Capítulo 30

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Freen terminó su trabajo en el Centro de Rehabilitación, pero decidió quedarse acompañando a Rebecca; la novedad de su despertar era noticia, en especial para el personal que llegaba a cubrir el horario nocturno. El siguiente día sería duro para la paciente, ya se habían programado varios estudios y, por supuesto, seguía bajo estricta vigilancia médica. Esperaban a que superara las veinticuatro horas tras despertar para tomar decisiones.

La fisioterapeuta tenía ese diagnóstico metido en la cabeza, temiendo que sucediera, aunque en su corazón casi guardaba la certeza de que no sería así. Decidió quedarse porque ver los ojos de Rebecca siguiéndola y ese ligerísimo gesto en la comisura de su boca que, estaba segura, era una sonrisa, era increíble. Se quedó con ella conversando como lo hizo durante esos cinco años, solo que ahora tenía la certeza de que la escuchaba. Y podía responderle con los ojos. Y la miraba. Y le sonreía. Era extraordinario, por eso no podía dejarse llevar por la emoción que sentía en su pecho.

Rebecca fue capaz de seguir toda la conversación, estaba feliz de poder reaccionar, de ver sus gestos ante sus respuestas; sin embargo, su cuerpo fue cayendo en una especie de letargo que al final la hizo rendirse.

Freen la vio cerrar los ojos con algo de resistencia. Se quedó contemplándola, absorta, sonriendo ante la hermosa imagen. Rebecca brillaba con luz propia, incluso dormida. Ella miró hacia la ventana, ya la noche había caído. Miró su reloj y se sorprendió, pasaba de las nueve. Era extraño que las enfermeras no hubiesen ido a sacarla a patadas. Por un momento, consideró quedarse esa noche allí, resguardando el sueño de su paciente, pero sabía que las políticas del Centro no se lo permitirían; además, al día siguiente se arrastraría cual zombi por el mal dormir. Las rondas nocturnas eran constantes y la despertarían cada dos por tres.

Se levantó de la silla; constató que los signos vitales en el monitor estuvieran bien. Eso la hizo respirar tranquila. Se quedó mirando a Rebecca; deseó acercarse y besar su frente, pero no debía. Y tampoco se detuvo a indagar en la razón de su anhelo. Con una ligera sonrisa, se alejó de la cama procurando que sus pasos fueran sigilosos. Tomó su bolso y salió de la habitación.

Pocos minutos después llegó al estacionamiento del Centro y subió a su auto, un Chevelle Malibu Classic Landau Coupé del setenta y siete, de color verde esmeralda claro. Le costó todo un año de trabajo ahorrar para comprar su auto, al que adoraba y cuidaba como si fuera su mayor tesoro. Lo abordó distraída, no podía dejar atrás la apesadumbrada sensación que la atenazaba al pensar en Rebecca sola en su habitación. ¿Y si despertaba durante la noche? Frunció la boca mientras negaba con la cabeza; no le gustó imaginarlo. Aun así, encendió el auto y unos instantes después, lo puso en marcha.

***

Freen tenía turnos que cumplir en un par de clínicas antes de ir al Centro. La ansiedad la carcomía; a primera hora de la mañana llamó a Rosales para saber de Rebecca. La enfermera le informó que seguía estable y despierta. Eso le sacó una enorme sonrisa. Mientras conducía, pensaba en que faltaba poco para que se cumplieran las veinticuatro horas de espera que estableció el neurólogo, luego podrían llamar a sus padres para darles la noticia. Se iban a poner felices.

Las horas transcurrieron eternas; cuando llegó al Centro, pasó por el puesto de enfermeras. Rosales la vio avanzar por el pasillo, detectó en su gesto la incertidumbre. Los ojos de la fisioterapeuta estaban fijos en ella, apoyó las manos del borde del mostrador en cuanto llegó al puesto, ni siquiera la saludó.

Suaves toques del alma (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora