Capítulo 12

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Para Rebecca era un verdadero alivio no solo mirar el techo, ahora podía ver la puerta de la habitación donde pasaría, no sabía cuánto tiempo. El lugar se advertía limpio para ser un centro público; no se parecía en nada a los hospitales que recorrió en algunas ocasiones. También olía a desinfectante y no a cloro. Desde su nueva posición podía ver la puerta, la mesita de metal al lado de su cama, el soporte para suero y una silla. Cuando despertó ese día, notó movimientos afuera, se distrajo viendo por debajo las sombras pasar. Eso la ayudó a activar su imaginación, a no pensar solo en su situación.

Calculó que había pasado una hora desde que aclaró afuera cuando aparecieron dos enfermeras.

—Buenos días —la saludaron ambas.

De eso no se podía quejar, el personal era amable y considerado allí.

Esperaba que fuera siempre así.

Buenos días.

—¿Cómo te sientes hoy?

La enfermera que la recibió el día anterior, cuyo apellido era Rosales, le hablaba con normalidad mientras se dedicaba a reemplazar la bolsa de la sonda urinaria. La otra enfermera, por su parte, sustituía el suero con el que la mantenían hidratada.

Un poco más cómoda gracias a esta nueva posición.

—Te gusta mirar hacia la puerta, ¿eh? Rebecca rio en su mente.

Sí.

—¿Por qué haces eso? —le preguntó la otra enfermera, Martínez, a Rosales, al tiempo que lanzaba al bote de basura el envase vacío del suero.

—¿Qué cosa?

Oye, déjala —se quejó Rebecca—. Es amigable.

—Hablarle. No es que vaya a contestarte.

Lo hago, solo que ustedes no lo saben.

Rosales se encogió de hombros.

—¿Leíste su historial? Es posible que sufra el síndrome del cautiverio, tal vez puede escucharnos. Sería un alivio que alguien te hablara si fueras tú, ¿no te parece?

Lo es, amiga. Ignora a tu compañera.

—Es una pérdida de tiempo —dijo Martínez.

No me simpatizas.

—No seas así —le pidió Rosales a su compañera y se acercó a Rebecca.

Le pasó la mano por la cabeza—. Somos amigas, ¿no es cierto?

Sí, lo somos —respondió la paciente. Rosales sonrió.

—Eres preciosa y tienes toda la vida por delante, así que sal pronto de allí, por favor.

Eso quiero.

La enfermera le sonrió otra vez con ternura.

—Mi turno será de veinticuatro horas —le hablaba mientras continuaba pasándole la mano por la cabeza—, así que regresaré más tarde. Te daremos un baño. De seguro sientes que lo necesitas.

Oh, sí. No puedo creer que lo sepas.

—Vamos Rosales, tenemos otros pacientes que atender.

Rebecca fijó su atención en la enfermera antipática mientras salía de la habitación. También vio a Rosales negar antes de seguirla. Desde la puerta le sonrió.

Suaves toques del alma (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora