Capítulo 47

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Cuando Rebecca asistía a las sesiones de terapia procuraba no quedarse mirando a Freen ; y la fisioterapeuta hacía lo mismo. La verdad era que les costaba que sus ojos no brillaran cuando una miraba a la otra. Era un desafío, pero lo superaban cada día.

Las siguientes dos semanas fueron así; los días en que Freen trabajaba en el Centro, ambas se tenían que conformar con verse solo en las terapias. En las noches se llamaban o chateaban en la aplicación de WhatsApp. Los fines de semana la pelirroja iba al apartamento. Compartían el tiempo entre besos, caricias y amenas conversaciones; la intimidad que se creaba entre ellas era única. Se deseaban, pero era Freen quien ponía el límite de hasta dónde llegar; tenía que cuidarla, aunque su piel ardiera por sentirla por completo. La pecosa no se lo ponía fácil, porque sus besos eran como el viento soplando fuerte sobre el agua del mar.

El domingo en la tarde, en lugar de Rebecca ir al apartamento, decidieron que Freen iría por ella para dar una paseo por la plaza de Bangkok. A la pecosa le encantó la idea, adoraba el chocolate caliente que vendían allí y ya llevaba demasiado sin probarlo. Además, la pareció que pasó un siglo desde la última vez que recorrió las calles de su adorado municipio. No quiso detenerse a recordar aquellos lejanos tiempos en que lo hacía; prefirió perderse en la ilusión de transitar de nuevo por el colorido lugar que tanto le gustaba.

Freen llegó puntual; descendió del auto de inmediato con la intención de ayudarla a subir. La pelirroja salió de la casa y se apoyó en su bastón para bajar el escalón de la acera, mientras que ella la sostenía por el otro brazo para darle seguridad.

—Hola —saludó a la fisioterapeuta. Ella le sonrió y le guiñó un ojo.

—Hola.

Casi de inmediato, Freen se sentó detrás del volante y se pusieron en marcha.

—Gracias por esto —Rebecca habló de repente.

—¿Por llevarte de paseo?

—Sí.

—Tienes que habituarte a salir. Eso ayudará a que tus movimientos sean más fluidos, con las terapias no basta.

—Lo sé. Pero la idea de andar por allí con un bastón, no me entusiasma.

—¿Te sientes como una viejita? —la chinchó Freen , riendo.

—No. Es que no es cómodo.

—No lo es —aceptó—. Sin embargo, es posible que tengas que usarlo por un tiempo. Te repito, debes habituarte.

—Tienes razón.

En pocos minutos, ya se encontraban cerca de la plaza. Freen buscó un estacionamiento privado para aparcar, siempre temía dejar su Landau Coupé en la calle.

Cuando la pelirroja descendió del auto y miró a su alrededor, le pareció un sueño. Mientras estuvo en cautiverio, pensó que nunca más volvería a salir al mundo, a recorrer esos lugares que tanto le gustaban. Freen cerró su puerta y se quedó mirándola, sonriendo cautivada por la manera en que ella contemplaba todo; era como si lo hiciera por primera vez, a pesar de que nació y creció allí.

Suaves toques del alma (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora