El rey Jungkook, el tesoro de SiKje

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Corea era un país pequeño pero próspero. La mayoría de sus tierras eran terrenos deshabitados e inhóspitos, y solo en una pequeña porción se asentaban cinco grandes pueblos, representados cada uno por su respectivo reino. Cinco razas con especiales características, tradiciones, culturas y habilidades mágicas.   

Joseon, era el reino más grande y esplendoroso. Los dominios  de aquella nación se extendían por la zona más septentrional del país, surcando grandes mesetas explanadas, pasando por profundos valles y empinadas montañas; hasta terminar cerca a una catarata enorme y densa, tras la cual, se alzaba un enorme templo de más de cinco siglos de antigüedad, erguido en honor a la Diosa SiKje.

Los habitantes de Joseon eran un pueblo muy piadoso y conservador. Guerreros por naturaleza, habían defendido sus predios durante muchísimos años y seguían teniendo el mejor ejército a pesar de que actualmente el país entero se hallara en paz.

Tras la firma de una acuerdo real de no agresión entre los reinos conocido como “El gran pacto”, realizado cuatro siglos atrás, el país había gozado de una aceptable paz. La economía de estas gentes se basaba básicamente en la agricultura y el comercio. No obstante se consideraban a sí mismos unos excelentes orfebres, especialmente en lo referente a joyas y armas. No tenían acceso al mar, esta se podía considerar una de sus más fuertes carencias. Sin embargo, las setenta y nueve aldeas que conformaban el reino encontraron en los ríos cercanos una excelente forma de suplir sus demandas hídricas.

Jungkook se llamaba el rey de aquel reino. El monarca era de momento el más joven en el trono, habiendo ocupado el mando con solo diecisiete años, motivo que no le restaba soberanía, pues pese a su corta edad llevaba ya 10 años gobernando con rigor a su pueblo.

El pueblo lo consideraba el soberano más místico y moralista que pudieran recordar. Bajo su mandato se había penalizado actividades como la prostitución, la esclavitud sexual, las orgias públicas y los espectáculos obscenos. 

La gente recordaba cómo en una sola noche, el ejército había cerrado más de cien lupanares y encerrado a más de quinientas personas por distribuir material sexual grafico explicito. No obstante, y como una especie de extraña ironía, aquel monarca despertaba más de un deseo lascivo.

Jungkook era por mucho, el doncel más hermoso que se hubiese visto en toda Corea. Dueño de una misteriosa sensualidad y un porte enigmático, llevaba tras sus ojos, la vida de centenares de hombres que ciegos de amor y empujados por un extraño embrujo, habían decidido darle caza.

Jungkook no se podía enamorar.

Una promesa de bautismo y  una consagración de castidad perpetua con la Diosa SiKje se lo impedía. Era virgen, casto y puro, y así debía morir. La marca sobre su frente colocada desde su consagración lo decía, con aquel leguaje divino. La diosa había escrito: “Tesoro de SiKje, que nadie ose tocar”, dándole a partir de entonces ese calificativo con el que sus compatriotas y extranjeros lo conocían: “El tesoro de SiKje”.

Pero sus  pretendientes, como solía llamarlos, no parecían entenderlo. Aquello infelices sin temor a las Diosas y sin temor a su espada, hacían más caso a la leyenda que se había forjado en torno suyo, que a la cordura. Enceguecidos de amor, obedecían a ojos cerrados aquella creencia popular  que auguraba que el hombre que le diera caza podría obtener su amor.

Jungkook se burlaba de aquella tontería popular y enfrentaba con carácter de hierro a todos esos desvergonzados que pretendían capturarle. Ya no recordaba a cuantos había detenido con su espada, pero lo que si recordaba, era la frase que solía dirigirles antes de dejarlos agonizantes sobre el suelo: “No es nada personal, tengo dueña”.

 Ya no recordaba a cuantos había detenido con su espada, pero lo que si recordaba, era la frase que solía dirigirles antes de dejarlos agonizantes sobre el suelo: “No es nada personal, tengo dueña”

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El tesoro de SiKje (Taekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora