Capítulo 50

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Freen se quedó de lado, pegada al cuerpo de Rebecca; le puso la mano derecha abierta en el pecho, que subía y bajaba a un ritmo acelerado. Las risas duraron poco porque necesitaban recuperarse y ella, en especial, la contemplaba atenta; debía cuidarla, asegurarse de que se encontraba bien de verdad.

La pelirroja tenía los ojos cerrados, y sus labios se mantenían curvados gracias a una sonrisa que evidenciaba su satisfacción. El momento era increíble; perdió años de su vida por una mala jugada del destino y, a pesar de todas sus dudas, acaba de hacer el amor, volvía a ser mujer con la mujer que la cuidó en todo ese tiempo. ¿Era su recompensa? No lo sabía, pero en definitiva su pasado quedaba atrás y solo ansiaba mirar hacia adelante entre los brazos de Freen . Cubrió la mano en su pecho con la suya, presionándola para que sintiera su corazón.

—¿Lo sientes? —le preguntó aún con los ojos cerrados, sin dejar de sonreír.

—Sí.

—Hacía mucho que no latía así —por fin los abrió y la miró—. Le devolviste la vida.

Las dulces palabras conmovieron a Freen . Se acercó y la besó con delicadeza en el hombro.

—En tu corazón nunca dejó de latir la vida y lo agradezco. Rebecca sonrió.

—Yo también —guardaron silencio unos segundos—. Fue maravilloso.

—Más que maravilloso —declaró la fisioterapeuta, que se incorporó, apoyó el codo en el colchón para sostener el peso de su cuerpo. Sus dedos se mantenían entrelazados sobre el pecho de la pecosa—. Lo ansiaba, pero quería ir con cuidado —confesó.

—Lo imaginé. Supuse que sería yo quien diera el primer paso. Freen alzó las cejas.

—Sí. Quiero decir... Me encanta besarte, pero entre hacerlo y tus caricias, ¡uf!, es difícil que la piel no se encienda.

La pelirroja soltó una leve carcajada.

—Sé de qué hablas, créeme. Llegaba a casa hecha una bola de fuego.

—Vaya descripción —dijo ella riendo.

—¡En serio! ¿Tienes idea de lo bien que besas? Es una cosa cabro...

—¡Rebecca! —la reprendió. La pecosa rio.

—¿Qué? —cuestionó con un tono y gesto de inocencia.

—Deja las malas palabras.

—Iba a decir cabrona y esa no es una mala palabra.

—Sí lo es.

—No lo es —le discutió—. Y, además, de verdad besas increíble.

—Ya, dejemos de hablar de eso —le pidió, sonrojada.

Suaves toques del alma (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora