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Era una tarde templada en Hamburgo

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Era una tarde templada en Hamburgo. Emma, con sus catorce años, estaba sentada en el lobby del hotel donde Tokio Hotel se alojaba temporalmente durante su gira. Con un libro en las manos y una expresión serena, disfrutaba de la lectura mientras los demás miembros de la banda se preparaban para la siguiente actuación. Tom, que había estado observándola desde una esquina del lobby, decidió acercarse. Su corazón latía con fuerza y la ansiedad lo invadía. Hoy, más que nunca, sentía la necesidad de expresar lo que llevaba guardado en su pecho.

—Hola, Emma —dijo Tom, sentándose a su lado en el sofá.

—Hola, Tom —respondió Emma, levantando la vista del libro y sonriendo.

Habían sido amigos desde hacía años, y esa amistad se había fortalecido con el tiempo. Pero para Tom, la amistad había evolucionado en algo más profundo y significativo. Hoy había decidido arriesgarse y confesarle sus sentimientos.

—Emma, necesito hablar contigo sobre algo importante —dijo Tom, su voz temblando ligeramente.

Emma cerró su libro y lo miró, notando la seriedad en sus ojos. —Claro, dime.

—Emma, te conozco desde que éramos niños. Siempre has sido mi amiga, mi confidente. Pero, con el tiempo, he comenzado a sentir algo más por ti —Tom tomó una profunda respiración—. Emma, estoy enamorado de ti.

Emma quedó en silencio, sus ojos se llenaron de sorpresa y emoción. Ella también había sentido algo especial por Tom, pero nunca se atrevió a admitirlo, ni siquiera a sí misma.

—Tom, yo... yo también siento lo mismo —dijo Emma, con una sonrisa temblorosa en sus labios.

Tom no pudo evitar sonreír ampliamente. La tomó de la mano y ambos sintieron una conexión aún más fuerte. Pasaron el resto del día juntos, caminando por la ciudad, hablando de todo y de nada, disfrutando de la compañía mutua. Era como si el tiempo se hubiera detenido solo para ellos.

Esa noche, después de una cena tranquila con el resto de la banda, Emma se sentía exhausta. Tom la llevó a su habitación en el hotel, asegurándose de que estuviera cómoda. Emma se quedó dormida en la cama de Tom, sintiéndose segura y amada.

Mientras Emma dormía, Bill entró en la habitación, con una expresión de preocupación en su rostro.

—Tom, ¿qué estás haciendo? —preguntó Bill en un susurro airado, para no despertar a Emma—. Ella es solo una niña. No deberías estar haciendo esto. Solo la vas a lastimar.

Gustav, que había seguido a Bill, asintió en silencio, apoyando las palabras de su amigo.

Tom se sintió atrapado entre su amor por Emma y la realidad que Bill y Gustav le estaban planteando. —Bill, yo la amo. Y ella siente lo mismo por mí. No voy a lastimarla.

—No es solo eso, Tom. Tienes que pensar en las consecuencias. La diferencia de edad, nuestra carrera... —Bill levantó la voz, ya sin preocuparse por el volumen—. Esto no es justo para ella.

Hidden Rhythms | Tom KaulitzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora