43. Las arenas

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El pregonero explicó las reglas de las arenas, que eran diferentes a las pruebas por profesión.

—Se puede dejar malherido al rival. Pero está prohibido matar. Se gana dejando noqueado al contrincante o cuando no pueda seguir en el combate y no por banderas o puntos. Se irán librando dos peleas de cada camino. Es decir, intercaladas para avanzar de forma simultánea. Habrá periodos de descanso cuando el reloj de arena se agote. Además, podrán atacar, defender y contraatacar cuanto gusten. Son libres de usar sus armas favoritas. No es por turnos y no se permite uso de sustancias que causen malestar, debilitamiento o alucinaciones en sus oponentes. Cualquiera que lo haga será castigado con deshonra y será eliminado. Los dos vencedores de cada sección se enfrentarán en la final, para conocer al gran ganador de los juegos de la gloria. Eso es todo. Que comiencen las arenas.

Así, el cielo cubierto de nubes grises y oscuras, mientras de forma controlada la nieve caía en el reino de Glories en cada una de sus provincias, en el pueblo de Honor, donde los ancianos y los más jóvenes contemplaban los juegos a través de los cristales que había hecho aparecer su majestad. Y más en la ciudad real, hogar de la reina de hielo que dominaba el clima y las impetuosas ventiscas. Las dos tarimas de cristal se unieron en una sola de forma cuadrada que era más grande, con escalones en sus cuatro lados. La imagen de los dos combatientes a luchar se proyectaba, cada uno en espejos que flotaban en el aire, mientras que el nombre era reproducido por el cuerno por la voz del pregonero.

Hercus había salido elegido para abrir la pelea contra otro caballero. Su armadura de cuero con sus hombreras y brazaletes de metal le daban un aspecto sofisticado. Su equitación con espadas, escudo y dagas le deban un aura atemorizante. Con su semblante serio y concentrado caminó por el terreno del coliseo, hasta llegar a los escalones de cristal y subió a la tarima azulada. Su respiración rea pausada y tranquila. La suela de sus zapatos emitía un ruido leve al andar sobre el piso. Miró un momento hacia el trono donde estaba la reina. Allí estaba la mujer más poderosa e importante de Glories y de toda Grandlia. Respiró hondo y enfocó a su rival. Por un instante se sintió como si fuera un niño de nuevo, lleno de sueños y anhelos. Algún día conocería a su majestad y le podría dedicar las palabras de sus padres fallecidos. No se las diría hasta que se convirtiera en el gran ganador de los juegos de la gloria, ya que de otra manera no sería digno de estar ante la presencia de su suprema monarca. Su cabello castaño era movido por la brisa fría que se producía. El sol había sido tapado y había un clima grato y refrescante. Tantos años deseando y esperando una oportunidad para mostrar su habilidad ante su soberana. Y por fin, el día había llegado. No se contendría ante nadie. Era la forma honorable que tenía para corresponder la valentía de sus oponentes.

La reina Hileane levantó su mano derecha y la dejó caer con sutileza. Era la señal para dar comienzo a las arenas delo juegos de la gloria. Los cuernos de guerra sonaron con fervor y los tambores retumbaron de manera crítica y épica.

Hercus avanzó con paso lento hacia su opuesto. Sus ojos azules resplandecieron al estar por iniciar el combate. Había un griterío y un bullicio de parte de los plebeyos, mercaderes y nobles. Cada uno apoyaba a su representante en el comienzo del evento principal del torneo, y el que daría a conocer al gran ganador de los juegos de la gloria.

Hercus no sacó ninguna de sus armas. Al acercarse al caballero con su armadura y yelmo puesto, sabía que eso le quitaba velocidad. Vio como su rival, blandió su espada en una diagonal, la que esquivó con destreza y aprovechó para arrancarle el escudo de un tirón, casi arrancándole la extremidad. Se puso en una postura de pelea con puños y repelió con su brazalete zurdo el espadazo, haciendo que el Sir quedara desprotegido. Echó su cuerpo y su brazo derecho para atrás y le propinó un fuerte golpe en la zona de la defensa, haciendo que el metal se hundiera. Su puño y su fuerza eran como una lanza de acero que aplastaba todo a su paso. Sus atributos sobrehumanos eran superiores a los de cualquier otro guerrero allí presente. Solo las brujas pudieron apreciar la onda del choque que había travesado el cuerpo del Sir de forma invisible.

El caballero sintió un líquido caliente que le salía de la boca. Era su sangre brotando de su organismo. Hizo un gesto como de vomitar y derramó más dentro de su yelmo. Sus parpados le pasaban. Su visión reducida a través de la mira del yelmo, se hizo más pequeña, y pronto fue arropado por el sueño y la oscuridad total, que le daban un grato descanso.

Hercus evitó que cayera de forma brusca y lo recostó con cuidado en el piso. El coliseo enmudeció ante lo que había presenciado. Un solo golpe con su puño había bastado para dejar fuera de combate a un atlético Sir, que se jactaban juntos los varones, condes y marqueses de su sobresaliente deportividad.

Los médicos reales hicieron su participación por primera vez en los juegos de la gloria al atender al Sir. Estaba vivo y despertaría al cabo de unos minutos, o algunas horas. Se lo llevaron en una camilla para atenderlo de mejor manera y para despejar la tarima. El líder de los médicos hizo una señal de que todo estaba bien.

—Hercus es el ganador. Hemos anotado el tiempo de la pelea. En su apertura, logra tener el récord de la victoria más rápida —dijo el pregonero, observando al plebeyo con asombro.

Las jóvenes de cualquier estrato y damas nobles de Glories y de otros reinos se hicieron seguidoras de Hercus por sus hazañas en los juegos y por su gran atractivo y figura marcada. Y habían ratificado su favoritismo por el hermoso e imbatible guerrero, luego del elogio de la misma reina de hielo y la bruja de la escarcha. En esa instancia, Hercus era deseado por cada mujer soltera, viuda y hasta deseado por las casadas, que lo querían como su amante y consorte. No había quien resistiera los encantos físicos y la maestría en el arte de la batalla del joven campesino.

Hercus hizo una reverencia en dirección hacia su venerada reina. Su majestad era la única persona en la que Hercus estaba interesado. Aunque fuera presuntuoso al querer tocar a la estrella más brillante y lejana del cielo. Se retiró de la plataforma en medio de aplausos. Era codiciado por las mujeres y envidiado y aborrecido por los nobles al no poder derrotarlo.

EL HIELO DE LA REINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora