Capítulo 9: En el Horno del Deseo

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Lexa agarró a Clarke con una firmeza que indicaba una pasión incontrolable, aplastándola contra sí misma con un fuego interno que encendía el aire a su alrededor. El contacto entre ellas estaba cargado de tensión eléctrica, una conexión que ardía con un deseo primitivo y abrumador. El agarre de Lexa era posesivo, pero Clarke no deseaba otra cosa que rendirse completamente al fuego que ardía dentro de ella, un fuego alimentado por la promesa del placer y el ardiente deseo de Lexa. Las manos hábiles e insistentes de Lexa exploraban el cuerpo de Clarke con un hambre incontrolable, provocando gemidos apagados de placer mientras su piel hormigueaba al contacto de esa pasión dominante. Cada caricia, cada roce, era una invitación al pecado, una invocación al placer supremo que compartirían. Clarke se entregó al éxtasis que Lexa le ofrecía, dejando que el deseo la envolviera completamente. Sus respiraciones se mezclaban en un ritmo frenético, el deseo se convertía en una danza salvaje, mientras el mundo a su alrededor desaparecía en la oscuridad, dejándolas solas en su ardiente pasión. Con audacia y hambre insaciable, Lexa se sumergió en los senos de Clarke, devorándolos con besos y mordiscos que dejaban marcas ardientes en su piel, marcas de placer compartido, de lujuria que las envolvía. Cada movimiento era una promesa de placer, un compromiso de satisfacer cada deseo oculto, de explorar cada rincón oscuro de su deseo mutuo. Con un beso ardiente, Clarke arrastró a Lexa hacia la cama, donde se despojaron de sus ropas con lujuria primitiva, arrancando cualquier vacilación, cualquier barrera entre ellas y el inmenso placer que las esperaba. Sus manos ansiosas exploraron cada centímetro de piel expuesta, mientras sus cuerpos se acercaban cada vez más, ardiendo con una pasión que podría haber incendiado el mundo entero. Sus movimientos eran una danza erótica, una armonía de deseo y lujuria que las condujo hacia un abismo sin fin de placer. Cada gemido, cada suspiro, era una exclamación de lujuria, un grito de entrega total al placer carnal, un himno a su ardiente unión. Con feroz intoxicación, Lexa se unió a Clarke en un abrazo que parecía fundir sus cuerpos en uno solo, consumiendo el fuego de su pasión con voracidad insaciable, una sed que solo la otra podía saciar. Lexa separó las piernas de Clarke, alcanzándola, penetrándola con ardor, un acto de total entrega al placer compartido, una fusión de sus deseos en un solo movimiento. Cada movimiento, cada contacto, era una sinfonía de éxtasis que las envolvía por completo, llevándolas hacia el clímax del placer, una experiencia sensorial que las hacía sentirse vivas como nunca antes. En el clímax, Clarke se aferró a Lexa con una fuerza incontrolable, sus cuerpos temblorosos, perdidos en un torbellino de sensaciones indescriptibles, un torbellino de placer que las envolvía por completo, transportándolas a otra dimensión de éxtasis y satisfacción. En la oscuridad de la noche, no solo habían encontrado placer, sino también una conexión carnal que ardería por la eternidad, una pasión tan intensa que consumiría toda resistencia, toda duda, dejando solo el fuego eterno del deseo ardiente, una llama que seguiría ardiendo dentro de ellas, alimentada por el recuerdo de este momento de perfecta unión. Cada fibra de sus cuerpos estaba encendida, cada respiración era un tributo a la intensidad de su vínculo. Los dedos de Lexa se deslizaron por la espalda de Clarke, arañando delicadamente la piel, trazando líneas de deseo que hacían que Clarke se estremeciera de placer. Clarke respondió con un gemido gutural, agarrando el cabello de Lexa, tirándola más cerca, deseando más, siempre más. Lexa obedeció con una sonrisa hambrienta, mordiendo el cuello de Clarke, saboreando el sabor de su piel, dejando marcas indelebles de su pasión. Las manos de Clarke se movían frenéticas, explorando cada músculo, cada curva del cuerpo de Lexa, hundiendo las uñas en su carne mientras sus cuerpos se movían al unísono, en una danza de lujuria que parecía no tener fin. La cama crujía bajo el peso de su amor furioso, y las paredes resonaban con sus gemidos, un eco de placer que se perdía en la noche. Lexa aumentó el ritmo, empujando a Clarke hacia el límite, cada movimiento era un asalto sensorial, cada empuje una promesa de éxtasis. Clarke gritó el nombre de Lexa, el sonido de su voz llenaba la habitación, un himno a su unión. Y en el momento culminante, cuando el mundo parecía desvanecerse y no había nada más que el placer, se fusionaron en un grito de éxtasis compartido, sus cuerpos temblorosos, sus corazones latiendo al unísono. Permanecieron así, envueltas en la cálida y reconfortante oscuridad de la noche, sus cuerpos entrelazados, sus almas unidas por una pasión que ningún tiempo, ninguna distancia podría romper. Cada respiración era un recuerdo del placer compartido, cada latido del corazón un recordatorio de su amor eterno. Y mientras la noche continuaba, siguieron explorándose, descubriéndose, perdiéndose la una en la otra, en un ciclo interminable de deseo y satisfacción, un ciclo que seguiría ardiendo por la eternidad.

The Grounders (Versión en Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora