La derrota de Joseon

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Seonghwa dio a luz una fría mañana. Tuvo una labor de parto, de sólo un par de horas, luego de las cuales, vio resbalar por entre sus piernas a un varón rozagante.  A los tres días lo bautizó con el nombre de Beomgyu y lo presentó en el templo de Ditzha.   

Para su fortuna, Yoongi aún no regresaba de Kaesong y Jimin tampoco volvía de Koryo. Por lo menos de esa forma no tendría que dar explicaciones a nadie por su partida, y agradeció a las Diosas que la seguridad en palacio estuviese algo floja por aquellos días.

Empacó pocas cosas, unos pañales para el bebé, algunas prendas de vestir para él y algunas hierbas analgésicas que robó de los viveros de los magos. No podía quedarse ni un minuto más en Jaén.

Yoongi estaba metido en la boca del lobo y nadie sabía si en esos momentos aún estaba con vida. Las cosas en Jaén estaban mal, la gente enloqueció cuando los Yurchianos entraron a tomar el control de las vías  marítimas y el caos reinaba por doquier.

Jaén no iba a soportar las consecuencias de una guerra. Apenas medio se sostenía en pie después del huracán  y ahora también enfrentaba una epidemia de cólera que se estaba expandiendo como plaga. Varios esclavos habían muerto aquellos días y desde las zonas más altas del palacio, Seonghwa había podido ver grandes pilas de cadáveres siendo quemados a orillas del mar.

Decidió entonces que partiría a Koryo. Aquél era el único reino que aún se mantenía en pie.

La resistencia de los Koryanos era fenomenal. Namjoon, como líder del ejército había sido el único que no había perdido ni un milímetro de sus tierras. El príncipe adoptivo de Koryo se estaba convirtiendo en una leyenda viviente: “El guerrero dorado”, aquel del cual decían, había jurado antes de una de sus batallas que cortaría tantos cuellos Yurchianos como hebras de cabello tenía su marido.

—Su Alteza Namjoon nos ayudará —dijo en ese momento a su recién nacido, dormido entre sus brazos.  —Yo le ayude para que tuviera al príncipe Hyunjin. Estoy seguro de que nos ayudara, pequeño mío.

Con lágrimas en sus ojos y desde el borde de un gran acantilado, vio por última vez el mar que tanto amaba. Recordó los tiempos en los que vivía en los alrededores del muelle, la vida de mierda que había llevado y la vida de mierda que llevaba ahora. Pensó en que por lo menos su anterior vida  había sido su elección, pero la actual no lo era. No había elegido que un huracán acabase con todo lo que había considerado un hogar, tampoco que la guerra amenazara su reino, ni que el padre de su hijo pudiese estar muerto, y mucho menos que la única persona que le quedara estuviese al otro lado de la frontera, resistiendo tenazmente la batalla.

De esta forma, y con lo poco que se llevaba de su antigua vida, espoleó su caballo y ya no quiso mirar más atrás. Con algo de suerte y de prisa llegaría a Koryo con el alba. A esa hora sería más fácil encontrar una aldea donde le dieran algo de comer a él y al caballo, y si las Diosas eran misericordiosas se encontraría con algún soldado que lo llevara junto a Namjoon.

Con este pensamiento salió de Jaén y llegó a Koryo, justo con el canto de los gallos. Se arrepintió de haber llevado tan pocas ropas porque el frío era espantoso y a medio camino, en una de las aldeas cercanas, tuvo que desprenderse de un cobertor de lana que llevaba para arropar a su hijo que no dejaba de llorar. La situación se estaba poniendo cada vez peor y llegó a temer por su vida. Por su vida y por la de su hijo.

Pero las Diosas fueron misericordiosas, y se acordaron de él. Justo cuando empezaba a sentir todo perdido, el doncel divisó a lo lejos un reten de soldados Koryanos que prestaban guardia. Sintió que el corazón dejaba de latirle de la emoción.

¡Estaban salvados!

Galopó más rápido, hasta encontrarse frente a ellos. Los hombres se pusieron en guardia al ver el caballo que se acercaba a toda prisa.

El tesoro de SiKje (Taekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora