Lluvia de fuego

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El rey  Jung Hyung recorría de un extremo a otro el salón donde se hallaba. Sus botas repiqueteaban en la piedra del suelo mientras la brisa que entraba por la ventana mecía unos cuantos documentos que se encontraban sobre su mesa. Aquél salón funcionaba como su oficina principal; era el sitio donde presidia reuniones poco importantes o muy intimas. La que se estaba teniendo en ese momento pertenecía al segundo grupo.  

Jimin y Yoongi se hallaban frente a él. Cuando la comitiva de Jaén había arribado por completo al castillo, el rey había pedido que condujeran al príncipe directamente a su presencia; también dio la misma orden a su hijo menor, y de esta manera los tres habían terminado en aquella situación.

Jung Hyung no sabía que pensar de todo aquello. No sabía cómo había sido posible que Jimin hubiese terminado enredado con ese hombre, con el príncipe Yoongi de Jaén y que lo confesara tan descaradamente.

Durante los años que lo mantuvo lejos del palacio, el jovencito se le había convertido en un desconocido y en el fondo de su corazón, incluso, llegó a tener las mismas dudas que el pueblo, pensando que quizás si fuese verdad que el chico sostenía una relación con Namjoon. Sin embargo, tales dudas se disiparon rápidamente cuando Namjoon mismo le juró que para él, Jimin era un hermano, y que respetaba demasiado a su rey y padre para ofenderlo de tal manera.

Pero Namjoon y Taehyung eran harina de otro costal, eran varones y amantes del honor. Los donceles no. Para el rey Jung Hyung, los donceles no eran seres de fiar; las Diosas los había creados tan crueles como bellos con el fin de embrujar, de esparcir su perfume hechizante tal como lo hacían algunos insectos, para luego de atraer a sus parejas, enterrarles el aguijón por la espalda y conducirlos a una muerte segura.

Justamente eso era Jimin ante sus ojos, un doncel igual a todos y lo estaba demostrando. Ni siquiera el ser un doncel real le había hecho abandonar su verdadera naturaleza. Era solo cuestión de tiempo para que pesaran más en él los instintos que la corona.

—¿Desde cuándo se están viendo a mis espaldas? —La primera pregunta de Jung Hyung coincidió con un gran relámpago que iluminó la habitación. Desde hacía un rato unos inmensos nubarrones habían caído sobre Koryo, y una fuerte tormenta se avecinaba.

Yoongi miró confundido a Jimin, pero este estaba demasiado concentrado en los tallados de la silla de su padre. Miró entonces al rey Jung Hyung y este se paró frente a él, indignado.

—Mi hijo —señaló a Jimin con un movimiento de cabeza, —acaba de rechazar un enlace matrimonial fabuloso con el reino con el que mejor relaciones tenemos, y todo porque dice estar enamorado de usted, alteza.

—¡¿Qué?! —Los ojos de Yoongi se abrieron como platos. ¿Qué era lo que estaba pasando allí? ¿Era acaso una broma? ¿Cómo era posible que Jimin hubiese dicho eso? ¡No entendía nada!

Volvió la vista a él, buscando una explicación, pero ahora este sollozaba con la mirada en el suelo.

Lucía desesperado.

—Pa... padre...

—¡Su hijo y yo nos amamos, Majestad! —Tal vez no tuviese ni idea de lo que estaba ocurriendo, pero fuese lo que fuese, aquello parecía una oportunidad única que le daban las Diosas y no iba a desaprovecharla. —Jimin y yo llevamos viéndonos hace un tiempo —mintió siguiendo el hilo de aquel juego, —y hoy me he presentado justamente aquí para pedir su mano en matrimonio. Quiero casarme con su hijo, majestad —remató.

Los ojos de Jimin se desprendieron del suelo y consternados se clavaron sobre el Jaeniano. Pero... ¿Qué locuras estaba diciendo ese hombre? ¿Qué estaba tratando de hacer? No hubo tiempo para responder a aquellas cuestiones. Jung Hyung había vuelto su vista a Yoongi, interrogante.

El tesoro de SiKje (Taekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora