Capítulo 46: Corazones en Conflicto

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La posada estaba en ebullición esa noche, un murmullo constante de voces y risas llenaba el aire denso de humo y olores a carne asada y cerveza especiada. Afuera, el viento invernal aullaba, pero en el interior todo era cálido, iluminado por las llamas titilantes de los braseros y las antorchas colgadas en las paredes. Guerreros y cazadores se preparaban para la gran fiesta del clan, un evento que marcaba el final de un ciclo y el comienzo de otro. Era una celebración sagrada, una noche en la que se rendía homenaje a los caídos, se renovaban los lazos y se forjaban nuevas alianzas. La tensión se mezclaba con la euforia, creando una atmósfera eléctrica.

Lexa avanzaba con paso decidido, intentando dominar el tumulto que sentía crecer dentro de sí. Tenía una tarea importante: elegir el atuendo para la velada, uno que no solo reflejara su papel de líder, sino que también lograra ocultar las emociones que llevaba días intentando reprimir. Su mente corría rápida, entrelazando pensamientos sobre el futuro del clan y sobre esa noche tan crucial. Sin embargo, había una sutil inquietud que no lograba quitarse de encima, una sensación indefinida que le pesaba en el pecho como una amenaza silenciosa.

Mientras bajaba las estrechas y gastadas escaleras del piso superior de la posada, el crujido de la madera bajo sus botas le recordaba cuán real era todo lo que estaba sucediendo. Entonces, de repente, el bullicio de las conversaciones y las risas a su alrededor pareció atenuarse, como si un velo invisible hubiera caído sobre el ambiente. Sus ojos fueron atraídos, casi en contra de su voluntad, hacia un punto preciso de la sala. Una figura familiar, un rostro que conocía demasiado bien.

Clarke.

El corazón de Lexa pareció detenerse por un interminable instante. No esperaba encontrarla allí, no en ese momento, no en esa noche. Y, sin embargo, ahí estaba: Clarke, cuya presencia siempre parecía llenar todo el espacio a su alrededor. Pero fue su sonrisa, esa misma sonrisa que en su día había ofrecido a Lexa en los momentos más difíciles, lo que la golpeó más que cualquier otra cosa. Era una sonrisa que transmitía calidez y consuelo, pero esa noche, para Lexa, se transformó en una afilada daga que desgarraba sin piedad las defensas que había erigido con el tiempo.

Por un instante, Lexa se detuvo, como paralizada. El resto del mundo se desvaneció, dejando solo a ella y a Clarke en ese mar de rostros indistintos. Cada pequeño detalle parecía amplificado: la forma en que Clarke inclinaba ligeramente la cabeza mientras hablaba, el suave sonido de su risa que se mezclaba con el susurro de las telas. Cada respiro, cada movimiento, cada gesto parecía cargado de significado. Era como si todo lo que habían vivido juntas, cada palabra no dicha, cada emoción reprimida, se concentrara en ese único momento.

Entonces, Lexa notó que Clarke no estaba sola. Junto a ella, una mujer de largos cabellos castaños y ojos vivaces reía, aparentemente cómoda con Clarke de una manera que desató algo feroz dentro de Lexa. Los celos la golpearon como una ola repentina e incontrolable, una emoción primitiva que intentaba reprimir, pero que se abría paso en su pecho, ardiendo como fuego. Su mirada se endureció, y sus ojos se encendieron con una llama que amenazaba con incinerar todo a su alrededor.

Clarke se dio cuenta de esa mirada. Por un instante, su expresión cambió. Lexa vio sus hombros tensarse, la ligereza de su sonrisa vacilar por un breve e imperceptible momento. Pero en lugar de apartar la mirada, Clarke la sostuvo con una calma que parecía desafiar la intensidad de Lexa. Sus ojos se encontraron en una batalla silenciosa, una danza de emociones no expresadas que hablaba más que mil palabras. No había necesidad de hablar: era un duelo de voluntades, combatido con la fuerza de las miradas. Ninguna de las dos estaba dispuesta a ceder terreno.

La respiración de Lexa se volvió más pesada, y se dio cuenta de que estaba al borde de ceder a la tentación de acercarse, de enfrentarla, de pedir explicaciones. Pero no podía permitírselo. No esa noche, no en ese lugar. Clarke estaba viviendo una vida que Lexa ya no podía reclamar como suya, y esa mujer junto a ella, con su risa dulce y despreocupada, era la prueba.

Y sin embargo, mientras sus miradas permanecían entrelazadas en un silencioso enfrentamiento, Lexa sentía el peso de todo lo que habían compartido, de todo lo que habían perdido. En ese momento, ya no eran guerreras, ya no eran líderes. Eran solo dos mujeres que se habían amado, herido, y ahora se encontraban en lados opuestos de un abismo que parecía imposible de superar.

La posada volvió a latir a su alrededor, el ruido y el movimiento regresaron a invadir el espacio, y Clarke, después de un largo momento, bajó la mirada. La sonrisa que poco antes iluminaba su rostro ahora parecía más apagada, más frágil. Lexa se giró sin decir una palabra, sintiendo una presión apretar su corazón.

Había perdido esa batalla, pero la guerra dentro de ella estaba lejos de haber terminado.

The Grounders (Versión en Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora