Capítulo 41

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Dalila le había aconsejado —con toda la buena onda del mundo— que dejara todo el tema atrás, que lo olvidara. Claro que entendía lo frustrante que debía ser todo eso, pero nadie iba a dar su brazo a torcer. Lo mejor era que se rindiera de una vez.

Dos horas después, Regina la llamó por teléfono para recordarle que todavía no lo había intentado todo. Y no es que Úrsula no hubiera pensado en eso antes, pero era su última opción, su todo o nada. Su última oportunidad.

Y Regina la convenció que, a esas alturas, ya no tenía nada más que perder. O lo hacía de una vez o tenía que convivir con el arrepentimiento. No había de otra.

Úrsula quiso llegar con una excusa, así que se puso una polera y tomó el último billete que tenía en la cartera. Ese realmente era el último. Su padre no iba a darle nada más hasta la próxima semana y ella no pensaba pedirle nada a ese hombre nunca más. ¡Prefería morirse!

Tomó un colectivo y se fue hasta el centro de la ciudad. Quería tiempo para prepararse, pensar en lo que diría y en lo que compraría. Sus piernas la llevaron hasta la sección de mascotas del centro comercial. Miraba sin ver los estantes repletos de comida en bolsa, juguetes, platos y arena para gatos.

Se estaba demorando a propósito porque ya se sabia de memoria cual era la comida favorita de Lucio y porque realmente quería infundirse valor. Habían pasado varias semanas desde la última vez que se apareció en esa casa y no dudaba de que Diana ya le hubiera contado a su familia las razones de su ausencia. Sin mencionar el hecho de que se habían ido a las manos y... ¿Con qué cara es que pretendía presentarse allí otra vez? Si la echaban a patadas o —en el mejor de los casos— decidían ignorarla, no tenía nada que reprocharles. Úrsula se lo tenía bien merecido.

Sin embargo, todavía quería arriesgarse. Ya había asimilado la idea de que ser bañada por un balde de agua fría era el más benévolo de los castigos.

—Solo estaba mirándolo.

—¿No quieres que te lo compre?

Úrsula se sobresaltó y se detuvo a medio camino hacia la caja. Había reconocido esa voz entre el murmullo. Se giró con rapidez. El corazón le latía muy rápido.

—No, gracias —respondió Diana mientras dejaba el peluche de oso de donde lo había sacado—. Solo lo estaba mirando.

—¿De verdad no lo quieres?

—No. —Diana sonrió. Estaba incomoda, pero trataba de disimularlo. Pero a Úrsula no podía engañarla.

—¿De verdad?

—¿Estás sorda o por qué no entiendes?

Victoria giró sobre sus propios pies y la miró de pies a cabeza. Tenía las cejas muy levantadas. Úrsula se acercó hacia ellas. Fue el turno de Diana de sobresaltarse y ponerse alerta.

—¿Disculpa?

Pero Úrsula ya había terminado con ella, así que no le prestó más atención. Le lanzó una última mirada de desprecio y se dirigió a Diana.

—¿Estás ocupada?

A Diana le costó encontrar la voz para responderle. La sorpresa la había dejado muda.

—¿Qué quieres?

—Quiero hablar contigo. —Levantó la bolsa de alimento para gato y se la enseñó—. Iba a ir a tu casa.

—Ni te molestes.

—Quiero ver a Lucio.

—Él está bien.

La estrella y la luna | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora