Capitulo 1

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Una de las razones por las que a Rebecca le gustaba vivir a las afueras de Bangkok era por el aire bohemio de sus calles; era como si esa pequeña comunidad, que ella consideraba una especie de cosmos, se hubiese quedado en el pasado. Pero un pasado hermoso, pintoresco, adoquinado y único. Mientras descendía por una de las calles del lugar hacia la plaza, aspiraba el aire fresco de la tarde. Con las manos hundidas en los bolsillos de sus desgastados pantalones de jeans, sonreía; su vestimenta la complementaba una camiseta blanca y sobre esta, una chaqueta de mezclilla que usaba abierta al frente. Las suelas de las zapatillas deportivas la ayudaban a no dejarse llevar tanto por la inercia de la leve inclinación de la calle. El anaranjado que iba dejando el sol en el cielo en su descenso, se mezclaba con algunos matices azules dibujando en el horizonte una hermosa obra de arte natural.

Las calles reflejaban también el anaranjado del cielo, cambiando así un poco los colores de las casas coloniales y comercios a lo largo de la vereda. Rebecca no era capaz de apartar la vista del horizonte, sin embargo, se mantenía alerta cuando algún auto pasaba; las aceras de Bangkok eran angostas, por lo que siempre había que ir con cuidado.

La tarde y el clima frío se prestaban para el plan de Heidy, su novia, para celebrar que ese día se mudaron a un nuevo apartamento. Eso sí, uno diminuto, pero que para ellas era gigantesco en significado porque era el inicio de su vida juntas, como una pareja, después de ocho años de noviazgo. Recordó la primera vez que la vio en la universidad; se encontraban en la biblioteca y se acercaron al mismo tiempo a la encargada para solicitar ayuda con un libro. A ella no le gustó de entrada su estilo "Emo"; iba vestida por completo de negro, llevaba el cabello corto, en el labio inferior tenía un piercing y en cada oreja, al menos otros dos. Ambas le hablaron al mismo tiempo a la bibliotecaria, y callaron de inmediato, pues ninguna se percató de la cercanía de la otra. La mirada arisca de Heidy cambió en cuanto se miraron; luego ella le confesaría que quedó hipnotizada por su belleza, aunque Rebecca estaba segura de que exageraba. Porque de acuerdo, era pelirroja, algo que siempre llamaba la atención; y tenía algunas pecas que adornaban sus mejillas y nariz, y que para muchos resultaban adorables, y eso era todo. Nada del otro mundo; bueno, sus ojos Negros también eran blanco de constantes elogios. Así como sus curvas perfectamente distribuidas, según la opinión de otros tantos, pero hasta ahí.

En fin, esa fue la primera que se vieron, las demás fueron en el comedor de la universidad. Para aquel entonces, todavía andaba confusa en cuanto a su sexualidad y las constantes miradas de Heidy la inquietaban de una manera extraña. Meses después, cuando se besaron por primera vez, entendió la razón de su inquietud. Y el resto de la historia era para ella un romance sacado de una novela de amor mega ultra súper melosa. De esas que pueden causar diabetes por tanta dulzura. Sí, a los diecisiete era muy joven para pensar en amor eterno, al menos eso decían sus padres y todos los demás adultos que se creían con derecho a opinar sobre sus sentimientos por Heidy. Ahora tenía veinticinco, y era tan mayor como todos los adultos que opinaron al respecto, y su amor por ella continuaba intacto, si acaso más maduro, más real, más intenso, más verdadero, más grande que cuando tenía diecisiete, así que podía mandar a freír espárragos a todos ellos. Su amor por Heidy sería eterno; la verdad era que el amor que albergaba su corazón por ella parecía inagotable. Sonreía emocionada cada vez que hablaban de lo que harían cuando estuvieran viejitas y hubiera solo una andadera para moverse por la casa.

Sin dejar de sonreír, Rebecca se detuvo en una de las esquinas de la plaza a observar los alrededores. Otra de las cosas que le fascinaba de vivir allí era su gente. A esa hora la plaza se llenaba de vida con las personas que iban a disfrutar de ese hermoso lugar entre las coloridas casas coloniales, con sus ventanas altas y puertas inmensas, era como transportarse a otra época. Las risas, la alegría de la gente era contagiosa. Y toda esa vida se mezclaba con los deliciosos aromas de las carnes asándose en los restaurantes, de la variedad de dulces que se disfrutan en algunos negocios, con el exquisito dulzor del chocolate caliente. Sí, en esa pequeña comunidad se respiraba vida y felicidad.

Suaves toques del alma (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora