La tienda de helados estaba ubicada en una esquina tranquila del centro del pueblo, un lugar popular entre los habitantes de la zona para escapar del calor sofocante del verano. Victoria y Michael llegaron después de su paseo en bicicleta, y el sonido de la campanita en la puerta anunció su entrada.
El local era pequeño pero acogedor, con mesas de madera y una amplia variedad de helados exhibidos en una vitrina. Victoria pidió un helado de vainilla con chispas de chocolate, y Michael optó por uno de fresa. Mientras esperaban sus pedidos, Victoria se percató del nerviosismo de Michael.
-¿Estás bien? -preguntó, con una mirada preocupada.
Michael se frotó las manos, evitando su mirada.
-¿Es seguro que estemos aquí juntos? -murmuró-. No quiero causar problemas.
Victoria le sonrió con suavidad, tratando de aliviar su inquietud.
-No te preocupes. Yo no soy como mi padre. Aquí estamos bien.
Michael asintió, pero el temor persistía en su mirada. Se dirigieron a una mesa cerca de una ventana y se sentaron. Mientras disfrutaban de sus helados, Victoria intentó aliviar la tensión con algunos comentarios ligeros.
-¿Sabes? -dijo, entre risas-. Si mi padre supiera que estoy comiendo helado con el hijo de la criada, probablemente tendría un ataque al corazón.
Michael sonrió, aunque con algo de timidez.
-Bueno, espero que al menos le gusten los helados -respondió, intentando seguir el tono de broma.
Ambos rieron, compartiendo un momento de complicidad que desafió las normas de su entorno. Sin embargo, a medida que la conversación continuaba, empezaron a notar las miradas de los otros clientes. La gente los observaba con desdén, susurrando entre ellos y frunciendo el ceño. La atmósfera en la heladería se tornó incómoda y opresiva.
El gerente, un hombre corpulento con un delantal blanco, se acercó a su mesa con una expresión seria.
-Disculpen, jóvenes -dijo, en un tono que intentaba ser amable pero sonaba forzado-. Estamos por cerrar. Les agradecería si pueden terminar sus helados afuera.
Michael miró a Victoria con una mezcla de preocupación y resignación. Ella se levantó con elegancia y miró al gerente directamente a los ojos.
-Claro, nos iremos enseguida -dijo, su voz firme pero tranquila.
Ambos salieron de la tienda, llevando sus helados con ellos. Se sentaron en un banco cercano, continuando su conversación en un ambiente más relajado. Michael, aún afectado por lo sucedido, dejó escapar un suspiro.
-Supongo que no importa cuán buena sea la intención, siempre habrá gente que no entienda.
Victoria asintió, su expresión mostrando una mezcla de tristeza y determinación.
-Lo sé. Pero eso no significa que debamos dejar de intentar. Cada pequeño acto de desafío cuenta.
Michael sonrió, sintiendo una renovada esperanza al ver la determinación en los ojos de Victoria. Aunque el camino por delante sería difícil, saber que no estaba solo en su lucha hacía que todo pareciera un poco más posible.
La tarde se desvanecía lentamente mientras seguían hablando, compartiendo sus sueños y temores. En ese banco, con sus helados en mano, se forjaba una amistad que desafiaría las barreras impuestas por su sociedad.
Reunión en la Mansión Thompson
Al día siguiente, la mansión Thompson se preparaba para recibir a un grupo selecto de invitados. George Thompson había organizado una reunión con miembros del partido supremacista al que pertenecía, una cita que prometía ser tensa y cargada de odio. Clara, la criada, llevó a Michael para que aprendiera el oficio de servir en eventos importantes, una oportunidad que ella veía como necesaria para el futuro de su hijo.
Victoria observaba desde el balcón de su habitación mientras los invitados llegaban. Entre ellos, varios jóvenes aprendices de apenas diecisiete años, aspirantes a unirse al partido KKK. Eran arrogantes y confiados, y sus risas resonaban con una crueldad que Victoria encontraba repulsiva.
En el salón principal, Clara instruía a Michael sobre cómo servir las bebidas y los aperitivos. Michael, vestido con un uniforme blanco y negro, trataba de mantenerse invisible, pero su presencia no pasó desapercibida para los jóvenes aprendices.
-Oye, chico -dijo uno de ellos, un joven de cabello rubio y sonrisa burlona-. ¿Te crees que puedes servirnos bien, o tu clase ni para eso sirve?
Michael sintió cómo el miedo y la humillación lo inundaban, pero intentó mantener la compostura.
-Haré mi trabajo lo mejor que pueda, señor -respondió con voz baja.
Los otros jóvenes rieron, y uno de ellos le hizo una zancadilla mientras pasaba, haciendo que Michael casi derramara la bandeja de bebidas.
-Cuidado, no vaya a ser que te despidan antes de tiempo -dijo otro, con una sonrisa maliciosa.
Desde su posición en el balcón, Victoria observaba la escena con creciente enojo. Sabía que cualquier intervención suya podría empeorar las cosas para Michael, pero cada broma hiriente que los aprendices hacían la llenaba de indignación.
-Deberías estar agradecido de tener un trabajo, chico -dijo uno de los aprendices mayores, dándole una palmada en la espalda que casi lo hizo caer-. No todos tienen tanta suerte.
Michael apretó los dientes, intentando ignorar las palabras y concentrarse en su tarea. Su madre, Clara, le lanzó una mirada de apoyo desde el otro lado de la habitación, pero no podía hacer mucho más sin arriesgarse ella también.
Finalmente, la reunión comenzó y los aprendices se dispersaron, dejando a Michael un respiro temporal. Mientras servía a los invitados, notó a Victoria observándolo desde la distancia. Ella le dedicó una pequeña sonrisa de aliento, que Michael agradeció con un leve asentimiento.
ESTÁS LEYENDO
Tu mundo y mi mundo (MJ fanfic)
FanfictionEn la majestuosa mansión de los Thompson en Alabama, durante los años 50, la joven Victoria Thompson vive una vida de lujos y restricciones. Su padre, George Thompson, es un supremacista blanco. Un día, Victoria se encuentra accidentalmente con Mich...