𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 39. 00

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Los escoltas de Ceasar reciben a Alan en la entrada de su apartamento de lujo, terminando por arruinar un humor que de por sí ya estaba amargo en Alan. Alan les gruñe verdaderamente resentido por lo de la última vez, cuando todos se le fueron encima queriendo regresarlo con Ceasar a la fuerza. Él los ignora a cada uno de ellos y ellos, que tienen cierto trauma por la peligrosa forma en que los noqueó, se hacen a un lado para no obstaculizar su paso.

Él entra al apartamento de lujo y se desplaza por la sala para llegar hasta en donde Ceasar está esperándolo; sentado en el majestuoso comedor frente al ventanal todavía más majestuoso. Ceasar no se pone de pie para recibirlo ni se porta lo caballeroso que siempre es con él, porque es evidente que el humor que presenta está igual de amargo que el suyo. Ceasar se ve disgustado a simple vista.

Caesar persigue a Alan con la mirada sin perder el tiempo en pestañear, sumamente serio. Se sujeta el mentón con ambas manos entrelazadas y cubiertas por sus infaltables guantes negros. Aguarda sentado en la silla a que se dé el momento en que Alan llegue al comedor y, cuando dicho momento se da, Alan toma asiento justo en frente suyo.

A continuación, el ambiente sombrío y tenso llega con Alan tomado de la mano. El silencio entre los dos, ahora que finalmente se han reunido cara a cara, es tan cortante que podría fácilmente ser cortado con unas tijeras. Ceasar se muestra con facciones severamente neutras, lo cual da a entender que no está contento en lo mínimo. En cuanto a Alan, él está teniendo una efusiva batalla visual con Ceasar; sus ojos plateados yacen clavados en los zafiros de Ceasar.

—Espero que tu día haya ido bien, Alan... ¿o debería llamarte capitán Lennox? —El primero en hablar es Ceasar, demostrando su descontento en el tono de su voz.

—Preferiría que me sigas llamando por mi nombre y no por mi apellido, Zar... ¿o debería llamarte jefe de la mafia rusa? —Él contraataca a Ceasar, usando exactamente el mismo tono de voz que el de éste.

—¿Cómo supiste eso? —Ceasar se incorpora en su silla de ipsofacto, aparentemente alertado por lo que acaba de escuchar.

—Oh, disculpa, cariño, ¿pensabas que sólo tú tenías contactos? —inquiere irónico, encarnando una de sus albinas cejas—. Ser capitán tienen sus ventajas: alianzas con el extranjero, por ejemplo.

Él se pone de pie de su silla sin quitar, ni por un segundo, los ojos de los de Ceasar. Se inclina hacia Ceasar mientras usa como base de apoyo las manos, que yacen sobre el cristal del comedor. La carpeta de color negro que trajo consigo, es aventada justamente en el rostro buen mozo de Ceasar. Éste la agarra de inmediato antes de que caiga al piso, la abre y de ahí saca unos documentos.

𝐄ᴸ ᴵᴺᶠᴵᴱᴿᴺᴼ ᴰᴱ 𝐀ˡᵉˣᵃᶰᵈʳᵒᵛᶤᶜʰ| ʏᴏᴏɴᴍɪɴ. [Pausado].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora