cállate! - Susurró Grover - Escuchen.

Por encima de nosotros, se oía un eco de sollozos que resonaba por todo el edificio. Y se captaba otro sonido: una voz áspera que refunfuñaba, aunque no entendí qué decía. Las palabras eran chirriantes, como guijarros revueltos en un cubo.

- ¿Qué lengua es esa? - Susurré.

Tyson abrió los ojos como platos - ¡No puede ser!

- ¿Qué? - Pregunté.

Agarró dos barrotes y los dobló como si nada, dejando espacio suficiente incluso para un cíclope.

- ¡Espera! - Dijo Grover.

Tyson no le hizo caso y corrimos tras él. La prisión era muy oscura; sólo unos cuantos fluorescentes parpadeaban arriba.

- Conozco este sitio - Me dijo Annabeth - Es Alcatraz.

- ¿La isla que hay cerca de San Francisco? - Pregunté y ella asintió.

- Vinimos de excursión con el colegio. Es como un museo.

No parecía posible que hubiéramos emergido del laberinto y aparecido en el otro extremo del país, pero Annabeth se había pasado todo el año en San Francisco, vigilando el monte Tamalpais, al otro lado de la bahía. Tenía que saber lo que decía.

- ¡No se muevan! - Advirtió Grover.

Pero Tyson siguió adelante sin prestarle atención. Grover lo agarró del brazo y tiró de él.

- ¡Para, Tyson! - Susurró - ¿Es que no lo ves?

Miré hacia donde señalaba y me dio un vuelco el corazón. En la pasarela del segundo piso, al otro lado del patio, vislumbré al monstruo más horrible que había visto en mi vida.
Era una especie de centauro con cuerpo de mujer de cintura para arriba. Pero, por debajo, en lugar de ser como un caballo, era un dragón: una bestia de seis metros por lo menos, negra y cubierta de escamas, con unas garras imponentes y una cola erizada de púas. Parecía tener las piernas enmarañadas en una
enredadera, aunque enseguida advertí que eran serpientes, cientos de víboras que le brotaban de la piel en todas direcciones y que se agitaban buscando algo que morder.

A Blurred Story [Percy Jackson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora