Capítulo 8

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Rebecca no tenía idea de lo que había pasado, solo recordaba haber abierto los ojos y encontrar a Heidy abrazada a ella. En ese momento, no prestó atención a que lo único que podía mirar era el techo y lo que su vista periférica alcanzaba a ver. Entonces su novia la miró; por su gesto, se dio cuenta de que se emocionó, luego le dijo algo que le extrañó y volvió a abrazarla. Como siempre que la veía, un cúmulo de emociones recorrió su ser, sin embargo, el intenso dolor de cabeza que tenía las apaciguó. Creyó haberle hablado, pero no fue así; de pronto todo se volvió confuso cuando Heidy comenzó a desesperarse por algún motivo que no entendía, porque ella le hablaba y parecía no oírla. Tras unos instantes, se fue y la dejó sola, gritando, pidiendo ayuda. En seguida vio acercarse a un médico y a algunas enfermeras. ¿Estaba en un hospital? ¿Por qué?

Rebecca no entendía nada, por lo que se obligó a serenarse, y lo logró cuando la sacaron de la sala donde se encontraba y la subieron a un ascensor. Alcanzó a ver a Heidy desaparecer cuando las puertas se cerraron. Sosegó sus pensamientos e intentó entender lo que sucedía; empezó por lo último que recordaba antes de despertar allí. Sus recuerdos eran claros, después del trabajo fue con Heidy por unas cervezas con algunos compañeros; luego regresaron a su apartamento y se fueron a dormir. Trató de concentrarse, pero lo único que le llegaba a la mente era ese último recuerdo con su novia. ¿Qué sucedió? Estaba segura de que no fue un accidente, a menos que hubiese sufrido un golpe fuerte en la cabeza y lo olvidara todo. Se detuvo a considerarlo, tal vez por eso le dolía tanto, parecía que le iba a estallar.

Las puertas del ascensor se abrieron y salieron a un pasillo; según lo que escuchó, le iban a hacer una Resonancia Magnética. Ella sabía lo que era; en definitiva, algo le sucedió. Sintió alivio, si encontraban lo que estaba mal en su cabeza, tal vez podrían arreglarlo y volvería a hablar, a moverse. Por favor, hagan esto rápido, pidió.

La mareaba ver el techo mientras la trasladaban a la Sala de Resonancia. Creo que voy a vomitar. Eso le preocupó, si no podía moverse, el vómito la ahogaría, así que se concentró en apaciguar el malestar. Para su suerte, al menos le quedaba algo de control mental sobre su organismo. Al pensar en ello, le surgió una idea. Tal vez, si ponía toda su energía en hallar una manera de comunicarse, podría parpadear o mover un dedo. Con esa idea en mente, se concentró todo lo que pudo, dirigiendo sus energías a sus ojos. Trataría de parpadear. Los segundos transcurrieron, por más que lo intentó, no lo logró. Era incapaz de ordenarles parpadear, moverlos. Su frustración alcanzó el máximo nivel; en su interior sollozó. Los ojos le ardían; sin embargo, no llegó a sentir la humedad de las lágrimas. Ni siquiera era capaz de llorar. ¡¿Qué me pasa?!, exclamó. ¡Dios mío, ayúdame!, pidió sollozando.

Encerrada en su mente y cuerpo, Rebecca se sintió abatida, desesperada. Deseó poder cerrar los ojos, pero ni eso. Solo era testigo de lo que sucedía a su alrededor. La habían ingresado a una sala bien iluminada, luego la trasladaron a una superficie fría; en su campo visual veía una especie de túnel. Era el resonador magnético. Esperaba que los médicos hallaran lo que la puso en ese estado de inercia, de ausencia.

Los minutos transcurrieron lentos para Rebecca. Le hicieron la Resonancia Magnética, luego una Tomografía; cada vez que terminaban con un estudio la dejaban en una sala, sola, con personas pasando a su alrededor. Se sentía tan vulnerable, expuesta, indefensa. El tiempo pareció hacerse infinito. Ella no supo cuánto después, finalmente, volvieron a moverla; entraron al ascensor y lo sintió descender. Vio el techo y le pareció que entraron a la sala donde despertó. Un par de enfermeros la trasladaron de vuelta a la cama y una sanitaria se encargó de conectarla a la máquina de signos vitales, y a la vía endovenosa. Se extrañó cuando los hombres se retiraron y apareció otra enfermera que corrió la cortina hasta que quedaron encerradas en el pequeño espacio.

Suaves toques del alma (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora