Capítulo 9

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Tras escuchar lo que dijo el neurólogo, procedieron a ponerle el tubo nasogástrico, algo que le resultó horrible y que llevó a Rebecca a hundirse en una profunda desesperación; el no poder comunicarse de ningún modo, que su novia, que sus padres, ni los médicos tuvieran idea de que estaba consciente de todo, la iba a volver loca. Su mente era un torbellino; ponía todas sus fuerzas, su concentración en parpadear, en mover un dedo, en que su cuerpo hiciera un mínimo movimiento, pero era en vano. Quedaba exhausta y solo ansiaba llorar.

Después de tanta frustración, trató de pensar con inteligencia. Comenzó a analizar su situación; entendía que su estado se debía a algo que sucedió en su cerebro a causa del pequeño choque del taxi donde iba días atrás. Al parecer, pasó al menos un día inconsciente en el hospital, donde le administraban un tratamiento de acuerdo al diagnóstico de los médicos. Tal vez por ello, despertó; o al menos abrió los ojos, porque desde su estático punto de vista, eso no era despertar. O lo era, pero encerrada en sí misma. Ahora bien, tal vez, ese tratamiento la sacaría en cualquier momento de su estado.

Pensando en eso, trató de calmarse, aunque no era nada fácil, siendo testigo de cómo su novia y padres sufrían al verla en una cama de hospital, con un diagnóstico algo incierto. Así que poco a poco fue apaciguando sus emociones; se concentró entonces en pensar en positivo, en esperar, como dijo el neurólogo.

De esa manera, las horas pasaron. Al día siguiente, le repitieron los estudios y las pruebas de sangre. Todo seguía igual. Y la situación se repitió al tercer día. A pesar de ello, se mantuvo calmada. Y allí, en la cama de hospital, oyó a Heidy hablar por teléfono con su jefe. El bufete le exigía que se incorporara al trabajo; le dolió verla tan angustiada porque tenía que dejarla sola, pero no le quedaba otra opción.

En la noche, Heidy se sentó junto a la cama, afectada por ver a su novia ahora con un tubo metido por la nariz, aun así, le tomó la mano igual que siempre y se la besó.

-Mi amor, tengo que dejarte sola -le habló bajo. Su voz se oía quebrantada, como si tuviera un nudo en la garganta.

-Lo entiendo, mi amor. Estoy bien, no debes preocuparte.

-Mi jefe me exigió que asistiera mañana al bufete. Ya sabes cómo son esas cosas.

-Lo sé. No quiero que pierdas tu trabajo. Sé lo que te costó.

-Vendré en cuanto salga. Estarás cada minuto en mis pensamientos...

-Y tú en los míos.

-Te extraño, Becky -la voz se le quebró más y agachó la cabeza hasta pegar la frente de sus manos unidas.

-Mi amor, no llores, por favor.

Un intenso dolor atenazó el corazón de Rebecca y sintió su pesar tan poderoso como el de Heidy.

-Despierta, por favor -le pidió entre sollozos-. Te necesito.

A pesar del ardor que sentía en los ojos, estos no se le humedecían. Su pecho se contrajo y quiso gritar con todas sus fuerzas.

Heidy sollozó a su lado hasta que Nung llegó para relevarla, ya le había informado que requería incorporarse a su trabajo. Con los ojos hinchados y el dolor reflejado en su hermoso rostro, dentro de su campo de visión, Rebecca la vio alejarse.

***


Dos días después, en vista de que Rebecca continuaba sin despertar y sus signos vitales se mantenían estables, los médicos decidieron trasladarla a una habitación, sin dejar por supuesto de monitorear su estado. Ese día, Nung le insistió a su esposo en trasladarla a una clínica para pedir una segunda opinión; él lo consideró. El estado de su hija tenía en jaque a los especialistas. Sabía que Pernía, el neurólogo del hospital, había consultado con varios colegas y que acordaron reunirse para discutir el caso. El encuentro se daría al día siguiente, por lo que decidió esperar. Estaba seguro de que su hija recibía una buena atención médica, de eso no tenía dudas.

Suaves toques del alma (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora