CAPÍTULO 60

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Anthony

Los finales felices nunca existen realmente. Al menos no en el sentido de que después de un momento mágico todo lo que sigue es un camino de rosas. La vida no termina con un beso al atardecer o cuando tu corazón parece explotar en un millón de pedazos por las emociones. El mundo no se detiene de repente, sigue adelante contigo o sin ti. Esa es la belleza de la vida, tiene giros, vueltas y altibajos.

La vida está hecha de pequeños momentos. Miradas robadas, frases ingeniosas y todas las pequeñas secuencias que forman la vida. Allí reside el verdadero para siempre. En los recuerdos que conservamos y atesoramos hasta nuestro último aliento. Los finales felices ocurren en las mañanas perezosas de domingo, abrazados por el amor de tu vida. Ocurren en los días cálidos de la soleada California, con las olas del mar rompiendo mientras te sientas en la arena envuelto en los brazos de tu ser amado.

El feliz para siempre sucede en los pequeños momentos compartidos con amor, existe dentro de los momentos que quedan impresos en nuestra memoria.

Anthony se agacha para levantar a su hijo de dos años del suelo donde está jugando y coloca objetos de distintas formas en una caja. "Vamos, amigo, solo somos tú y yo", dice mientras se desliza por su hombro la mochila que lleva con todas las cosas de Edmund.

Su madre se queda a unos cuantos metros de distancia observándolo "¿Seguro que estarás bien? Estoy segura de que puedo encontrar una niñera que te ayude, alguien en quien confiemos".

Anthony besa la mejilla de su hijo, las palabras de Penélope vibran en su mente, "no hay niñeras". Va a despedirse de la señora Bridgerton dándole un pequeño beso en la mejilla, "no te preocupes, puedo cuidar de mi hijo".

"Llámame. Puedo cuidar a mi nieto cuando quieras", le grita su madre.

Él saluda con su mano libre por encima del hombro "gracias madre".

Anthony reacomodó a Edmund en su brazo mientras buscaba el asiento de seguridad para niños al que seguro Penélope aprobaría. Habían pasado años desde que había tenido que poner un asiento de seguridad en alguno de sus autos. La última vez fue Hyacinth y el recuerdo de eso era vago. Su hermana pequeña odiaba estar atrapada allí, siempre pidiendo que la sentaran en el asiento delantero.

"Libro"

"¿Libro?" A los dos años, Edmund no hablaba tanto como debería, pero de alguna manera le encantaban los libros. Varias visitas a varios especialistas le dijeron que no debía preocuparse. El nivel de comprensión de su hijo estaba donde debía estar y, sin que nadie lo entendiera, simplemente se negaba a usar más de una palabra a la vez.

Anthony le entrega un libro y Edmund responde con una sonrisa "gracias".

—De nada, pequeño—dijo. Sin duda, el hijo de Penélope, siempre con la nariz metida en un libro. Anthony le revuelve el pelo a Edmund antes de cerrar la puerta y saltar al asiento del conductor. Mira hacia atrás por el espejo retrovisor—. ¿Qué te apetece cenar, hijo?

Sus ojos lo miraban fijamente. En cuanto a personalidad, era todo Penélope. Sin embargo, en cuanto a apariencia, no se podía negar que el niño era suyo, era una copia exacta de Anthony.

Edmund sonríe mostrando dos dientes faltantes, "queso a la parrilla" su pequeño puño bombea el aire.

"Ya comiste eso anoche, hijo. ¿Qué tal una lasaña?"

"Queso a la parrilla"

"¿Nuggets de pollo?"

"Queso a la parrilla"

"¿Tacos?"

"Queso a la parrilla"

Él era tan terco como su madre, suspiró Anthony riendo, "queso a la parrilla será".

El Bridgerton equivocado  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora