La caída de Jaén

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Recostado sobre los suaves edredones de algodón, Seokjin se recuperaba a cuentagotas de la herida en su costado. Había perdido mucha sangre pues, aunque la estocada no había sido demasiado profunda, sí le había alcanzado a lacerar un vaso sanguíneo importante.    

Estaba muy pálido todavía, sin embargo, gracias a los caldos de hígado y los cuidados milimétricamente eficientes de Hyunjin, el sonrojo volvía tímidamente a sus mejillas. Lo mantenían sin ropa de la cintura hacia arriba y sólo lo cubrían con las mantas para evitar la hipotermia. Era más fácil y menos incomodo para él permanecer con el torso descubierto; de esta forma no había que movilizarlo demasiado para cambiarle los vendajes.

 Hyunjin, se había encargado personalmente de estas tareas. Su pócima reconstituyente a base de plantas ornamentales cargadas con la luz del sol resultó muy efectiva, tal como lo había intuido en sus análisis médicos sobre el balance bioenergetico luego de una fuga masiva de sangre. Le había servido mucho pasarse horas leyendo en la biblioteca y experimentando en compañía de los magos.

Con suavidad se acercó a la cama y se dedicó a cambiar las vendas teñidas de sangre. La herida estaba casi cerrada del todo y ahora sólo manchaba precariamente las tiras de gaza, la limpió suavemente con un desinfectante de un olor potente que, al producirle fuertes nauseas, lo obligaron a virar el rostro. Fue en ese momento que despertó.

Reaccionó por el ardor del líquido y abrió los ojos. Miró a Hyunjin y lo notó descompuesto por las nauseas. Intentó alzar su mano y tocarlo, pero el príncipe, sin percatarse del despertar de su paciente, se levantó a prisa en busca de un vaso con agua.

Seokjin se incorporó un poco, quedando medio sentado; miró a Hyunjin quien estaba de espaldas y cuyo cabello trenzado le afianzaba la ternura del rostro.

 —Hyunjin —suspiró, pero su voz pareció quedar atrancada en su garganta. Un nudo parecía asfixiar su corazón.

Recién llegado a Jaén, había ocupado de inmediato, debido a su talento y a sus conocimientos en técnicas de medicina alternativas, un lugar relevante entre los médicos de palacio. Durante sus años de entrenamiento había aprendido mucho, y no sólo con su padre, sino también con la madre de Namjoon. Ambos hombres le legaron lo mejor de ambos mundos médicos, mundos muy distintos en apariencia, pero que en manos de un curador innato como él, sólo lograron complementarse de forma maravillosa.

El día en que conoció a Hyunjin, éste le resultó, como a casi todo el mundo, un chico francamente insoportable. El príncipe era exactamente como se lo habían descrito: un muchachito desdeñoso y huraño.

Lo habían llamado para atenderle unas heridas, y durante todo el tiempo que duró aquella revisión, el jovencito no lo miró ni una vez. Al sentirlo entrar, el niño sólo atinó a estirar su mano derecha, la cual lucía una importante quemadura en la palma, mientras con la zurda continuaba resolviendo operaciones aritméticas. Seokjin le realizó varias preguntas de las cuales no respondió ninguna y cuando trató de persuadirlo con consejos para evitar las cicatrices, se puso de pie y llamando a su doncel de compañía le pidió escoltar al médico hasta la puerta.

Al principio creyó que el muchacho se lesionaba adrede. No eran raras esas conductas desequilibradas entre los nobles, pensó el día que le curó un dedo roto; también lo creyó así cuando le cosió un corte largo en el brazo. Pero ya no siguió pensando igual el día en que encontró al niño con la nariz rota y un diente astillado.

Aquel día, por primera vez, se permitió llorar en frente del médico al verse la cara desfigurada por la hinchazón. Entonces, Seokjin ya no tuvo duda de que tenía frente a él un grave caso de maltrato. La sangre se le heló. Conocía a Yoongi desde hacía muchos años atrás y sabía que jamás lastimaría a su hermano, por tanto la única opción posible era In Guk. El rey era el único que podía dejar así al pequeño príncipe sin terminar en la horca.

El tesoro de SiKje (Taekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora