Habían pasado un par de años desde la escapada romántica en la que Robin le pidió matrimonio a Alicia. Ahora, la pareja estaba felizmente casada y vivían una vida plena y llena de amor con sus dos hijos, Leo, de casi 10 años, y Matteo, de tres.
Era una tarde tranquila de domingo en San Sebastián. El sol brillaba sobre el Reale Arena, y la familia estaba disfrutando de un día juntos. Matteo, con su energía contagiosa, corría de un lado a otro en el jardín mientras Leo practicaba sus habilidades futbolísticas bajo la atenta mirada de su padre.
— ¡Mira, papá! —gritó Matteo, intentando patear una pelota con toda la fuerza que sus pequeñas piernas podían reunir.
Robin sonrió, orgulloso de sus hijos.
— ¡Muy bien, Matteo! —animó Robin—. Tienes un buen golpeo.
Después de varios intentos, Matteo se acercó a sus padres, con la cara iluminada por una mezcla de sudor y emoción.
— Papá, mamá, ¿puedo jugar al fútbol como Leo y tú? —preguntó Matteo, con sus ojos brillando de entusiasmo.
Alicia y Robin intercambiaron una mirada y luego sonrieron a su hijo menor.
— Por supuesto, Matteo. Cuando tengas un poco más de edad, podemos inscribirte en las clases de fútbol —dijo Alicia, acariciando suavemente el cabello de su hijo.
Matteo aplaudió emocionado y corrió de nuevo hacia el balón, dispuesto a seguir practicando. Mientras tanto, Leo, que había estado observando la interacción, se acercó a sus padres con una expresión seria.
— Mamá, papá, ¿podemos hablar a solas? —preguntó Leo, su voz más grave de lo habitual.
Alicia y Robin se miraron, notando la seriedad en el tono de su hijo mayor.
— Claro, Leo. Vamos adentro —dijo Robin, poniendo una mano en el hombro de Leo y guiándolo hacia el salón.
Una vez dentro, se sentaron en el sofá, con Alicia y Robin esperando pacientemente a que Leo les dijera lo que tenía en mente.
— ¿Qué pasa, hijo? —preguntó Alicia, con una voz suave y comprensiva.
Leo tomó un respiro profundo, mirando a sus padres con ojos llenos de curiosidad y un poco de inquietud.
— Siempre me ha chirriado algo y creo que ya es hora de preguntar —comenzó Leo, tratando de encontrar las palabras correctas—. ¿Por qué Matteo se apellida Le Normand y yo no?
La pregunta colgó en el aire por un momento, y Alicia y Robin se miraron, sabiendo que este momento llegaría eventualmente.
— Leo, es una pregunta muy buena y es importante que lo entiendas —comenzó Robin, tomando la mano de su hijo—. Matteo y tú tienen historias diferentes, pero ambos son igual de importantes para nosotros.
Alicia se unió a la conversación, acariciando la otra mano de Leo.
— Cuando tú naciste, Leo, yo no conocía a Robin aún. Tu padre biológico y yo no funcionamos como pareja, pero siempre serás una parte fundamental de mi vida. Robin llegó después y te ha amado y cuidado como a su propio hijo desde el primer momento —explicó Alicia con ternura.
Robin continuó, su voz llena de amor y orgullo.
— Cuando me casé con tu mamá, adopté oficialmente a Matteo como mi hijo y él tomó mi apellido. Pero para mí, tú eres tan mío como Matteo. Si te gustaría tener mi apellido, podemos hablar de eso y hacerlo realidad. Sería un honor para mí.
Leo asintió lentamente, procesando la información. Miró a su madre y a Robin, sintiendo el peso del amor y la honestidad en sus palabras.
— Siempre me he sentido parte de esta familia. No necesito cambiar mi apellido para saberlo, pero gracias por explicármelo —dijo Leo con una sonrisa tímida—. Me gusta cómo son las cosas. Solo quería entender.
Alicia y Robin abrazaron a Leo, aliviados y orgullosos de su madurez y comprensión.
— Te amamos, Leo. No importa qué apellido tengas, siempre serás nuestro hijo —dijo Alicia, besando su frente.
Leo sonrió y los abrazó más fuerte, sintiendo una paz interior que no había experimentado antes.
El resto del día transcurrió con tranquilidad, con la familia disfrutando de su tiempo juntos. Más tarde, mientras Robin jugaba al fútbol con Leo y Matteo en el jardín, Alicia los observaba desde la cocina, su corazón lleno de gratitud y amor por su hermosa familia.
— ¿Mamá, puedo jugar también? —preguntó Matteo, corriendo hacia Alicia.
— Claro, cariño. Siempre puedes jugar con nosotros —respondió Alicia, levantándolo y llevándolo de vuelta al jardín.
El sol se ponía sobre San Sebastián, y la familia Simón-Le Normand, unida por el amor y la comprensión, estaba lista para enfrentar cualquier desafío que el futuro les trajera. Con cada día que pasaba, sus lazos se fortalecían, creando recuerdos inolvidables y un hogar lleno de amor y apoyo mutuo.
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El gol del corazón: La historia de Robin y Alicia
Short StoryEn el vibrante mundo del fútbol, donde el césped y el brillo de los focos definen el día a día, es fácil olvidar que detrás de cada figura pública hay historias de amor, sacrificio y esperanza. Este es el relato de Robin Le Normand, un talentoso def...