85. Batalla final

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La reina Hileane tenía sus dos manos alzadas. En cada una de ellas había una pequeña tormenta de escarcha blanca que, luego se materializaron; en su diestra una espada y en la zurda una daga de cristal. Las dos armas flotaban, sin tocar los palmares de su alteza. Luego salieron volando hacia él.

Hercus hizo una maniobra dando un salto hacia atrás. Como si el tiempo transcurriera en cámara lenta, guardó el cuchillo en su vaina y agarró la espada con ambas manos con firmeza, incrustándolo en el mutado. Al ser apuñalado por la mágica hoja de su majestad, se empezó a congelar. Después, se disipó en el aire en una explosión de escarcha. Así que la oscuridad no podía regenerarse ante el hielo de la reina.

Al segundo lo cortó en la mitad de forma horizontal, al tercero lo apuñaló por la boca, al cuarto lo dividió de forma vertical por la cabeza. Ya solo faltaba él último.

El quinto de ellos fue quien se llevó la peor parte. Al atacar a Hercus perdió los brazos, luego las piernas. Cayó boca arriba sin poder unir de nuevo sus extremidades ya que la magia de hielo sellaba sus heridas. Se acercó, mientras sus botas con tacón resoban en el piso. Envainó su espada a su espalda y sacó la daga. Se agachó y traspasó el corazón del monstruo, haciendo que estallara en una tormenta blanca y gélida. Pero no había tiempo para celebrar. Aún quedaban los otros cuatro que, no se habían movido y eran más corpulentos que los resucitados. Esos seres, de manera repentina rugieron como bestias y arremetieron contra ellos. Estaba a su límite y necesitaría la ayuda de sus compañeros para estos.

—Godos, Lis y Darlene al primero. Warren y Arcier, el segundo —dijo Hercus y ellos se replegaron—. Yo tomaré a los que queden.

El que venía a la cabeza arremetió contra él. Hercus se movió habilidad y esquivó su acometida. Se dio la vuelta de forma rápida, agarró una lanza y la extendió con firmeza hacia la boca del mutado. La sangre, tan densa y oscura como la noche, bañó el suelo, al igual que la vara con punta afilada. Una sombra espectral emergió del fallecido y voló hacia otro de los mutados. Estos si sangraban.

—¡Cada vez que maten a uno, los otros se harán más fuertes! —exclamó la princesa Hilianis desde la lejanía.

Eso solo les dejaba dos opciones: matar a los tres que quedaban al mismo tiempo o matarlos uno por uno y enfrentar a uno que fuera demasiado fuerte. En su estado ya estaba cansado, herido por una espada invisible que todavía estaba incrustada en su abdomen.

—¡Escucharon! ¡Hay que matarlos de manera simultánea! Apunten a su boca o la parte posterior y alta de su cuello, justo en su nuca... A la cuenta de diez, todos realicen su mejor ataque —dijo Hercus. era tiempo de terminar con esa batalla inesperada—. Diez... Nueve... Ocho...

Hercus tomó una espada que se encontraba sin dueño y miró a la reina, esperando que ella entendiera su mensaje.

—Uno...

Su majestad Hileane, congeló la mitad del cuerpo de los tres. Luego, Hercus fue hasta donde estaba el mutado más cercano, saltó y clavó la espada en la parte trasera del cuello. Godos en ayuda Lis y Darlene, utilizó la cabeza de su hacha y lo decapitó con ferocidad, mientras la sangre empapaba su rostro. Sin embargo, Warren y Arcier estaban en el suelo, cuando el experto oscuro voló hacia el de ellos. Después, Godos, Lis y Darlene hicieron frente a los dos restantes en compañía de Warren y Arcier, pero no podía controlarlos. Sus amigos fueron sometidos y arrojados al suelo, incluso el corpulento Godos, se vio superado los enemigos. Aquellos seres se hicieron con el poder de una espada larga de Warren y el martillo de Godos.

Hercus se apretaba el vientre, dado la herida que tenía allí. Antes había intentado matar a la reina Hileane. Mas, ahora se encargaría de protegerla dado que se encontraba herida y enferma. Cerró sus parpados y percibió un viento fresco que acariciaba su espíritu. El monstruo del martillo acometió contra él. Se puso en guardia y amortiguó el golpe que le había lanzado con la hoja de cristal que la reina le había otorgado. Blandió su espada, pero aquel ser sombrío se agachó. Contraatacó, dándole un codazo en la cara y luego otro. Forcejeó con esa criatura horrenda, hasta el punto que su rodela cayó por el suelo. Estuvo chocando su arma contra él en un intercambio de ataques. Luego, se movió hacia la derecha, le dio una patada el reverso de las rodillas y lo hizo hincarse. La espada de cristal se hizo más larga y le travesó el cuerpo del mutado, haciendo que quedara atrapado en el piso. La sangre negra emergía de él. Le arrebató el martillo en forcejeó de fuerza y se puso a un costado. Empezó a darles golpe en la cabeza, haciéndole crujir el cuello, desfigurándolo y rompiéndole la carne, hasta que le desprendió cabeza del cuerpo, dado la vehemencia de los impactos. Ella rodó por el suelo, haciendo un charco sombrío.

Entonces, esta vez, fueron dos sombras las que sumergieron en el enemigo restante. Intentó respirar, para recuperar el aliento. Pero el último de los transformados ya iba camino hasta donde estaba la mujer que odiaba tanto antes de volver de nuevo a Glories. Ya había causado una herida a su venerada y amada reina, y no iba a permitir que nadie más la tocara. Su majestad por prevención, transportó a la princesa lejos de su posición.

El cuerpo de Hercus reaccionó por instinto. Inició a correr de manera apresurada en paralelo al monstruo en medio de la sala del trono, hasta donde estaba la reina. Su majestad Hileane estaba herida y lastimada, por lo que usar su magia implicaba un gran desgaste de energía y magia. Era para esto que había estado entrenando toda su vida. Su única meta, su objetivo, su más grande sueño era custodiarla como su guardián. A pesar de estar siendo defendida por los leones y las aves de presa.

Hercus adelantó al monstruo. Se plantó con firmeza y cruzó sus brazos en una cruz, recibiendo la embestida, como si aquel ser fuera un toro furioso. Se deslizó algunos metros por el piso de cristal. Miró por encima de su hombro y expresó una sutil sonrisa a soberana.

—Mi reina. Yo seré su guardián —dijo Hercus con seguridad y confianza—. Mientras yo viva, nadie volverá lastimarla. Ni siquiera un mechón de su cabello... Protegerla es mi destino, mi gran señora.

La monarca de Glories no dijo nada y su semblante no cambió en lo más mínimo. Estaba bastante fatigada y sudada, como si estuviera hirviendo por dentro, como si el hielo se estuviera derritiendo. Pero Hercus entendía que así todo estaba bien. Solo debía encargarse de cuidarla.

EL HIELO DE LA REINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora