11. El fantasma

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El búho que había estado inmóvil en el techo volvió a acomodarse en su hombre. Se puso a conversar con él, mientras le preguntaba que le gustaba comer. Era acompañado por Heos, que siempre estaba a su lado.Había algo curioso con Heris. En realidad, muchas cosas. En cada rincón de Glories y hasta en todo Grandlia era conocido que los cuatro búhos y las cinco lechuzas blancas estaban al servicio de su majestad. Algunas veces la más especial de ella, la que tenía una gema morada y un adorno plateado, era una mensajera directa de su alteza real, por lo que se debían arrodillar ante el ave. Hizo memorias de cuando era niño, cuando la había visto sobre el techo del carruaje de la que, en aquel entonces era la princesa Hileane. En general, la había observado en numerosas ocasiones con los soldados de Glrories, cuando venían a buscar el tributo a la reina o patrullando el cielo. Aquel recuerdo borroso que había tenido antes desmayarse en el bosqe que se repetía en su cabeza. Una figura humana con un vestido blanco y un ave de ese mismo color. Pero luego había aparecido Heris con ropa azul, cabello castaño y piel morena. Todo era distinto. Acaso, ¿eso último había sido producto de su imaginación en su delirio al estar a punto de morir? Era lo más probable y lo que lograba explicar la situación. Mas, era intrigante cómo Heris también tenía un diestro mandato sobre búhos y lechuzas. ¿De dónde venía ella y por qué había decidido alojarse en aquel apartado y terrorífico lugar?

—¿Cómo debería nombrarte? —preguntó Hercus al búho. Pensó por algunos segundos—. ¿Qué tal? ¿Sier? —El búho parado extendió sus alas—. Sier, será.

Hercus había llegado al pozo para sacar agua. Apenas se disponía a empezar, cuando fue interrumpido por personas desagradables. Estiró su mano y detuvo una piedra a su lado izquierdo, sin mirar. Heos se puso en guardia y comenzó a gruñir, enseñando sus agudos dientes.

—Pero miren a quién tenemos aquí. El fantasma de Hercus ha vuelto del bosque —dijo Zack de manera burlesca. Estaba acompañado por su grupo y por sus hermanos—. Ustedes también lo ven, ¿no? Es para estar seguros. —Rieron de manera despectiva.

—Para aumentar su alegría. No soy un fantasma. Aún estoy vivo. Gracias por preocuparse por mí. Si me extrañaron, ya no estén tristes—dijo Hercus con ironismo. Le arrojó la piedra, lanzándola de forma elevada—. Ya no me lloren. Espero vivir muchos años más.

—Aun con tantas heridas, no dejas decir estupideces —dijo Zack de forma altiva y con molestia.

—Pero no más que tú, pues es una de las pocas cosas que me llevas la delantera —dijo Hercus con expresión firme. Luego de que lo hubieran abandonado a él y a su hermano, ya no sería tan condescendiente con ellos.

—Mírate. Estás todo vendando. Mejor hubieras muerto, para no verte así de lamentable y deplorable —comentó Zack con ánimos de buscar pleito.

—Incluso con un brazo y con una pierna soy capaz de vencerte. Entonces, ¿quién es el lamentable entre los dos?

Zack siseó con su boca y se encolerizó de la rabia. Siempre que se encontraba con el maldito de Hercus se la dañaba el día. Si él no existiera, fuera el guerrero más destacado del pueblo, y obtendría el cariño de todas las muchachas, incluso la de chica más hermosa de Honor, Lara, la hija del mercader, el señor Royman.

—No hay gloria en vencer a un moribundo. Y ya estoy harto de estar aquí.

—En ustedes no hay honor. Ni siquiera en ti, Lysandra. Me has decepcionado.

—No eres nadie mío, como para alabarte o enorgullecerte, Hercus —dijo Lysandra, sin inmutarse.

—Bien dicho. Lysa. Vámonos mejor de aquí

Hercus respiró profundo. Hizo caso omiso a lo que había pasado y se dispuso a hacer la tarea que había venido a realizar. El balde de madera, descendió de forma veloz, amarrado por el gancho a la cuerda hasta sumergirse en la profundidad. Se oyó un sonido resonante, como la mezcla de un chapoteo y un eco, que se elevó desde lo hondo, que retumbó contra las paredes, reverberando con un tono distintivo que se desvaneció con gradualidad, dejando solo el murmullo tranquilo del agua agitada por la llegada del objeto. Fue corto y luego se desvaneció por completo. Agarró el yugo, donde lleno uno primero y repitió la misma acción, hasta tener los dos listos. Al haberlo hecho, un grupo de muchachas, que había escuchado que había muerto, salieron a saludarlo y darle regalos.

Aquellas animadas señoritas llevan puesta una saya blanca y por encima una sobretúnica con corsé que variaban de tonos, que era ajustado por los cordones al frente de su torso, mientras que algunas cubrían su cabellera por un pañuelo, otras lo tenían recogido u suelto. Parecida a ella, vestían todas las mujeres de marca negra de toda la corona gloriense, exceptuando, por supuesto, a las de la nobleza y la realeza, que usaban atuendos más coloridos y más lujosos. Aunque nadie había visto a la reina ni a la princesa desde hace ya varios años. No sabía por qué lo hacían, pero era común que ellas le dieran obsequios, desde comidas hasta bebidas. Hercus no encontraba explicación para eso. De cierta manera, él era más popular entre las jóvenes y hasta en las solteras y viudas menores de cuarenta. No se había visto en un espejo. Pero su rostro era agraciado y fino, como la de un noble príncipe. Además, nunca se había arreglado y casi siempre estaba sucio por labrar la tierra y por su entrenamiento. Incluso, ni eso podía ocultar su atractivo que destacaba entre todos los demás del pueblo de Honor. Sin mencionar que su cuerpo era más marcado y atlético que el de los demás.

Las chicas deliraban cuando se quitaba la camisa y les mostraba el tallado abdomen. Su cuerpo se acaloraba de una manera extraña. Hercus era famoso y admirado por hombres y mujeres por las hazañas que había logrado cuando era un niño. Era el héroe y campeón de Honor en los juegos y por eso era que Zack, sus hermanos, Lysandra y su grupo de amigos lo molestaban y lo fastidiaban cada vez que se lo cruzaban. No soportaban que Hercus fuera el sobresaliente, siendo un sucio y mendigo huérfano.

El búho nada más movía la cabeza, como tratando de entender de dónde habían salido tantas muchachas, y cada una con algo para darle de forma masiva.

Hercus se vio obligado a ayudarlas a sacar agua del pozo para ellas. Más tarde solo le pudo distraerlas con la intervención de Herick que, en menor medida, también famoso entre las muchachas. Aunque eso no era de su interés. Se escabulló de la multitud con el yugo de madera sobre sus hombres y apurando el paso se dirigió a las caballerizas.


El establo estaba construido con madera envejecida y piedra rústica. Se presentaba una modesta pero robusta estructura. El techo inclinado resguardaba el interior de las inclemencias del tiempo, y pequeñas ventanas permitían la entrada de luz natural. Era como una casa enorme en el pueblo. Dentro, las paredes revelaban marcas del tiempo y del uso constante. El suelo era de tierra batida, cubierto con paja para proporcionar comodidad a los caballos y emitía un característico aroma a madera y heno. Los compartimientos individuales para los caballos estaban separados por barandillas resistentes. En cada uno, se encontraban montones de heno y cubos, satisfaciendo las necesidades básicas de los animales. El sitio emanaba una sensación de calidez y cuidado. Llenó otro de los baldes con cebada y se lo fue a llevar al caballo que se mantenía en el último puesto, en el rincón más profundo. Estaba aislado y apartado, por ser el mejor y más capaz de todos, Gran Galand, Rompedor.

EL HIELO DE LA REINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora