Capítulo 10

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Mientras el alba se esparcía sobre el mundo, Ronan, quien había caminado incontables eones en soledad etérea, experimentaba la singular quietud de una casa humana al amanecer

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Mientras el alba se esparcía sobre el mundo, Ronan, quien había caminado incontables eones en soledad etérea, experimentaba la singular quietud de una casa humana al amanecer. Sentado en la mesa de la cocina de Sydonie, reflexionaba sobre lo extraña que le resultaba la condición humana. Durante la noche, había permanecido inmóvil en el sofá de Sydonie, sin atreverse a dormir, sumergido en la contemplación de sus recién descubiertos sentidos.

Los sonidos nocturnos, como el silbido del viento y el distante ladrido de un perro, le parecían melódicos, una novedad para alguien acostumbrado a oír los susurros del más allá.

La oscuridad había agudizado su vista, permitiéndole apreciar las sombras y el brillo de la luna a través de la cúpula de cristal. El tacto le revelaba la textura del sofá, y el aire le traía olores desconocidos, desde el polvo hasta el perfume suave que impregnaba el lugar.

El sabor, una experiencia nueva para él, lo descubrió tomando té. Recordaba el calor del líquido en su boca y cómo sabía: la intensidad del té, el toque dulce en su lengua, y la sensación agradable al tragar. Esta nueva experiencia con el sabor le dio un momento para disfrutar y apreciar algo que nunca antes había considerado.

Cada sentido representaba una revelación, y actos simples como parpadear o respirar profundamente eran descubrimientos. Adaptarse a un cuerpo humano, con sus necesidades y limitaciones, presentaría desafíos, pero estaba dispuesto a aprender y encontrar un equilibrio.

«Déjame explorar. Quiero ver más», expresó la guadaña.

Era a la vez un alivio y una mala noticia descubrir que, incluso en su forma humana, Ronan podía mantener el vínculo con su guadaña.

«No tienes ojos para ver».

«Eso no es de tu incumbencia —replicó su compañera—. Puedo utilizar los tuyos».

Con calma, Ronan extendió su mano hacia el espacio vacío frente a él. En un susurro gélido, una guadaña imponente y elaboradamente tallada se materializó en su mano como si fuera parte de él. La hoja, afilada y pulida, estaba diseñada en una pronunciada curva, reflejando destellos plateados bajo la luz tenue.

Observó cómo su mano humana se ajustaba al peso de la guadaña, y se sorprendió de la sensación.

«Eres más pesada de lo que recuerdo».

«¿Me llamas pesada? ¿Es que acaso me ves gorda? —protestó la guadaña a través de su vínculo—. Quizás el problema es tu debilidad en esa forma humana. Espera, ¿me estás escuchando?».

Pero Ronan ya se había distraído, decidido a explorar su nuevo entorno. La noche anterior no lo había hecho porque se había sentido agotado, una experiencia extraña que lo había llevado a seguir el consejo de Sydonie y descansar en el sillón. Sin embargo, el descanso le había revitalizado.

Manual contra amores inmortales [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora