Capítulo 36

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Un mes después...

—¿Dónde está Freen ? —le preguntó Rebecca a Rosales.

El día de su salida del Centro había llegado; aún no caminaba, pero era capaz de mantenerse parada y dar algunos pasos con ayuda de una andadera. Le faltaba mucho para recuperar su normalidad, o también existía la posibilidad de que ese fuera el máximo de movilidad que alcanzaría. Eso ya lo diría el tiempo. Sin embargo, para los médicos que atendieron su caso en todos esos años, era toda una sorpresa que se hubiera recuperado a tal grado.

—Su horario comienza en la tarde —respondió.

Rebecca lo sabía; ya Freen estaba informada de que se iría, y le dijo que no estaría, aun así, esperaba que sucediera. Que cambiara su guardia y estuviera para, de cierta manera, despedirla. Debía regresar todos los días para seguir con las terapias; por políticas del Centro, los pacientes que ya lograban cierto grado de independencia, eran dados de alta y se les establecía un horario para continuar con la rehabilitación.

Después de tanto tiempo, Rebecca se sentía extraña, aunque feliz. Sus padres se encontraban ahí para llevarla a casa.

—Ya la verás mañana, hija —le dijo su padre.

—Lo sé, pero... hoy no —hizo un mohín.

—Creo que Sarocha Chankimha te consintió demasiado —bromeó Rosales. Ella sonrió.

—Sí, un poco.

—Bien, será mejor que nos vayamos —habló Nung, que tenía los ojos enrojecidos por el esfuerzo que hacía para mantener las lágrimas a raya. Que su hija regresara a casa después de tanto, era un milagro.

—Sí, es hora —aceptó la pelirroja.

Ya Rebecca se encontraba sentada en la silla de ruedas; cuando Richard se dispuso a conducirla, Rosales lo detuvo.

—Es política del Centro —alegó y tomó ella los manubrios de la silla.

Richard se adelantó para abrir la puerta; llevaba colgado de un hombro un bolso con las cosas de su hija. Salieron al pasillo y lo recorrieron; tras cruzar en dos esquinas, se encontraron casi frente al puesto de enfermeras, donde Rebecca vio a un numeroso grupo de sanitarios que le sonrieron en cuanto apareció. De pronto, los aplausos estallaron y fue entonces cuando la paciente se dio cuenta de que la pequeña ovación era por ella; sus emociones, que estaban a flor de piel, la avasallaron. Rio mientras sus lágrimas comenzaron a derramarse sin parar.

Rosales detuvo la silla de ruedas y se inclinó frente a ella.

—¿Creíste que te irías sin que nos despidiéramos de ti?

La pelirroja no pudo más que abrazarla. Ambas se estrecharon en un fuerte abrazo y las lágrimas con las que Nung luchaba, ganaron la batalla. Richard le pasó un brazo por los hombros. La escena era tan emotiva, que algunas enfermeras terminaron llorando también.

Suaves toques del alma (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora