Las huellas del Huracán

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Tiempo atrás...   

Ya llevaba cerca de siete meses en aquella abadía, y ahora más que nunca tenía grandes sospechas de que la tragedia de su hermano mayor no había sido producto de ningún ataque a su familia, sino más bien, el resultado de la tremenda imprudencia y falta de juicio de este.

Las últimas noticias que le trajo Namjoon lo habían dejado un poco más tranquilo. Por lo menos, Taehyung ya estaba fuera de peligro, y esa herida no le dejaría más consecuencia que una enorme cicatriz. Pero había algo más que merecía la pena evaluarse, y era el hecho de que su osado hermanito no intentara volver a repetir tamaña estupidez.

Sin embargo, aquel exilio no estaba siendo un castigo tan terrible como en primera instancia pensó que sería. Sí, era cierto que extrañaba a su familia, en especial a su dulce madre, pero también debía reconocer que se divertía mucho más allí afuera que en el palacio; se sentía mucho más feliz ahora que podía corretear mariposas y bañarse al aire libre en ese maravilloso lago que tenía a quinientos metros de la abadía en la que se encontraba.

Era muchísimo mejor ese ambiente que el estar todo el día teniendo que andar metido en la biblioteca de la mansión central, bajo la tutoría de ese anciano doncel que terminaba dormido a mitad de las lecciones. Ahora si podía ser él mismo y gracias a Namjoon, que prácticamente lo visitaba a diario, vivía en un verdadero paraíso terrenal, en total armonía con la naturaleza que tanto amaba y que le había enseñado muchísimas más cosas que esos polvorientos y aburridos libros.

Estiró su delgada figura sobre las colchas algodonadas, extrañándose de que su siempre puntual hermano no hubiera aparecido aún, trayéndole las deliciosas tortas de nueces que robaba de las cocinas del palacio. Tal vez pensaba que él aún no había terminado su menarquía, y seguía destilando por su brillante cabellera esos humores que adormecían a los varones durante esa etapa que marcaba el inicio de la vida fértil de los donceles. Habían sido días francamente dolorosos que por fortuna no se repetirían, pues ese proceso sólo sucedía una vez en la vida.

Pero aquel mecanismo fisiológico no le había servido solamente para sumergir en un profundo sueño a todos los varones que se le acercaron por aquellos días, sino para despertar sus más profundos deseos. Esos, que hasta ese momento, habían permanecido latentes como una tenue lucecita a punto de extinguirse, y que gracias a la marea de hormonas que lo sacudió tras su menarquía, se convirtieron en verdaderas flamas hirvientes.

De tal manera que las fantasías del pequeño príncipe se habían convertido en verdaderas y pasionales puestas en escena. Todos los días el muchacho tomaba una de sus almohadas rellenas de plumas, para improvisar con ellas a un personaje parecido a su amado, colocándole a los almohadones mallas y algo parecido a un escudo.

— Jimin, mi amado Jimin —decía fingiendo de forma exagerada, una gruesa y viril voz, —quiero decirte que desde el primer día que te vi me he quedado prendado de la belleza de tu mirada.

Entonces rotaba rápidamente de posición, interpretándose enseguida a sí mismo, con la almohada siempre observándole en su actuación.

—Yo... no puedo, no debo aceptarte. —Ahora su tono de voz era demasiado chillón para ser el de un doncel normal. —Eres el peor enemigo de mi hermano. Mi familia jamás lo aceptaría —remataba tirándose sobre las colchas de forma melodramática.

—Por ti mi amado, me enfrentare a quien sea, incluso al soberbio de tu padre. —Tomaba de nuevo el papel del noble caballero.
—Solo deseo saber si no eres ajeno a mis sentimientos.

—Claro que no —se contestaba con la voz chillona una vez más. —No me eres indiferente para nada. —Sus ojos se entornaban tras un sonrojo y un sensual batir de pestañas.

El tesoro de SiKje (Taekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora