Clarke caminaba lentamente hacia el árbol, el lugar de encuentro con Lexa. El aire estaba impregnado de una tensión palpable, una sensación de espera que le hacía difícil incluso respirar. Mientras avanzaba, sus pasos eran ligeros, casi flotantes, como si el peso del mundo se hubiera concentrado en ella en ese momento. Cada paso era un latido del corazón, un llamado silencioso hacia Lexa que sabía que encontraría allí, en ese claro, donde el viento susurraba secretos antiguos entre las hojas de los árboles.
Al llegar al árbol, Clarke vio a Lexa sentada con la espalda apoyada en el tronco, los ojos fijos en el horizonte. Los rayos del sol del atardecer pintaban sombras danzantes en su rostro, acentuando la profundidad de su mirada. Lexa parecía una estatua, inmóvil, pero Clarke sabía que detrás de esa aparente tranquilidad se escondía un torbellino de emociones.
Se acercó en silencio, sin querer interrumpir los pensamientos de Lexa. Había algo sagrado en ese momento, una quietud que no quería romper con palabras superfluas. Se sentó junto a ella, apenas al lado de Lexa. El contacto era leve, pero suficiente para crear un puente entre sus almas atormentadas.
Lexa no dijo una palabra, pero su presencia era un consuelo silencioso. Sus ojos permanecieron fijos en el horizonte, pero Clarke podía percibir el pequeño cambio en su respiración, una señal de que había notado su presencia. Una leve sonrisa apareció en los labios de Lexa, una sonrisa que no alcanzó completamente sus ojos, pero que era, no obstante, una señal de reconocimiento y de aceptación.
Durante un largo momento, el silencio fue el único lenguaje entre ellas. Clarke sentía el corazón de Lexa latir junto al suyo, un ritmo lento y constante que le daba una sensación de paz, aunque fuera temporal. Sus almas se hablaban en un lenguaje que iba más allá de las palabras, un lenguaje hecho de miradas, de silencios, de pequeños gestos.
La tensión en el aire era palpable, una mezcla de angustia y esperanza. Clarke sabía que Lexa llevaba una carga enorme sobre sus hombros, un fardo de secretos y responsabilidades que no podía compartir. Cada respiro de Lexa parecía cargado de un dolor invisible, un sufrimiento que no podía expresarse con palabras humanas.
Clarke deseaba desesperadamente aliviar ese peso, compartir esa carga, pero sabía que Lexa era una fortaleza inexpugnable, construida sobre años de luchas y sacrificios. Sentía el amor que tenía por Lexa crecer dentro de sí, un amor que era al mismo tiempo una bendición y una maldición. Era su refugio seguro en medio de la tormenta, pero esa tormenta no era algo que pudiera disipar con su mera presencia.
Las manos de Clarke temblaban ligeramente mientras las posaba sobre la tierra fría, sintiendo el latido del corazón de la naturaleza bajo ella. Su mente era un torbellino de pensamientos, un caos de emociones que trataba de ordenar. Deseaba hablar, decir algo que pudiera romper ese silencio opresivo, pero cada palabra le parecía insuficiente, vacía.
Al final, fue Lexa quien rompió el silencio, con un susurro que apenas era audible. "Hay tanto que quisiera decirte, Clarke". Su voz era un eco lejano, una nota triste en una melodía incompleta. "Pronto tendré que cumplir con mis deberes, tomar decisiones por mi cuenta".
Clarke sintió que un nudo se formaba en su garganta. Las palabras de Lexa eran como una cuchilla afilada que cortaba a través del velo de su intimidad. Sabía que Lexa llevaba dentro de sí oscuros secretos, cosas que no podía compartir ni siquiera con ella, la persona que más amaba y que más deseaba proteger.
"Y yo estoy aquí, contigo", respondió Clarke, su voz temblorosa pero firme. "No importa lo difícil que sea, no importa cuánto tengas que luchar sola, yo siempre estaré aquí para ti".
Lexa se volvió lentamente hacia Clarke, sus ojos verdes llenos de una tristeza profunda, casi insondable. "A veces, Clarke, me pregunto si esto alguna vez será suficiente. Si mi presencia, mis decisiones, harán alguna vez la diferencia que deseo. Tengo miedo, miedo de fracasar, miedo de perderte".
El corazón de Clarke se rompió un poco más con cada palabra que salía de la boca de Lexa. Su angustia era palpable, un peso que parecía aplastar a ambas. Quería abrazarla, sostenerla fuerte, pero sabía que Lexa tenía que enfrentar sus miedos sola, por más doloroso que fuera para ambas.
"No tienes que ser perfecta", dijo Clarke, su voz un susurro cargado de emoción. "Solo tienes que ser tú misma. Y yo te amaré por eso, a pesar de todo".
El sol comenzaba a ponerse, arrojando largas sombras sobre el claro. El crepúsculo traía consigo una sensación de final inminente, pero también una promesa de un nuevo comienzo. Lexa cerró los ojos, dejando que las palabras de Clarke la envolvieran como una manta cálida.
Por un momento, pareció que el tiempo se había detenido. El viento dejó de soplar, los árboles dejaron de susurrar. Solo quedaba el latido sincronizado de sus corazones, una armonía perfecta en un mundo por lo demás disonante.
Cuando Lexa abrió los ojos de nuevo, había una determinación en su mirada, una fuerza que Clarke podía percibir bajo su piel. "Gracias", murmuró Lexa, su voz cargada de gratitud y de dolor. "Gracias por estar aquí, por ser mi refugio".
Clarke sintió que las lágrimas llenaban sus ojos, pero las contuvo. No quería que Lexa viera lo frágil que era en ese momento. En cambio, tomó su mano, apretándola con fuerza, como para transferirle parte de su fuerza.
"No tienes que darme las gracias", respondió Clarke. "Estoy aquí porque te amo, Lexa. Y eso nunca cambiará".
Sus manos permanecieron entrelazadas mientras el cielo se teñía de rojo y oro. Cada momento que pasaban juntas era un regalo precioso, una tregua en su batalla incesante contra el mundo. Clarke sabía que había muchas cosas que Lexa no podía decirle, muchos secretos que permanecían ocultos en la oscuridad. Pero en ese momento, nada de eso importaba.
Sabía que su camino sería difícil, que habría días de dolor y de pérdida. Pero también sabía que, mientras se tuvieran la una a la otra, encontrarían la manera de seguir adelante. Clarke miró a Lexa y se dio cuenta de que no importaba cuán oscuro fuera el futuro. Mientras estuvieran juntas, siempre habría esperanza, una luz que brillaba en la oscuridad.
Y así permanecieron allí, bajo el árbol, con las manos entrelazadas, mientras la noche caía en silencio. La presencia de Clarke era el faro de Lexa en la oscuridad, y la fuerza de Lexa era el escudo de Clarke contra las tormentas. Juntas, enfrentarían todo lo que el destino tuviera reservado para ellas, fuertes en su unión, indisolubles en su amor.
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The Grounders (Versión en Español)
أدب الهواةEn una época de tumultuosos cambios en la Tierra, dos pueblos se enfrentan en una guerra sin cuartel: los fieros Grounders y el Pueblo del Cielo. En el torbellino de este conflicto interminable, destacan dos figuras destinadas a cambiar el curso de...