Capítulo 14

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Parado en la cima del edificio, Ronan contemplaba el horizonte

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Parado en la cima del edificio, Ronan contemplaba el horizonte. Su figura etérea se agitaba levemente sobre el suelo. En medio de un silencio reflexivo, observó los tonos naranjas, rosas y rojos del atardecer, que le parecían casi mágicos. Ahora, incluso de vuelta a su forma no física, podía percibir colores, manteniendo viva esa realidad vibrante y llena de matices y emociones que había descubierto hace poco.

«¿Cuándo volveremos con Sydonie?», inquirió Morrigan en sus pensamientos.

Él guardó silencio.

«¡Quiero ir con Sydonie! ¡Tú eres aburrido!».

Su silencio reflexivo hizo que su compañera enviará muestras de mal humor a través de su vínculo. Ronan apenas se inmutó, acostumbrado ya a sus quejas y demandas de regresar a la tienda de antigüedades. Llevaba días comportándose así.

«¡No me ignores! ¿Por qué no hemos vuelto con Sydonie todavía?».

«¿Por qué no?», se preguntó.

Porque Sydonie Acheron era una mujer enigmática y peligrosa. La última vez había logrado que permaneciera humano más de un día, casi haciéndole olvidar su trabajo. La visita a la playa había sido especialmente atrapante.

Jamás olvidaría la sensación de la arena bajo sus pies, el vaivén constante de las olas, y la inmensidad del océano ante él. La playa, vibrante de vida, contrastaba con los escenarios solitarios y silenciosos a los que estaba habituado. La risa de Sydonie corriendo por la orilla había llenado el aire, haciéndole sentir parte de algo más grande, hermoso y abrumadoramente vivo.

Sin embargo, Ronan era consciente de que, a pesar del asombro y la curiosidad al cambiar de forma, no debía olvidar su esencia. La maravilla por descubrir lo nuevo y el deseo de entender la complejidad de la vida humana, en especial a Sydonie, debían mantenerse bajo control. Necesitaba este tiempo a solas para recuperarse de su influencia, o corría el riesgo de ser arrastrado por ella.

Ronan percibió la presencia de su compañero incluso antes de verlo.

—Te estaba esperando —dijo.

—Disculpa el retraso —respondió el otro recolector—. Hubo un incidente inesperado que requería mi atención.

Tras una breve pausa, ambos contemplaron el horizonte en silencio.

—Cuando me contactaste hace algunos días, querías información sobre Ewan Lynch y su descendencia.

—Exacto.

La última vez que Ronan visitó la tienda de antigüedades, descubrió a una nueva alma, el relojero Ewan Lynch, cuyo último deseo era entregar una caja musical a su hija. Buscando cumplir ese deseo, Ronan solicitó la ayuda de su compañero, quien, gracias a su posición de consejero en el Concilio de la Muerte, tenía acceso a información privilegiada.

—Lamento informarte que su hija falleció hace algunos años.

Ante esta noticia, Ronan reflexionó sobre la complejidad de su tarea.

—Esto complica las cosas.

«¿Cómo podrían ayudar a Ewan si ya no le queda nadie que lo recuerde?».

—Debemos encontrar otra manera —respondió Ronan.

—Existe alguien más —intervino su compañero—. Su hija puede haber fallecido, pero hay una nieta, Charlotte Winters. Encontrándola podrías liberar el alma de Ewan.

Esta revelación era crucial para su misión y sin duda alegraría a Sydonie.

—Gracias, Thane.

Al escuchar su nombre, la sombra de su compañero se volvió hacia él.

—Hace mucho que no me llamas así. Pensé que no usabas nombres.

Ronan, quien durante largo tiempo en su existencia etérea desestimó los nombres por considerarlos meras etiquetas, había aprendido de Sydonie la importancia de estos. Los nombres, le enseñó, eran una forma de respeto, así se reconocía la individualidad y existencia de alguien en el mundo.

—Así será de ahora en adelante —afirmó Ronan.

—¿Y cómo debería llamarte?

—Ronan.

Este nombre evocaba para él imágenes de mares tormentosos y paisajes inexplorados, reflejando su propia esencia. Lo había escuchado por primera vez entre las ruinas de una civilización olvidada, donde los nombres eran otorgados no solo por el sonido sino por el significado profundo que encerraban.

Ronan, que significaba «pequeño sello» en un antiguo idioma, simbolizaba resiliencia y supervivencia, valores que abrazaba en su nueva vida. Al pronunciarlo, sentía una conexión más profunda con su identidad humana, un sentido de pertenencia. No era solo una etiqueta, sino un recordatorio constante de quién había elegido ser en este vasto y desconocido mundo humano.

—¿Sabes, Ronan? —dijo el emisario antes de partir—. Creo que es acertado que hayas entablado un trato con la anticuaria. Siempre has sido curioso y, aunque no lo veías, también posees una esencia amable y poderosa. Experimentar la humanidad nos fortalece, no nos debilita. Sé que te volverás más fuerte.


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Manual contra amores inmortales [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora