54. Las finales

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Hercus se dirigió al trono de hielo donde descansaba la reina más majestuosa de todas. En esta ocasión su atuendo era todo de azul, al igual que el velo que le tapaba la cara. La princesa Hilianis Hail estaba a su lado y se mantenía neutra ante las cosas. La guardia real las rodeaba de manera perfecta detrás de los asientos. Se hincó delante de ellas con todo el gusto y mantuvo su mirada hacia el piso, mientras tenía su mano derecha pegada al torso. Cada vez que estaba al frente de su soberana, no podía evitar que su corazón se agitara por los nervios. Siempre era emocionante poder servirle a la mujer más importante del reino.

—Mi gran señora, me ha mandado a buscar —dijo Hercus con voz pausada y respetuosa.

—Guarda cuidado con los nobles del norte. Su monarca no es de fiar —dijo la reina Hileane con su gloriosa voz y su acento etéreo.

—Como usted diga, su majestad. Estoy para servirle y acatar sus órdenes —contestó Hercus, conteniendo su emoción por el aviso de su soberana. De alguna manera se sentía como si estuviera preocupado por él y le advertía del peligro de la gente de Frosthaven—. ¿Hay algo más en que puede ayudarle?

—No hay más nada. Puedes retirarte —dijo su gran señora de forma terminante.

—Yo... —dijo él y se calló al instante.

—Habla. ¿Qué tienes por decirme?

—Lo que sucedió en aquel lugar. —Hercus miró al balcón, para darle a entender a qué se estaba refiriendo.

—Sí —contestó su alteza real a secas—. Pronto.

—Con su permiso me retiro, mi gran señora —dijo Hercus y la reina movió su mano en señal de aprobación a su solicitud.

Hercus comprendió la respuesta. Hizo un gesto con su cabeza y se puso de pie, viendo por pocos segundos a la cara de la reina. Pero se dio vuelta de inmediato. No podían hablar con tranquilidad ni de forma normal debido al estrato social tan diferente al que pertenecían. Eso era lo más cercano que podían estar y dialogar. Aún, cuando fuera de un modo tan estricto y corto. Se retiró a la mesa con sus compañeros y luego se retiró a sus aposentos. Se tumbó sobre la cama, mirando hacia el techo de la habitación. Su corazón estaba inquieto. Con la visita de Heris había borrado sus sentimientos imposibles y raros por su reina. Pero no podía evitar encontrarse extraño por estar cerca de ella. Su admiración y reverencia por su gobernante era tanta que llegaban a enredarlo. En verdad no sabía qué pensar y aunque había eliminado sus sospechas, luego de visitar al gremio de los médicos, las cosas se habían vuelto difíciles. Había preguntado por aquella médica vestida de blanco, cuyo rostro no había podido mirar debido a que solo se podía apreciar una sombra. Le habían dicho que, en el mandato de los Grandeur, no se había admitido a ninguna mujer médica, por lo que todos eran hombres. Aquellos recuerdos se tornaron vividos y ya podía dar explicación a algunas cosas. Pero aún no entendía el motivo por la que había pasado. Entonces, lo que había pasado con reina Hileane en el balcón sí había ocurrido y le había dicho que le mostraría su aspecto y que ya estaba por mostrarle la cara. ¿Cuál era el aspecto de su reina? Si la belleza de la princesa Lisene Wind y Earendil Water eran sobresalientes a la de cualquier otra mujer. Su torso se estremecía como un tambor de guerra solo de pensar en las ideas. En sus veintiséis años de vida no creyó que tuviera tal honor. Respiró hondo, con emoción. Debía prepararse para el instante que contemplara el magnánimo rostro la bruja más poderosa que habitaba la tierra. Además que, las cartas con Heris se habían detenido. Aunque Hercus sabía que ella lo estaba viendo a través de los espejos. Se había confundido un poco acerca de sus sentimientos. Mas, gracias a la visita de Heris sus emociones se había colocado en su puesto y además ella le había algún atuendo más para las veladas que se estaban realizando. No debía traicionar a su esposa y eso era algo que jamás haría. Vio a Heos que se mantuvo acostado en el piso y Sier estaba en el borde la ventana. Así se preparó para dormir y reponer sus fuerzas antes de encarar a la bruja de agua, Earendil Water, que había profetizado que se volverían a enfrentar, y lo harían nada más que en la final de la arena.

A la mañana siguiente el público estaba animado e iba de aquí para allá, para prepararse antes de que empezara la primera final de los juegos de la gloria. En lados opuestos se encontraban los allegados a los dos combatientes. Los caballeros cercaban a Sir Dalión, salió de los túneles y fue aclamado por los nobles, que lo proclamaban como su campeón y el más digno de obtener el camino de la princesa Hilianis Hail. Herick apareció en el coliseo y subió por las escaleras en la tarima de cristal. Fueron nombrados por el pregonero y cada uno realizó su presentación con sus armas. Los dos se miraron con fijeza en la distancia. El sir no usaba su yelmo, ya que quería que todos lo vieran sin casco.

Herick agarró con firmeza su lanza. Al resonar los tambores no se apresuró air contra Sir Dalión, sino que lo hizo con precaución. Sus ojos azules resplandecieron al hacer una estucada con la punta de su arma. No tenía miedo y si quería ganarle debía esforzarse al máximo. No había un mañana para él, solo era un ahora. Si no lograba vencerlo, aquel hombre de aspecto indeseable bailaría con su princesa y sería el invitado de honor en el castillo de cristal. Sus intenciones eran egoístas, pero no dejaría que otro mancillara la pureza de su joven señora. Aunque jamás estaría con ella, protegería la integridad de la princesa Hilianis Hail, como un guardián que protege a su amo. Los espectadores fueron testigos de un formidable encuentro entro los dos combatientes.


En la intensa batalla entre Herick y Sir Dalión, cada uno desplegó una variedad de técnicas de combate con sus respectivas armas. Herick, lanzaba estocadas rápidas y precisas hacia Sir Dalión, buscando encontrar brechas en su defensa. Con movimientos fluidos, balanceaba su pica con elegancia, desviándola en ángulos precisos para desafiar la habilidad defensiva de su oponente. Utilizaba la longitud su ataque para mantener a Sir Dalión a distancia, aprovechando la ventaja de alcance para evitar los contraataques certeros del capitán de los caballeros.

Por otro lado, Sir Dalión respondía con golpes poderosos de su espada larga, buscando desarmar a Herick. Sus cuchillazos eran precisos y contundentes, dirigidos hacia los puntos vulnerables de la armadura de su oponente. Estaba confiado en su experiencia y agilidad. Quizás, ahora, el único que podía hacerle frente era su torpe hermano mayor, Hercus, pero podía contenerlo a él. Giraba su espada en defensa y ataque, bloqueando las punzadas de Herick mientras buscaba abrirse paso hacia él. Solo era cuestión de tiempo para hacerse como el ganador. Sin embargo, las rondas fueron pasando, sin llegar a ver un descanso en ese rastrero campesino.

En ciertos momentos de la pelea, Herick giraba la pica de forma amplia y rápida, aprovechando el impulso para sorprender al caballero. Esta acción udaz desconcertaba a Sir Dalión, quien se veía obligado a reaccionar con prontitud para evitar ser golpeado. Sabía que no habría un mañana y la pelea que le importaba era esta. Debía frenar a Sir Dalión y hacerlo caer. No le interesaba coronarse como gran campeón. Su hermano mayor era quien merecía esos honores, por lo que gastaría toda su energía y sus reservas para este preciso momento.

La contienda continuaba con una danza mortal de choques y hacía estar al pendiente al público. Herick y Sir Dalión enfrentándose con determinación y habilidad. Cada golpe resonaba en el aire, marcando la intensidad del enfrentamiento mientras los dos combatientes luchaban por obtener la ventaja sobre el otro. Bandera tras bandera fueron pasando, sin que ninguno cediera. Pero su vigor ya no era el mismo que al principio y estaban un poco cansados. Se llevaría la victoria el que tuviera más resistencia.

Herick estaba bañado en sudor y con su pecho respirando de forma abrupta. No debía descuidarse. Aguardaba el instante preciso para hacer su movimiento planeado. En el desenlace del combate hubo una serie de intercambios agotadores. Pero fue Herick quien logró conectar un golpe decisivo que dejó a Sir Dalión vulnerable por un breve momento. Se giró sobre sí mismo y golpeó a Sir Dalión en la nuca, justo como lo había hecho con Zack. Aquel gesto se había guardado en su memoria, lo que le permitió asegurar la victoria con un ataque calculado y preciso. Con este golpe certero, Herick demostró su destreza como maestro de la lanza y aseguró su lugar como campeón de la batalla final. Dio un fuerte grito que fue repetido por los cuernos de guerra. Los pueblerinos de Honor y los plebeyos de toda Grandlia brincaron y corearon el nombre del campeón del camino de la princesa. Alzó su diestra con su arma en señal de su complicada y ardua hazaña, por lo que no pudo evitar llorar ante su triunfo difícil.

—¡Herick! ¡Herick! ¡Herick...!

EL HIELO DE LA REINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora