42. El elogio

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Los demás participantes hicieron la elección del camino que deseaban luchar. Podían escoger entre un baile con la reina y un deseo, o, con la princesa y ser su invitado del palacio por siete días. Herick eligió a la joven alteza. Los demás concursantes caminaron hacia una tarima u otra, llenando los sitios. Sin embargo, por primera vez en el torneo hacían sus apariciones muchos más guerreros, que habían estado esperando participar solo en las arenas, ya que no tenían ningún interés en las demás competiciones. Solo quería ganar el favor de las dos soberanas. Entre ellos destacaba un imponente hombre de aspecto adulto. Era Lord Warner, un temido señor de Glories. Además, apareció otro grupo de caballeros de elite, donde estaba a la cabeza Sir Dalión, el capitán de los caballeros y su vicecapitán, Sir Milo. Había estado viendo la penosa participación de los demás Sir, que habían sido humillados por un sucio y rastrero plebeyo. Desde la tarima, miraban con desdén al campesino. ¿Cómo era que se había atrevido a hablarle a la reina sin ser llamado? Se había tomado ciertos atrevimientos, por haber ganado en los estúpidos juegos; si lo que en verdad importaba era esto, la arena final. Estaba también el Conde Percival de más de treinta años, quien se había entretenido con las demás pruebas. Ahora, quería bailar con la princesa y ser invitado al castillo, para seducir a la joven alteza, para hacerse con el título de príncipe consorte de Glories. La riqueza y seguridad estaban garantizadas. ¿Por qué no iba por la monarca? Era porque no estaba loco, ni tampoco era un tonto. La reina Hileane era una bruja sin sentimientos, que había desterrado hasta el mismo rey de la casa Grandeur, Magnánimus. Ningún hombre era tan estúpido como para intentar cortejar a la reina. Ella era una mujer que no podía ser controlada y que estaba fuera del dominio de cualquiera. Intentar ser su marido, era una sentencia de muerte, ya que lo más probable era que su majestad lo matase, y, en el mejor de los casos, como le ocurrió al anterior rey, ser exiliado de su propio reino.

—Honorables ciudadanos, nobles y realeza de todo el continente de Grandlia, con ustedes, la gobernante absoluta de este reino: el poder, la sabiduría, inteligencia y la belleza hecha mujer, su gran alteza real: la reina Hileane de la casa Hail —dijo el pregonero con emoción y gran volumen, mientras que su mensaje fue traducido por los espejos y el cuerno de cristal, que flotaban en el aire.

La reina Hileane se puso de pie de su trono y todos le rindieron reverencia. Sostenía su cetro en su diestra y llevaba un mágico vestido morado.

—Participantes de todo el mundo. Luchen con honor y con valentía por la victoria... Por la gloria —dijo su majestad con certeza y con voz tétrica, que provocaba un escalofrío en las personas—. Antes de que inicie la fase final, quisiera llamar a uno de ustedes... Hercus de Glories. Levántate y ven a mí—. Hercus obedeció sin demora el mandato y se puso de rodillas frente a ella—. En estos juegos, has tenido una actuación sobresaliente y has ganado en que cada prueba en que has participado. Es por eso, que yo, la reina y soberana de Glories, te elogio. —Así como al principio del torneo, la monarca solo dio un aplauso y fue seguida por la multitud por una lluvia de choques de parte de los presentes—. Te concedo el permiso de dirigirme la palabra y de verme a la cara sin ser condenado.

La reina Hileane extendió su brazo, con el reverso de la mano apuntando hacia él. Hercus notó esto y sostuvo el frío palmar y la pegó en su cabeza, como muestra de obediencia, respeto y servicio hacia ella.

—Agradezco por su elogio y por su distinción, mi gran señora —dijo Hercus, con su corazón agitado por lo que había pasado—. ¡Larga vida a la reina!

—¡Larga vida a la reina! —dijeron los nobles, eruditos y la guardia real y así se unieron todos los demás—. ¡Larga vida a la reina!

Hercus había imaginado muchas veces cómo sería conocer a su majestad. Pero eso solo había sido un sueño imposible que jamás podía cumplir. Sin embargo, ahora estaba allí, en medio del coliseo, después de recibir los honores de parte de su venerada monarca. Todo lo lejos que había llegado a pensar que estaban las estrellas del cielo, por fin había llegado el día en que podía tocarla. Volvió a su puesto, mientras era enfocado por los espejos, y cada persona allí presente también dirigía su mirada hacia él.

Algunos lo hacían con admiración y otros con desdén. No soportaban la idea de que un simple plebeyo estuviera siendo elogiado por la temida y poderosa soberana de Glories, de la que todo varón sentía pavor y más aún, que recibiera tales honores, como si fuera un noble del consejo o guardia real. Era humillante para los que procedían de baja, media o alta cuna, no había quien se salvara de tal acto denigrante con las familias ilustres de Glories y de cualquier otro reino de Grandlia. Esta situación no podía ser pasada por alto, omitida. Ni siquiera, aunque lo haya decretado la misma reina de hielo todopoderosa, la bruja de la escarcha. Esos eran los pensamientos de Sir Dalión, quien se mantenía con su semblante serio, mientras en sus pupilas se reflejaba la figura del joven guerrero. ¿Y por qué su alteza real, que tanto odiaba y aborrecía a los hombres parecía tener cierta preferencia por ese sucio plebeyo? Tal situación resultaba intrigante. Aunque fuera algo imposible, parecía como si esa monarca de hielo estuviera interesada en ese rastrero campesino. ¿De qué manera? Eso era algo que no sabía en lo más mínimo o su sospecha era tan improbarle que la había descartado. Pero él le había dado flores, le había dedicado sus victorias y se había atrevido a hablarle en el banquete. Ella lo había salvado en un juicio y había desterrado a una familia de nobles, y ahora lo elogiaba de forma pública. Acaso, ¿esos no eran muestras de cortejo mutuo? ¿Qué estaba pasando entre ellos dos? Después de todo, la gran señora Hileane Hail, pese a que era una reina de hielo tirana y una bruja, también era una mujer. ¿Tenía las mismas necesidades que ellas o era inmune, incluso a esas cosas? Moldeó una sonrisa tensa, demasiado rápida, imperceptible para los que estaban allí. Había preparado algunos regalos para él, para que fuera avergonzado al frente de todos. Solo tenían una misión y era derrotar al maldito de Hercus.

EL HIELO DE LA REINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora