Capítulo 42

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Freen permanecía recostada de la encimera, mientras abrazaba a Rebecca por la cintura, que también la rodeaba con sus brazos. Ella apoyaba la quijada en su cabeza, que se amoldaba perfecta a la curva de su garganta. Podía sentir el calor de su cuerpo, la respiración que empezaba a normalizarse, al igual que la suya. El corazón le latía fuerte, estaba segura de que podía escucharlo; sin embargo, no le preocupó. El momento era sublime, y tampoco sentía miedo de que sus sentimientos quedaran al descubierto.

—¿Vas a decirme que esto no está bien?

Freen sonrió, luego la besó en la coronilla. Rebecca la miró a los ojos.

—Esto es perfecto, sí. Y de igual manera no es correcto —bajó la vista a sus labios.

—Vine porque quise, además, soy bastante mayorcita, ¿no? De nuevo una sonrisa curvó la boca de la fisioterapeuta.

—Lo eres, pero técnicamente —recalcó—, eres mi paciente.

—No hay testigos aquí —dijo y comenzó a jugar con el cuello de la franela que vestía Freen —. Yo no diré nada y estoy segura de que tú tampoco.

La mujer de pelo corto inspiró hondo. El significado de esas palabras iba más allá de lo que Rebecca quiso decir. Se habían besado; si ninguna de la dos decía nada, significaba que habría más besos y eso ya eran palabras mayores. Ella envolvió sus manos y la separó de su cuerpo.

—Hablemos —le pidió con seriedad.

Rebecca no dijo nada cuando la condujo con delicadeza hacia el pequeño sofá, esperando a que sus piernas se coordinaran lo suficiente para dar los primeros pasos. Aguardó también a que tomara asiento.

—¿No vas a sentarte? —le preguntó la pecosa al advertir que se quedó parada delante de ella.

—¿Vas a querer la Coca-Cola? La pelirroja sonrió.

—Sí, por favor —aceptó con una sonrisa. Freen regresó a la cocina y buscó el vaso. De vuelta, se lo tendió—. Gracias.

La fisioterapeuta tomó asiento a su lado, se acomodó para mirarla de frente.

—Debo confesar que, el que estés aquí, me tomó por sorpresa.

La vio beber un par de tragos y luego dejó el vaso en la mesita del centro.

—No me digas que no debí venir —le pidió con una mirada de zozobra

—. Me gustas, Freen . Por eso vine. No puedo sacarte de mi cabeza — confesó.

La mujer de cabellos cortos solo pudo sonreír.

—¿Sabes? No me extraña que te hayas recuperado tanto después de lo que pasaste, eres testaruda.

Suaves toques del alma (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora