El grim reaper avanzó con su característica calma a través del tumulto que se había apoderado de la escena. Las sirenas de las ambulancias resonaban en el aire mientras los sollozos y los gritos de los presentes tejían una capa de desesperación sobre el lugar. Un grave accidente de tráfico había tenido lugar en una concurrida intersección de Londres, dejando tras de sí un paisaje de metal destrozado, humo ascendente, y el acre olor a quemado que se adhería a todo.
A su alrededor, los mortales se movían con frenesí, intentando prestar auxilio, mientras que desde las sombras, varias figuras sombrías se deslizaban entre ellos, invisibles a sus ojos, listas para acompañar a las almas que acababan de desprenderse de sus cuerpos. A estas sombras se sumaban otros recolectores, vestidos de tal manera que podrían haberse mezclado entre la multitud, si no fuera por su capacidad de ver más allá del velo que separa a los vivos de los muertos.
Él, sin embargo, destacaba entre todos emanando una presencia que hablaba de tiempos antiguos, con su guadaña en mano y su manto oscuro ondeando tras de sí.
«Qué escena tan desoladora —murmuró su guadaña en sus pensamientos».
Él optó por ignorarla, enfocando su atención en la tarea que lo había llevado hasta allí. Se desplazó por el caos, buscando a la alma cuyo nombre había emergido en su lista, creando un puente que lo llamaba hacia ella.
«Allí —sentenció su compañera».
Se deslizó por la calle hasta acercarse a una pequeña figura inmóvil sobre el asfalto. Junto a ella, el alma de una niña flotaba, portando una expresión de confusión y lágrimas en sus ojos, alternando su mirada entre su propio cuerpo y su madre, quien, a unos metros de distancia, lloraba inconsolablemente. El recolector no vaciló. Con un gesto suave pero firme, cortó el lazo que aún ataba al alma de la niña con el mundo terrenal. Liberada, la niña lo miró, sus ojos grandes llenos de miedo y preguntas.
—Es hora de partir —anunció con una voz profunda pero tranquila—. Tu tiempo en este mundo ha concluido; ahora debes cruzar al otro lado.
La niña, aterrada, no se movió. Había lágrimas cayendo por sus mejillas. Todavía miraba hacia su madre, desesperada. Parecía a punto de correr hacia ella cuando él se interpuso, deteniéndola con su sola presencia. Con elegancia y precisión, elevó su guadaña, cuya hoja, una entidad que parecía devorar la luz, resplandecía con un brillo suave y sobrenatural. No era una herramienta de finitud, sino una llave hacia la liberación.
Con un toque delicado, rozó el corazón de la niña con la punta de su guadaña. Instantáneamente, una corriente de luz pura envolvió el alma de la pequeña, deshaciendo cualquier vínculo con el plano terrenal. El alma se transformó, elevándose en un torbellino de mariposas luminosas que cruzó el umbral hacia su destino final.
Una vez completada su misión, observó la partida del alma antes de girarse para retirarse. No obstante, su camino fue obstruido por otro recolector, cuya humanidad era evidente no solo en su vestimenta femenina, sino en su aura.
—¿Por qué no le permitiste despedirse de su madre? ¿O, al menos, por qué no la consolaste explicándole lo sucedido? —le reprochó con evidente disgusto.
Su consternación ante tal acusación lo dejó atónito, la intensidad de sus emociones desbordaba lo esperado para un recolector de almas.
—He cumplido con mi deber —replicó él, manteniéndose aparentemente imperturbable—. La muerte es un proceso que requiere precisión.
La joven cerró sus manos en puños, la indignación marcando cada línea de su expresión.
—La muerte también requiere compasión —contradijo ella—. Pero tú, aferrado a antiguas prácticas y tradiciones, no lo comprendes. Eres eficiente, sí, pero a un costo cruel.
Él la miró, su semblante inescrutable, aunque en su interior, las palabras de la joven resonaban con una fuerza insólita.
Horas después, alejado ya del tumulto, el eco de aquel intercambio lo perseguía.
¿Era realmente cruel?
Nadie estaba allí para responder a su silencioso cuestionamiento.
Entonces, sus pensamientos vagaron hacia la conversación reciente con la propietaria de la tienda de antigüedades.
«Estoy segura de que si fuéramos un poco más compasivos y amables, nuestra vida mejoraría».
Quizá había una dosis de verdad en las palabras del recolector moderno. Tal vez, sus métodos ancestrales ya no se alineaban con los tiempos actuales. Podría ser el momento de admitir que era necesario un cambio y que su resistencia a adaptarse lo estaba transformando en lo que siempre había evitado: un ser eficiente, sí, pero a un costo muy cruel.
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Manual contra amores inmortales [TERMINADA]
Romans¿Quién dijo que el amor y la muerte no pueden ser divertidos? Bienvenidos a la tienda de antigüedades de Sydonie Acheron, un lugar mágico donde los objetos esconden un alma... o dos. Allí, su vida dará un giro inesperado cuando Ronan, un gruñón grim...