Capítulo 48

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Cuando salieron al pasillo, Freen apretó la mano de Rebecca. Se miraron y sonrieron, antes de dirigirse a paso lento hacia el apartamento. Ambas sabían lo que iba a suceder al cruzar la puerta; ambas lo deseaban y, sin embargo, los nervios, por la anticipación, las mantenía tensas. Sus corazones latían algo agitados, sus respiraciones ya estaban pesadas y sus pieles... Sus pieles parecían imantadas.

Freen le soltó la mano solo para abrir la puerta, se humedeció los labios cuando la pelirroja pasó a su lado. Como la primera vez, cerró y se quedó recostada de la madera. La otra mujer la miró con incertidumbre.

—¿Te vas a quedar ahí?

La fisioterapeuta tragó saliva.

—No —respondió—. Solo me tomo un minuto para admirarte.

—¿Admirarme? ¿Con mi bastón de viejita? Freen sonrió.

—No —el instante que siguió, fue silencioso. El lenguaje de sus miradas lo decía todo, no eran necesarias las palabras, aun así, debía ir con cuidado con Rebecca—. ¿Estás segura de esto?

La pecosa se acercó sin apartar la mirada de sus ojos; pegó su cuerpo al suyo, acorralándola, provocando que Freen se estremeciera. Le bastó alzar un poco la cabeza para rozar sus labios sin llegar a besarlos del todo, solo mezclando sus alientos cálidos.

—Sí, estoy segura.

La fisioterapeuta se quedó quieta, absorbiendo su calor, su cercanía, su perfume y el aroma de sus cabellos. Luego la tomó por las caderas para darse espacio y salir de su cárcel, y volvió a tomar su mano.

—Ven conmigo —susurró.

Rebecca sintió que iba a estallar en mil millones de pedazos, que se iba a desintegrar y le dolió que pasara sin que sucediera lo que más anhelaba. Estaba temblando, ni siquiera sabía cómo se mantenía en pie, cómo caminaba, de seguro levitaba. Ella la siguió por el corto pasillo, la puerta del dormitorio estaba abierta; Freen encendió la luz y dio un paso dentro, esperando a que entrara.

No era la primera vez que la pelirroja entraba ahí, un par de veces vieron televisión en la cama; le encantaba que el perfume de la fisioterapeuta se percibiera en cada rincón y la sencillez del lugar. Una cama, un par de mesas de noche y el closet empotrado a la pared, era todo lo que llenaba el dormitorio. Al igual que el apartamento, era pequeño pero cómodo.

Rebecca llegó hasta la cama, dejó el bastón recostado de la mesa de noche y se dio la vuelta. Se sorprendió de encontrar a Freen a solo un par de pasos. Segundos después, sintió sus manos posarse de nuevo en sus caderas, esta vez para acercarse, para juntar sus cuerpos. Ella unió sus frentes y cerraron los ojos, ambas aspirando la esencia de la otra.

—He soñado demasiadas veces con este momento —susurró Freen . La pelirroja se estremeció.

—Yo también. Y no quiero esperar más.

La otra mujer volvió a tragar saliva. La realidad era que sus ansias estaban elevadas al máximo nivel y, aunque sabía que debía ir con calma, solo deseaba devorarla y entregarse a la pasión que despertaba en su ser. Pero, en lugar de eso, tomó aire y buscó su boca. La rozó como pidiendo permiso; la respuesta no tardó. Los labios de Rebecca se separaron y ella acomodó los suyos entre ellos. Fue un beso delicado, de aceptación, de entrega; uno que abría la puerta del deseo. Ese que los sentimientos entre ellas cultivaron y que, en ese instante, requería de besos y caricias para florecer.

Suaves toques del alma (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora