Capítulo 38

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Freen lanzó las llaves sobre el sofá de dos puestos que tenía en la sala, y después dejó el bolso también ahí. Fue directo a la cocina y sacó una cerveza de la nevera, la destapó y le dio un trago antes de regresar a la sala y dejarse caer en el asiento libre del sofá. Bebió otro trago, esta vez la botella quedó a la mitad. Su mente era una revolución y necesitaba calmarla; estiró las piernas y las cruzó por los tobillos, se quedó mirando sus zapatillas. Intentaba poner la mente en blanco, pero ante sí solo se reflejaba una imagen. La de Rebecca; tal como si fuera un espejismo.

Inspiró hondo y cerró los ojos. En su pecho abrigaba una especie de furor que pugnaba por salir; era tan intenso que hasta sentía ganas de gritar. Volvió a beber de la botella, esta vez la dejó vacía. Esa sensación en su pecho la conocía, o al menos tenía una idea de lo que se trataba. Mientras hacía girar la botella entre sus manos, cayó en cuenta de que estuvo tratando de ignorarlo, y ya no podía obviarlo más.

Se levantó casi de un saltó del sofá. Su apartamento era diminuto, apenas una sala y cocina, una habitación y un baño en el pasillo; y una ventana sin balcón, por lo que no tenía demasiado espacio por donde moverse, así que iba de la cocina a la sala, en un intento por encontrarle una solución al inesperado problema.

Porque tenía un problema. Rebecca era su paciente; técnicamente ella no era médico, sin embargo, lo que revoloteaba en su pecho no era muy profesional, así que debía hallar una solución. En una de sus vueltas a la cocina, sacó otra cerveza y bebió la mitad.

Todo había estado bien; no se detuvo en ningún momento a pensar en ese hormigueo que sentía en el estómago cuando estaba con la pelirroja. Tampoco en lo hermosa que le parecía su sonrisa, ni en lo adorable de sus pecas, ni en lo feliz que la hacía cada vez que lograba superar otra etapa en su recuperación. No, no pensó en nada de eso, y bastó con que Rebecca le preguntara por qué se había quedado sola para que la avalancha de emociones y sentimientos la sepultaran con la verdadera razón por la que seguía soltera después de varios años de terminada su última relación. La verdadera respuesta a esa interrogante no era un motivo; o sí lo era, pero tenía un nombre.

Rebecca.

Freen volvió a sentarse en el sofá; esta vez apoyó los codos en las rodillas y hundió la cabeza entre sus brazos. Rememoró en segundos, todo. El momento en que la vio por primera vez en aquella cama, el inicio de las terapias, cuando comenzó a ir a almorzar con ella, los miles de veces que la imaginaba al irse a dormir.

Cuando se percató que podía mover los ojos. Cuando le dijo "hola".

Ahí, sentada en su sala, tenía que reconocer que estaba sintiendo algo intenso por la pelirroja. Sí, en todos esos años tuvo algunas aventuras, sin embargo, ninguna mujer le movió los sentimientos, ni agitó su corazón. Eso sucedía solo con Rebecca.

—¡Mierda! —masculló entre dientes.

Era duro darse cuenta porque era complicado. Muy complicado.

***

Rebecca ya se encontraba en su cama, lista para dormir; con ayuda de su madre se puso el pijama de guitarras eléctricas que le regaló Freen . Le encantaba y, además, quería extender un poco más esa linda emoción que quedaba en su pecho cada vez que hablaba con ella. Estuvieron conversando un par de horas en el patio; era increíble verla sin su uniforme, con el cabello alborotado y hundiendo las manos en los bolsillos cuando algo la incomodaba o intimidaba. Descubrió ese detalle esa tarde; su uniforme de sanitario no tenía bolsillos, tal vez por eso no se percató de ello antes, pero le encantaba.

Suaves toques del alma (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora