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Desde el curioso altercado con el sargento en la jungla se aseguró de no dejarlo con ningún tipo de arma para usar, eso incluido el cuchillo o balas, además les pidió a todos no acercarse mucho a Caricias ya que no conocían la naturaleza de su nuevo ser, no sabían si podía ser peligroso o peor aún mortal con alguno de ellos, no necesitaban más muertos.
Gordi se encargó de sedarlo después, el ataque que sufrió en medio de esa jungla los llevo a la decisión de sedarlo por un tiempo para relajarlo, Coco lo escuchaba hablar y sentía que sus palabras por más enloquecidas que eran también lo hacían pensar, lo escuchaba susurrar acerca de un ascenso y más de los tres mandos, también escuchaba el nombre repetitivo que se plasmó en su mente, el sargento repetía siempre ese nombre, no conocía de quién era pero supuso fue importante para el, así debió ser para que Caricias se pusiera de ese modo con el nombre y más después de comprobar que sí estaba cayendo en la locura.

Eso le recordaba a Coco que seguían siendo mortales, que por más fuerte o por ser el mejor no te salvas de los horrores y sus maldiciones, siempre tocaba una u otra forma, le parecía triste el que Caricias se hubiera transformado de un soldado capaz y duro de roer a un tembloroso pedazo de lo que alguna vez fue y jamás será de nuevo, uno que le susurra a los árboles y no puede dejar de gritar.
Doloroso o no, ya no había vuelta de hoja, Caricias jamás sería igual después de esto, solo esperaba con todas sus ansias que no lo recluyeran en el sanatorio militar, eso sería solo un punto final para él.

Eso era verdad.

La brisa de la tarde solo enloqueció y se transformó en un aguacero implacable, el viento sopló enfurecido contra ellos helandole los huesos a todos en la compañía congelando hasta la médula de todos ellos, Coco tiritó bajo el frío he insultó enojado a Azulin por romper su camisa, si bien no era muy cálida era mejor que solo la camisola y esa chaqueta, en estos momentos se arrepentía de dejarlo hacerle lo que quisiera, maldito sea Azulin y sus enfermas filias contagiosas.

Cuando por fin paró de llover todos estaban casi congelados en el momento, sus pies temblaban del frío y escuchaba tintinear sus dientes por culpa del mismo, Coco también tenía frío, hubo un extraño cambio de temperatura inentendible que lucharon por dejar pasar pero el estar mojados y en la cumbre de una montaña no les ayudaba mucho con el frío, al detenerse ya entrada la noche todos casi rezaban por algo de calor así que se apuró a juntar leña lo más seca que pudiera encontrar, después de media hora de intentos fallidos y coraje del jodido frío pudo encender la fogata, el fuego débil sobre los maderos húmedos si bien no era ostentoso hizo que todos en la compañía se refugiaran a su lado buscando calentar sus helados cuerpos, Coco se sentó en cuclillas sobre la tierra y piedras suspirando del cansancio palmeando sus manos para sacar de ellas el polvo de madera y las piedras que juntó, viendo de frente a todos los otros repegarse por un poco de calor, no todos llevaban la chaqueta, estas iban colgadas en un lazo improvisado que hacía de tendedero para todos permitiendo que las prendas pudieran al menor orearse, la de él estaba colgada con las otras que eran dos, tan solo llevaba la camisola con las mangas enrolladas sobre su antebrazo mientras se acercaba a la fogata que poco a poco crecía su tamaño, se colocó un cigarro entre los dientes y delicado encendió aquel vicio, inhalando profundamente el cálido humo para guardarlo unos segundos buscando guardarse consigo el calor del cigarro, distante a los demás solo veía sus rostros cansados de todo disfrutar lo poco que tenían, Coco recordó entonces la carne de venado y pensó darle fin al suministro, todos se notaban hambrientos y los entendía, debían de tener hambre después de todo eso, más tarde haría de nuevo el asado para que así comieran lo poco que quedaba de la carne antes de que se perdiera por completo, ya no tenía tan buen sabor después de todo.

Pasó sus dedos entre los rizos haciéndolos hacia atrás sintiendo que aún estaban mojados, su cabello era difícil de secar a la larga así que pensó en la idea de secarse con su chaqueta, pero luego se arrepintió y mejor dejó que se secaran por sí solos, podía pedirle a Achuchones que lo peinara pero al verlo dormir tan absorto prefirió dejarlo así y cobijarlo con la tienda, al fin podía dormir eso ya era algo, pensó mirándolo de reojo, un bufido cansado salió de sus pulmones acercando las frías palmas al fuego de la fogata, escuchando la madera crepitar bajo el asiento del fuego.

Your EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora