64. El último recuerdo

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Hercus estaba allí de nuevo, en esa zona lúgubre, llena de oscuridad. Esta vez, en sus pies, se sentía como caminar como un lago con poca agua. Volvió a ser un niño y a su alrededor se desplegó aquel paisaje de tantos años atrás. Luego de que su padre ser recuperara por la mujer médica, todo siguió con normalidad. Aquella noche la princesa Hileane se había casado con el rey heredero, Magnánimus Grandeur. En los días siguientes solo hablaba de los nuevos monarcas y de la reina consorte del monarca de Glories y a eso se sumó la noticia de que el rey y la reina estaban esperando a su primer hijo. De manera adelantada, siete meses después se dio a conocer el nacimiento de la joven alteza, la princesa Hilianis Grandeur, la primogénita del gran reino de Glories, del centro de Grandlia.

Hercus oyó las buenas nuevas y desde el acontecimiento del alumbramiento del nacimiento de la princesa Hilianis pasó más de un año. En ese tiempo, se divirtió con su padre y con su madre. Estaba jugando y pasó el día con los niños, con Zack, Axes, Lysandra y los demás niños. Pero al volver a casa, se encontró con una terrible situación. Corría a la cama de su amado ascendiente.

—Agradécele a la reina Hileane por haberte salvado, hijo mío —dijo su padre en su último suspiro. El cuerpo de Herodias perdió aquel privilegiado virtud de la vida y su alma abandonó su ser.

Hercus no asimilaba eso. Debía encontrar de nuevo a esa mujer médica que lo había curado, ella podría salvarlo.

—Iré a buscar a un médico, madre. Mi padre todavía puede ser sanado.

—Mi amado hijo, eso ya no sería necesario. —Ligia lo envolvió en sus brazos—. Él ya ha fallecido.

El dolor cubrió el cuerpo de Hercus y el amargo sollozo por la pérdida de su padre volvió a mojar su rostro. Se dejó llevar por el llanto, acompañando los lamentos de su madre.

—Padre, ahora que ya no estás, yo cuidaré y protegeré a mi madre —prometió Hercus, sosteniendo la mano de su padre y apretándola con sus escasas fuerzas—. Y le agradeceré a su majestad en persona.

Así, veinte días después del fallecimiento de su padre, su madre y Rue estaban ocupadas trabajando. La ausencia y la partida de Herodias había dejado un ambiente melancólico y lúgubre. Aún los mantenía sumidos en la tristeza y hablaban poco. Sin embargo, de repente, su madre empezó a vomitar y su piel se volvió pálida.

—Ligia, ¿te encuentras bien? ¿Qué te sucede? —preguntó Rue, con preocupación.

—No lo sé, de repente me dieron náuseas y ganas de vomitar.

—¡Madre, madre! ¿Estás bien? ¿Estás enferma? —preguntó con preocupación, acercándose a ella para sostenerla.

—Sí, Hercus, estoy bien.

—¿Sabes lo que eso podría significar, Ligia? —interrogó Rue, de neuvo.

—Sí, entremos a la choza para que me examines.

—De acuerdo.

Después de algunos minutos dentro de la choza, Rue finalmente salió.

—¿Qué le sucede a mi madre? ¿Está enferma? —preguntó Hercus de inmediato. Recordaba esto como la vez que su padre había estado mal.

—No, no está enferma. Está embarazada.

—¿Embarazada, como las ovejas?

La joven Rue empezó a reír ante su comentario inocente comentario.

—No, como las personas, y eso significa que tendrás un hermanito o una hermanita —dijo la joven Rue con una sonrisa—. ¿Qué prefieres, un niño o una niña?

EL HIELO DE LA REINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora