Cap 8: Reacción Inesperada

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Hajun

Al día siguiente, cuando finalizaron las clases, me dirigí hasta el teatro del instituto. No debía olvidar el castigo que recibimos.

Cuando llegué al lugar, había varios estudiantes en distintas funciones. Algunos medían los telones, otros ensayaban con una especie de libreto delante.

—Hola, ¡Hajun! —Danya venía corriendo hacia mí con varias hojas impresas, en la mano. 

—Ah, hola. —Ambos nos saludamos.

—Viniste por el castigo, ¿verdad?

—Sí.

—Lo siento, aunque la verdad no tanto. Necesitábamos ayuda con lo del baile. No tenemos mucho tiempo y muy poco personal. Matt y tú serán los encargados de los carteles y murales. —Me extendió las hojas que traía en su mano —. Aquí está lo que deben poner en los dos primeros. Serán los de la entrada, deben poner empeño. Matt ya está por allá. —Señaló a lo lejos una pequeña oficina, fuera del teatro —. Es la oficina del entrenador, allí están todos los materiales que necesitan.

Resoplé, pero me dirigí hasta el lugar.

Una hora después, los murales estaban terminados, solo al mío le faltaba darle un poco de color en uno de los bordes.

—¿Ya terminaste? —le dije a Matt cuando me percaté de que se había puesto de pie y tomado su mochila.

—Sí, ya. Me voy a casa.

—Casi termino también —dije agachado en el suelo, ultimando detalles para que mi mural quedara mejor —. ¡Cuidado con esa lata de pintura! —Apunté la que se encontraba a mi lado.

De pronto, de un puntapié hizo caer esta y la pintura color verde se esparció por todo mi mural, arruinándolo por completo. Y de paso salpicó toda mi ropa.

—Creo que no —dijo desde su altura con tono burlón —. Parece que alguien irá un poco tarde a casa hoy.

Mis orejas se encendieron, agarré su hoodie por la parte inferior y tiré de él hasta hacerlo caer justo debajo de mí, sobre el desastre de pintura que él mismo había provocado.

Lo mantuve en esa posición y aprisioné sus manos, inmovilizándolo. El esfuerzo hacía saltar la pintura aún más y en pocos segundos de forcejeo ambos estábamos cubiertos casi por completo de ese líquido verde viscoso. Asqueroso.

Su mirada estaba llena de odio y de impotencia por no poder liberarse de mi agarre.

—¿Por qué no te ríes ahora? Ya no es tan gracioso, ¿verdad?

—Suéltame, idiota.

Me incliné aún más sobre él, de forma tal que prácticamente quedé acostado.

Me fijé que no tenía ninguna prenda debajo de su hoodie, o sea que su pecho quedó al descubierto.

La piel de su cuello era increíblemente blanca y sus clavículas eran delicadas y pronunciadas como las de los modelos. 

Sus labios fruncidos por el esfuerzo y sus mejillas coloreadas me hicieron sentir algo en el estómago. Quería morderlas y… ¡Dios!

En contra de lo que ameritaba la situación, sentí mi entrepierna despertar. Y el hecho de que al incorporarme pude ver que a él le había sucedido lo mismo, tampoco fue de mucha ayuda.

Me retiré completamente de encima al notar esa incómoda reacción de ambos, echándome hacia atrás y cayendo sentado lejos de él.

Él hizo lo mismo. Sin mirarnos, colocamos las manos alrededor de nuestras rodillas, en silencio.

—Fue una reacción normal del cuerpo ante un estímulo de ese tipo —explicó él en un intento por disminuir la tensión —.  No hay que darle muchas vueltas.

—Lo sé. No fue nada.

Luego de varios minutos —que parecieron horas —me coloqué de pie para comenzar a limpiarme. Si el entrenador veía en lo que se había convertido su amado despacho nos mataría sin dudar.

Levanté la mirada y vi a Matt de pie observando un punto fijo, giró su rostro y con la barbilla señaló a la puerta: el entrenador estaba ahí, de pie, mirándonos con la boca abierta.

Adiós, mamá —fue lo único que pude pensar.

                                  (…)

—Entonces —dijo caminando a nuestro alrededor con las manos detrás —, le propongo a la directora una solución para evitar presiones, que trabajen en equipo y dejen esa estúpida rivalidad de una vez y no solo destrozan mi despacho, se pelean una vez más y encima ni siquiera hicieron lo que le ordenó la directora.

—Pero, entrenador, fue un accidente —trató de explicar Matt hasta que la mirada intensa del entrenador lo recorrió desde abajo hasta arriba.

—No juegues con mi inteligencia. Pero saben algo, no voy a armar un drama de todo esto. Limpien bien esto. —Ambos nos dispusimos a recoger el desastre y limpiar el suelo —. Antes quiero que me busquen café y donas.

Matt y yo nos miramos confundidos, cuestionando la petición.

—¿A la cafetería del frente? ¿Sólo eso? Un café y donas —dije emocionado —.  Bien, en cuanto nos cambiemos vamos.

Cuando ambos intentamos salir de ahí para cumplir con su capricho lo más pronto posible, un sonido ronco nos hizo detenernos.

—Creo que no han entendido, quiero un café y donas, pero de las de la cafetería Gina's … y por supuesto, no están autorizados a cambiarse de ropa.

Mi mandíbula cayó casi al suelo. La cafetería Gina's era muy popular por ser el punto de reunión de pijos de la escuela privada que quedaba a unas cuadras de la nuestra.

A esta hora había un cien por ciento de posibilidades de que estuviese lleno de ellos, por lo tanto, ir hasta allí, con nuestras pintas y en medio de toda esa multitud sería un suicidio social.

Y este maldito lo sabía. Probablemente hasta los filmarían y lo subirían a las redes. 

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