77. El malestar

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Hercus estaba seguro de que les mostrarían su verdadera identidad a los demás miembros del grupo y lo hicieron más pronto de lo que esperaba. Todos estaban sorprendidos al mismo tiempo que quedaron encantados con la hermosura de las dos mujeres.

Creo que entenderán nuestras razones por las que pasábamos encapuchadas y por qué ahora mostramos nuestros rostros. Además, Hercus comentó que, si nos revelábamos ante ustedes, podríamos formar parte de su extraordinario grupo. —Lis acomodó un mechón de su cabello detrás de la oreja—. ¿Tienen algún problema en que nos unamos?

—No.

—No.

—No. —Warren fue el último en responder mientras se acercaba a ellas—. ¿Y se puede saber el nombre de esta preciosura? Es un verdadero placer que mis desmerecidos ojos puedan apreciar a una mujer tan bella como usted.

Warren tomó una de las manos de Lis y le dio un galante beso.

—Lis, así pueden llamarme —respondió la albina con tranquilidad—. Y realmente soy modista, no solo sastre.

—Es todo un honor admirar su hermosura, señorita Lis. ¿Y quién tenemos de este lado? —Warren se movió hacia el puesto de Darlene y ella le extendió su mano, la cual él tomó sin dudar.

—Soy Darlene. —La mujer de cabello rojo notó empezó a apretarle con fuerza la mano de Warren—. Y como ya dije, soy herrera.

Lo soltó con una sonrisa en los labios mientras Warren sobaba su mano.

—¿Cómo es que tienes tanta fuerza? Creo que tienes más que Arcier.

—Por mi trabajo y, ya que nos hemos conocido, tengo una proposición para hacerles.

—Sí, ¿y cuál es esa propuesta? —interrogó Warren.

—Quiero hacer armas personalizadas para ustedes. Estuve escuchando su conversación y tengo algunas ideas.

Eso era parecido a como habían hecho el viejo Brastol y las hermanas para los juegos de la gloria. Pero ahora no era para ningún torneo, sino, para llevar a cabo un asesinato, el de la reina Hileane, la bruja de hielo. Armas que se acomodaran y les permitieran utilizar de mejor forma sus habilidades, sería mucho mejor.

—Pero hay un problema, necesito un puesto para hacerlas.

—Hay alguien que nos puede ayudar —dijo Hercus, mientras se coloca de pie. Había una bruja que le daría cualquier cosa que necesitara para llevar a cabo la misión que les había encomendado—. Y ahora que estamos completos, quisiera poner en marcha algo que tengo planeado. Y no implica desgaste. Solo les mostraré las posiciones y movimientos que tendrían que hacer.

Al día siguiente, Hercus fue a la sala del trono, donde la reina Melania lo recibió de forma agradable. Le comentó acerca de que un miembro de su grupo quería hacer armas para ellos. Ella aceptó sin demora y les prestó un puesto de herrería, en el cual, Darlene, se colocaba a trabajar. Durante el día practicaban sus ataques combinados. Todos se fueron afianzando con el estilo del otro y Hercus ya se encontraba en plena forma de nuevo. Las marcas después de que Lis untara la pomada, se secaron, dejando en su piel las cicatrices de su castigo. Sin embargo, algunas veces lo atacaba un dolor en el corazón, como si estuviera siendo apuñalado e incinerado. Ese dolor duraba poco, pero cada vez se fue haciendo más fuerte.

Aquellos exiliados se convirtieron en sus amigos y las personas que lo ayudarían a lograr vencer a Hileane. Sin mencionar que algo extraño le sucedía con Lis. Se sentía muy cómodo al estar con ella y no podía negar que era muy bella. Mas, en él no tenía ningún sentimiento de afecto o romance que no fuera por su esposa muerta. Luse era una excelente guerrera, que había demostrado tener mejor técnica incluso que Warren y estar a la par enfrentándose a él. ¿Dónde había aprendido a luchar de esa manera? Desde que las brujas habían ascendido a los tronos, las mujeres se hicieron más participe en temas militares. En esos días que había pasado con ellos, logró distraer su mente, hasta que le dieron esa noticia que terminaría de devastar su alma. Su majestad Melania Darkness lo había mandado a llamar, justo un día antes de comenzar el ataque contra Hileane.

EL HIELO DE LA REINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora