Sydonie besaba con ímpetu.
Sus labios eran una mezcla de caricias ardientes que exigían y poseían. Ronan, ya familiarizado con su naturaleza apasionada, no se sorprendía; más bien, le parecía natural. Se había acostumbrado a la idea de ceder ante ella, a rendirse sin resistencia y dejarse conquistar, permitiéndose ser absorbido por su intensidad hasta que ella quedara satisfecha.
Al principio, ella lo besó con una pasión voraz que le cortaba la respiración, cada roce era una chispa que encendía un fuego nuevo y electrizante en el corazón de Ronan. Después, el ritmo cambió: comenzó a hacerlo con una profundidad y una lentitud que lo desarmaban, degustando cada sabor, jugando con su lengua, invitándolo a unirse a aquel juego. Esa transición era lo que Ronan más atesoraba: el punto dulce después del primer arrebato, cuando ella se suavizaba y él podía responderle en igual medida.
Exactamente como en ese momento.
En la penumbra cálida de la noche, se sumergió en el abrazo de Sydonie, su cuerpo moldeando el de ella en una danza íntima bajo el agua. La fragancia de su piel, una mezcla de flores, se entrelazaba con su respiración. Un preludio seductor al contacto de sus labios. Cuando ella lo besó, fue con una suavidad que encerraba una promesa; un roce delicado que se intensificaba gradualmente, explorando y demandando con una pasión medida.
El gusto de sal y dulzura se entremezcló en su boca. El sonido del agua acariciaba sus oídos, y cada movimiento en el abrazo creaba una melodía suave y envolvente. La textura de su piel, suave y resbaladiza, incitaba un deseo que se avivaba con cada movimiento. Los brazos de Sydonie se aferraron a su cuello y lo atrajeron más cerca mientras sus manos se aferraban a su cintura.
Entre besos, Ronan se perdió en un mar de sensaciones, cada una más embriagadora que la anterior; cada instante en los brazos de Sydonie era una seducción que despertaba su alma y avivaba un deseo ferviente. Los sonidos se redujeron a un susurro, el mundo exterior se desvaneció, y solo quedaron los latidos acompasados de sus corazones resonando más fuerte que el murmullo del agua.
Tras el beso, sus respiraciones eran rápidas y sus ojos destellaban con la luz de un entendimiento tácito.
—Llévame a los cojines —susurró Sydonie rozando los labios de Ronan—. ¿Puedes cargarme?
Atrapado en el calor del momento, Ronan asintió sin palabras. Con una risa ligera, Sydonie se aferró a sus hombros y enlazó sus piernas alrededor de su cintura. Él, movido por un impulso instintivo, sostuvo su cuerpo con firmeza, maravillándose ante la cercanía de su abrazo.
—Si me dejas caer y muero —bromeó Sydonie mientras él la llevaba cautelosamente fuera de la piscina—, te perseguiré en el más allá y jamás descubrirás los otros lugares en los que podrías besarme. —Su provocación era una promesa tentadora, un desafío que Ronan no tenía intención de perder.
Sin embargo, tampoco era fácil moverse sobre el piso con el agua escurriendo de sus ropas y Sydonie aferrada a su cuerpo. Aun así, consiguió llegar sin dejarla caer. Acomodó el cuerpo de Sydonie sobre las cobijas y los cojines, y se inclinó sobre ella. Su ropa y sus cabellos aún goteaban y, cuando un par de gotas cayeron desde su cabello hacia el rostro de Sydonie, él intentó apartarse. Sin embargo, ella rio y se aferró a sus hombros, manteniéndolo cerca.
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Manual contra amores inmortales [TERMINADA]
Romance¿Quién dijo que el amor y la muerte no pueden ser divertidos? Bienvenidos a la tienda de antigüedades de Sydonie Acheron, un lugar mágico donde los objetos esconden un alma... o dos. Allí, su vida dará un giro inesperado cuando Ronan, un gruñón grim...