Capítulo 29

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Freen salió de la habitación de Rebecca obligada porque los médicos que llevaban el caso tenían evaluaciones y pruebas que hacer, y ella solo estorbaría. Por un largo rato se quedó en el pasillo, mientras las enfermeras entraban y salían; Rosales era la única que no se asomaba porque no quería apartarse de la pelirroja. Se recostó de la pared de enfrente. En su pecho bullía una mezcla de emociones, estaba contenta porque hubiera despertado y también le angustiaba la zozobra que vio en sus ojos. De seguro quería decir tantas cosas o saberlas.

Sonrió al recordar cuando le preguntó si sabía quién era y Rebecca parpadeó rápido. Fue un sí. Su sonrisa se amplió; fue una sonrisa de esas que provoca una linda e intensa emoción. Se llevó las manos a la cabeza y se peinó los cabellos.

—Despertó —susurró sin dejar de sonreír.

Martínez salió de la habitación y advirtió su gesto; la miró, frunció el entrecejo y después arqueó una ceja.

—¿Es por lo que creo? Freen asintió.

—Despertó, Martínez. ¿Puedes creerlo?

—Nadie lo cree. ¿Vas a quedarte allí? —inquirió refiriéndose a que se hallaba recostada de la pared.

Ahora fue la fisioterapeuta la que frunció el entrecejo.

—Yo... Sí... —dudó—. No.

—Aquí tardarán un poco. Deberías almorzar, adelantar la hora con tus otros pacientes, ya que no estarás con Rebecca. Así quedarás libre, ¿no?

Freen se separó de la pared y se acomodó el bolso que llevaba en el hombro.

—Tienes razón.

Acompañó a Martínez al puesto de enfermeras y luego siguió hacia el comedor. Era la primera vez en cinco años que almorzaría sola. Se sentó en una mesa y sacó del bolso su comida. De pronto se encontró sonriendo, pero era que no podía evitarlo. Recordar los ojos de Rebecca siguiéndola, la hacía sonreír. Su mirada ahora era distinta, tenía vida y, aunque reflejaba cierta zozobra, también halló en sus ojos algo de ternura. En todo ese tiempo, en muchas noches, pensaba en la pelirroja que yacía en la cama del Centro donde trabajaba; imaginaba cómo era su vida, su personalidad. A simple vista, y a pesar de su cambio físico, Rebecca parecía una persona dulce, alegre, capaz de darle color a todo. Y ahora, esa ternura que vio en sus ojos le daba la razón.

Era increíble que hubiera despertado después de cinco años. Comió perdida en los recuerdos de las muchas veces que almorzó con ella, escuchando su rock, hablándole de su vida, de tantas cosas. Extrañó estar en aquella habitación. Imaginó a los médicos y enfermeras revoloteando a su alrededor para determinar su nivel de consciencia y que su organismo continuara funcionando correctamente.

Al terminar, regresó al puesto de enfermeras en busca de información.

—Te fuiste por treinta minutos, nada ha cambiado —le respondió Martínez.

—¿Pero sigue despierta? —quiso saber.

Suaves toques del alma (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora