Capítulo 31

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Denisse Fizgerald

Dejo escapar un suspiro mientras acaricio el cabello de Enzo, recordando lo intenso que fue el día de ayer después de conocer a sus padres.

-¿Amor? -suena su voz, rompiendo mis pensamientos y trayéndome de regreso a la realidad.

-¿Qué pasa? -pregunto, enfocándome en él.

-Necesito que hablemos sobre lo que sucedió ayer en casa de mis padres.

Asiento suavemente, acomodándome mejor para estar más cerca de él. Enzo suelta un suspiro, como si la conversación le causara un poco de nerviosismo.

-Sé que la cena de ayer fue un poco tensa, amor -comienza, sus ojos buscando los míos-. Pero quiero que sepas que no tienes que sentirte mal por eso. No fue tu culpa en absoluto. Mis padres son así, siempre intensos. Y tú no tienes que preocuparte por caerles bien.

Toma mis manos entre las suyas, mirándome con ternura.

-Lo único que importa es lo que sentimos el uno por el otro. Mientras tengamos eso, todo lo demás es secundario. Te amo, y eso es lo que hace que todo esté completo.

Sonrío y le doy un suave beso en la mejilla, disfrutando de cómo su rostro se ilumina al instante.

-Está bien, bebe. Lo entiendo completamente. No es mi culpa, y no tengo que caerle bien a todo el mundo. Mientras tú estés a mi lado, todo estará bien -le susurro, envolviéndolo en un abrazo mientras cierro los ojos, sintiéndome un poco cansada pero feliz.

Me despierto un poco confundida, mirando alrededor de la habitación en busca de Enzo. Al no verlo por ningún lado, me incorporo en la cama y me froto las sienes, sintiendo un leve dolor de cabeza.

Supongo que debe estar abajo. Me levanto de la cama, tomo una toalla y entro al baño. Me deshago de la ropa y me recuesto en la bañera mientras se va llenando. Cierro los ojos, disfrutando de la sensación del agua tibia en mi piel y exhalo un suspiro de alivio.

Paso un buen rato en la bañera, disfrutando de la calma. De pronto, unos ruidos en la planta baja me hacen salir rápidamente; envuelvo una toalla alrededor de mí y salgo del baño. ¿Será Enzo? Me acerco a la puerta y, con cuidado de no resbalar, salgo de la habitación. Cuando estoy a punto de bajar las escaleras, escucho unas voces desconocidas: son más profundas y graves de lo habitual.

Mi corazón late con fuerza al ver a dos hombres enmascarados, altos y de gran complexión, en la sala. Sin pensar, doy un paso atrás y cierro la puerta con cuidado, intentando no hacer ruido. Me precipito hacia el armario, mi mente gritando que necesito protegerme.

Rápidamente, me visto con una camiseta y unos pantalones que encuentro. Mientras busco algo que pueda usar como arma, mis manos tiemblan de miedo. Mi mirada se detiene en un bastón que solía estar en la esquina, y lo agarro con firmeza. El sonido de las voces se vuelve más claro y me doy cuenta de que hablan entre ellos, pero no puedo distinguir lo que dicen.

Con el bastón en mano, me meto detrás de la puerta, manteniendo el cuerpo lo más pegado posible a la pared. La respiración se me acelera mientras escucho sus pasos en el pasillo, cada vez más cerca.

-¿Dónde está? -pregunta uno de los hombres con una voz profunda y amenazante.

-No lo sé, pero tiene que estar aquí. Revisa la habitación -responde el otro, más agudo.

Un escalofrío me recorre la espalda. Debo pensar rápido. La ventana es una opción, pero no sé si podría escapar sin que me vean. ¿Y si Enzo está en peligro? No puedo quedarme aquí sentada, debo actuar.

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