Capítulo XI

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Narra Percy:

Por suerte, Blackjack estaba de servicio.
Solté mi silbido más convincente y en pocos minutos divisé en el cielo dos formas oscuras volando en círculos. Al principio parecían halcones, pero cuando bajaron un poco más distinguí las largas patas de los pegasos lanzadas al galope.

«Eh, jefe - Blackjack aterrizó con un trotecillo, seguido de su amigo Porkpie - ¡Los dioses del viento por poco nos mandan a Pensilvania! ¡Menos mal que he dicho que estaba con usted!»

- Gracias por venir - Le dije - Por cierto, ¿Por qué galopan los pegasos mientras estan volando?

Blackjack soltó un relincho «¿Y por qué los humanos balancean los brazos cuando caminan? No lo sé, jefe. Te sale sin pensarlo. ¿A dónde?»

- Debemos llegar cuanto antes al puente de Williamsburg.

Blackjack negó con la cabeza «¡Y que lo diga, jefe! Lo hemos sobrevolado al venir para aquí y no tenía buena pinta. ¡Suba!»


~•~


De camino hacia el puente se me fue formando un nudo en la boca del estómago. El Minotauro había sido uno de los primeros monstruos que había derrotado. Cuatro años atrás, había estado a punto de matar a mi madre en la colina Mestiza. Aún tenía pesadillas. Había confiado en que el Minotauro seguiría muerto unos cuantos siglos más, pero debería haber sabido que mi suerte no iba a durar tanto.

Divisamos la batalla antes de tenerla lo bastante cerca como para identificar a los guerreros. Era plena madrugada ya, pero el puente resplandecía de luz. Había coches incendiados y arcos de fuego surcando
el aire en ambas direcciones: las flechas incendiarias y las lanzas que arrojaban ambos bandos.

Cuando nos acercamos para hacer una pasada a poca altura, advertí que la cabaña de Apolo se batía en retirada y esto atrajo la atención de Issac, quién se encontraba cabalgando a Porkpie, él no es muy fan de los pegasos, pero cuando no hay muchas opciones no le molesta tanto tener que cabalgar a uno.

Los hijos de Apolo corrían a cubrirse detrás de los autos para disparar a sus anchas desde allí; lanzaban flechas explosivas y arrojaban abrojos de afiladas púas a la carretera; levantaban barricadas donde podían, arrastrando a los conductores dormidos fuera de sus coches para que no quedaran expuestos al peligro. Pero el enemigo seguía avanzando pese a todo.

Encabezaba la marcha una falange entera de dracaenae, con los escudos juntos y las puntas de las lanzas asomando en lo alto. De vez en cuando, alguna flecha se clavaba en un cuello o una pierna de reptil, o en la juntura de una armadura, y la desafortunada mujer serpiente se desintegraba, pero la mayor parte de los dardos de Apolo se estrellaban contra aquel muro de escudos sin causar ningún daño. Detrás, avanzaba un centenar de monstruos. Los perros del infierno se adelantaban a veces de un salto, rebasando su línea defensiva. La mayoría caían bajo las flechas, pero uno de ellos atrapó a un campista de Apolo y se lo llevó a rastras. No vi lo que sucedió con él después, prefería no saberlo.

- ¡Allí! - Gritó Issac.

En efecto, en medio de la legión invasora iba el Viejo Cabezón: el Minotauro en persona. La última vez que lo había visto no llevaba nada encima, salvo los calzoncillos. No sé por qué, quizá lo habían sacado de la cama para perseguirme. Esta vez, en cambio, sí venía preparado para la batalla. Parecía más alto que la otra vez. Ahora debía de medir tres metros al menos. Llevaba a la espalda un hacha de doble filo, pero era demasiado impaciente para molestarse en usarla. En cuanto me vio sobrevolar en círculos el puente soltó un bramido y alzó en sus brazos una limusina blanca.

- ¡Baja en picado! - Le grité a Blackjack.

«¿Qué? - Dijo el pegaso - Imposible, no va a... ¡Santo cielo!»

Debíamos de estar al menos a treinta metros de altura, pero la limusina venía hacia nosotros girando sobre sí misma como un boomerang de dos toneladas. Issac y Porkpie hicieron un brusco viraje a la izquierda para esquivarla, pero Blackjack cerró las alas y se dejó caer a plomo. La limusina pasó casi rozándome la cabeza y no me dio por unos cuantos centímetros; se coló entre los cables de suspensión del puente sin tocarlos y se desplomó hacia las aguas del río Este. Los demás monstruos soltaban gritos y abucheos, y el Minotauro tomó otro coche en sus manos.

- Déjanos detrás de las líneas de la cabaña de Apolo - Le ordené a Blackjack - No te alejes demasiado por si te necesito, pero ponte enseguida a cubierto.

«¡No pienso discutir, jefe!»

Descendió a toda velocidad y fue a posarse tras un autobús escolar volcado, donde había dos campistas apostados. Issac y yo bajamos de un salto en cuanto los pegasos tocaron el suelo con sus cascos. Luego Blackjack y Porkpie desaparecieron en el cielo oscuro.

Annabeth y Michael Yew corrieron a nuestro encuentro, este último tenía el brazo vendado y su cara de hurón tiznada, y apenas le quedaban flechas en el carcaj, pero sonreía como si lo estuviera pasando en grande.

- Me alegro de que hayan venido - Dijo Michael - ¿Y los demás refuerzos?

- Por ahora, somos nosotros los refuerzos - Contesté.

- Entonces estamos apañados - Dijo él.

A Blurred Story [Percy Jackson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora