18. El noble

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El noble era un Maestre de agricultura de la ciudad real, enviado por la misma monarca para atender los asuntos pertinentes del tributo en Honor que debía entregarse a la soberana de Glories

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El noble era un Maestre de agricultura de la ciudad real, enviado por la misma monarca para atender los asuntos pertinentes del tributo en Honor que debía entregarse a la soberana de Glories. Su nombre era Orddon de la casa Pork. La lechuza blanca emprendió vuelo sigiloso hacia las alturas, rondando el terreno desde el cielo, siendo acompañada por su bandada real de búhos y las otras de su especie.

Hercus observó cómo la actividad en el pueblo se detuvo por causa de la lechuza. La llegada inesperada de alguien importante se dejaba sentir en el aire. Aunque no tan relevante como la reina misma. Los habitantes se levantaron para circular en la calle. Ahora que lo mencionaba, incluso desde el pueblo se podía avistar el inmenso y hermoso palacio castillo de cristal de su majestad, que había creado con su magia. Las puntas casi tocaban las nubes.

—Ya pueden colocarse de pie, ciudadanos de Glories. Pueblerinos de Honor —dijo aquel noble—. He venido por el tributo a su alteza real. Espero el trigo, arroz, legumbres y demás impuestos que están destinados al palacio de cristal de su majestad, la reina Hileane de la casa Hail. Considero que es demasiado flexible con ustedes. —Se dio la vuelta para dirigirse a sus guardias y a su sirviente—. Sucios campesinos.

El grupo echó a reír de forma despectiva. Llegaron carrozas más grandes para el transporte.

—Esos nobles. Se creen mejores —dijo Vidwen, hastiado por la actitud de los recién llegados—. Ya quisiera verlos llorando, porque alguien les muestra que no son tan grandiosos. Solo reina y la princesa, la realeza, no tiene comparación alguna.

—Dame mi dinero, Vidwen —dijeron las muchachas, ya que no habían logrado tocar a Hercus.

—Lo siento, bellas damas. Pero no hay devoluciones. Ustedes perdieron su oportunidad... Nos vemos —dijo Vidwen, que echó a correr, para ser perseguido por las jóvenes.

—¡Ladrón! ¡Tramposo! —gritaban las señoritas, alteradas.

Hercus los vio de lejos al noble. Antes había venido otro Maestre y era la primera vez que avistaba al recién llegado. Después atisbó el alboroto provocado por Vidwen, que era perseguido por el grupo de chicas. Al notar el saco que había traído, se acordó de que tenía un pendiente por hacer. Así que se la echó al hombro y en compañía de Heos se dirigió a la tienda más grande y distinguida del pueblo, la del señor Royman, el más rico de Honor. En el sitio estaban algunas muchachas atendiendo a los clientes. Entre ellas destacaba Lara Mier, la hija del dueño del establecimiento y la chica más hermosa del pueblo de Honor.

Lara estacaba entre las muchachas. Su presencia irradiaba un encanto natural que no pasaba desapercibido en el pintoresco y animado pueblo de Honor. Su cabello rubio que caía como una larga melena hasta sus caderas. Llevaba consigo el resplandor del sol, capturado en sus mechones dorados. Sus ojos, de un azul claro y centelleante, reflejaban una chispa de vitalidad y curiosidad. Vestía con ropas que combinaban la simplicidad con un toque de elegancia. Su delantal, no disminuía la gracia que emanaba de ella. Su belleza no solo radicaba en sus rasgos físicos, sino también en su carisma y simpatía. Era conocida no solo como la chica más hermosa del pueblo, sino también por su amabilidad y trato afable con todos aquellos que entraban a la tienda.

—¡Hercus! —dijo Lara, mientras alzaba la mano—. Acá.

—Lara —dijo Hercus con neutralidad—. He venido a intercambiar algunas cosas para la fonda.

—Claro por ser para la señora y Rue y para ti, obtendrás los mejores artículos —dijo Lara de forma coqueta y amable

La señora Rue estornudó. Evitó tocarse la nariz con sus manos. De seguro, Hercus ya se había encontrado con la hija del mercader, Lara Mier. Cuando ella iba, cuando mandaba a Herick o cualquier otro, siempre pregunta por su hijo y preguntaba si cuándo iría él a hacer el recado. Era una chica hermosa, amable y rica. Era la mejor esposa para Hercus en todo Honor. Esperaba el momento para hacer negociones con el señor Royman, para pedir la mano de Lara. Estaba emocionado por los preparativos de la boda de Hercus, que estaba más interesado en las armas y la pelea, que en las mujeres. Ya era hora de que contrajera matrimonio. Moldeó una sonrisa de emoción y continuo en su trabajo.

—Heos. ¿Cómo has estado? —Le habló al perro, inclinándose en el mesón, y este le ladró como respuesta—. Buen chico. —Tomó un pedazo de pan y se la lanzó con una afable sonrisa—. ¿Ya ha llegado ese noble? —preguntó Lara, señalando al Maestre.

—Sí. Ha venido por el tributo.

—De solo verlo ya se me ha dañado el día. Pero tú lo has arreglado —dijo Lara con insinuación. El búho se había posado sobre la arquitectura y con su agudo oído podía escuchar la conversación.

—Me alegro por ti, Lara. ¿Y cómo han ido las ventas?

—Lo usual. Nada importante.

Zack observaba atento a la conversación que tenía Hercus con Lara. ¿Por qué siempre se mostraba tan alegre con el granjero? No entendía porque las chicas lo perseguían tanto. Era claro que él era más atractivo y hermoso que Hercus, tanto como un noble o como un príncipe.

Hercus terminó de negociar con Lara y quiso comprar algunas cosas con su dinero.

—No es necesario —dijo Lara—. Es cortesía de la casa. Vuelve cuando quiera.

—¿Segura? No es correcto.

—Sí, lo es, porque yo lo digo.

—No quiero meterte en problemas con tu padre.

—Lo recupero luego. ¿Ves a Zack y su grupo? —Lara señaló en dirección de ellos—. Les cobraré más.

Hercus no era partidario de la trampa. Mas, por lo que le habían hecho en el bosque, no se opondría a que fueran castigados por sus malos actos.

—Gracias, Lara. Eres muy amable. Te pagaré algún día —dijo Hercus. Se marchó del lugar.

—Por supuesto —dijo Lara con una enorme sonrisa al verlo des espaldas, mientras se alejaba—. Cuando seas mi esposo ya no habrás saldado tu deuda, Hercus.

Las otras chicas escucharon la confesión y se rieron con su joven señora. Al instante entraron Zack, su s hermanas y Lysandra, para cumplir su palabra de cobrarles más caros. Lysandra era la única con mala cara con la rubia.


Hercus, mientras iba pasando cerca del puesto del noble dedicado a llevar los registros de la recolecta, fue abordado por el regordete noble con una tarea inesperada.

—¡Oye, tú, campesino! —exclamó el noble, llamando la atención de Hercus. Era servido por sus sirvientas mujeres, mientras le daban frutas y vino de una brillante copa. Se había colocado un abrigo por la nieve que caía—. Pareces fuerte. Mis caballos tienen sed. Ve al pozo y trae agua para ellos.

La solicitud de aquel noble resonó en el aire, llamando la atención de los presentes. Con un gesto de la mano, el noble indicaba la dirección hacia el pozo, esperando que el sucio campesino cumpliera con la tarea encomendada. ¿Por qué el Gran Maestre lo había escogido a él para visitar este pueblo tan sucio? Se rociaba perfume para alivianar el olor de los plebeyos. Podría llegar a enfermarse si se mantenía mucho tiempo allí con ellos.

Hercus se detuvo en silencio. Dejó caer el saco. Hizo una leve reverencia y se dispuso a cumplir el mandato. Se encaminó hacia el pozo, listo para cumplir con la tarea asignada por el Maestre. Regresó con el yugo al hombre y bajó el objeto. Mas, dos de los guardias le patearon los baldes, haciendo que el agua se demarrara sobre el suelo, decorado con le nieve. El sol había sido tapado, por lo que todo estaba opaco.

—Pero, ¿qué haces tonto campesino? Eres un inútil —dijo el ilustre servidor público—. Ve por más.

EL HIELO DE LA REINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora