Capítulo 28: La Sombra de la Discordia

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En la calma perturbada del amanecer, una voz llegó a Lexa, Señora de la Guerra de los Trikru, trayendo noticias inquietantes desde la torre del consejo de su pueblo. Las palabras estaban impregnadas de preocupación y traición, revelando acciones de Clarke Griffin que el consejo ya no podía tolerar. La misión de Lexa, ardua y larga, había llegado finalmente a su epílogo. Había conquistado casi toda el área circundante, pero esa victoria se sentía vacía, sofocada por el cansancio y la falta de esperanza.

El sol bajo revelaba figuras oscuras en el horizonte: los ejércitos del Pueblo del Cielo avanzaban, una ola implacable de soldados que amenazaba con arrasar lo que quedaba de las fuerzas de Lexa. Su llegada confirmaba los peores temores de Lexa, demostrando que los rumores sobre la traición de Clarke eran más que simples susurros. La alianza entre sus pueblos, un frágil equilibrio entre la paz y la guerra, parecía estar a punto de romperse en mil pedazos.

Lexa sintió el peso de la traición gravar sobre su corazón, pero no era el momento para vacilaciones. Tomó de nuevo su espada y escudo, el sonido del metal un ruido familiar y reconfortante. La determinación ardía en su interior mientras se preparaba para luchar, consciente de que su destino podía exigir destruir también al ejército de Clarke. Su mente, sin embargo, se retorcía en busca de respuestas: ¿por qué Clarke la había traicionado? ¿Era realmente todo un engaño orquestado por el consejo?

Mientras tanto, Clarke avanzaba a través de un paisaje devastado, los rastros de la furia de Lexa visibles por todas partes. Cuerpos sin vida, ruinas humeantes y el miasma de la muerte se mezclaban con el viento, confirmando lo que el consejo le había informado: Lexa había decidido abrazar la violencia como medio de resolución. Sus manos temblaban, no por miedo, sino por rabia y desilusión. Clarke estaba decidida a detener esta masacre, a cualquier costo.

El consejo la había advertido, sosteniendo que Lexa ya no podía ser considerada una aliada. Las acciones de Lexa habían sido pintadas como actos de pura brutalidad, una guerra personal contra todo lo que Clarke había tratado de construir. Clarke sentía el peso de la responsabilidad, el deber de intervenir para poner fin a la carnicería. Su mente estaba tan afilada como su espada, lista para erradicar cualquier rastro de violencia.

Los enfrentamientos entre los ejércitos se volvieron intensos y feroces, con sonidos de armas chocando y gritos de dolor que resonaban en el aire. Los soldados de Lexa, aunque agotados, luchaban con una ferocidad indomable, impulsados por su lealtad hacia su comandante. Las tropas de Clarke, frescas y bien equipadas, avanzaban con una determinación gélida, reflejo del mando inflexible de su líder.

A lo largo del campo de batalla, los pensamientos de Lexa y Clarke se entrelazaban en una danza de arrepentimientos y resoluciones. Lexa, aunque cansada, no podía ignorar la conciencia de que Clarke había sido manipulada por el consejo. Sentía el peso de la traición no solo de parte de Clarke, sino también de su propio pueblo. Cada golpe que lanzaba era un grito de desafío contra un destino que no había elegido.

Clarke, por su parte, veía la destrucción y el dolor como prueba de la locura que había tomado a Lexa. Cada paso hacia el corazón de la batalla era un paso hacia la verdad, una verdad que podría destruir todo lo que habían construido juntas. Las palabras del consejo resonaban en sus oídos, una advertencia constante que la empujaba a detener a Lexa.

Y así, el campo de batalla se transformó en un teatro de sangrienta resolución, donde dos pueblos que una vez fueron aliados se enfrentaron con una furia que solo la traición y la desilusión podían generar. Cada soldado caído, cada vida rota, era un tributo a la crueldad de la guerra y a la fragilidad de las alianzas.

Las fuerzas de Clarke avanzaban, empujando lentamente a las de Lexa, pero la victoria tenía un sabor amargo. Clarke no encontró satisfacción en prevalecer, solo un vacío que la consumía mientras veía el rostro de su enemigo y aliado reflejado en los cuerpos esparcidos por el campo. Lexa, en el corazón del conflicto, luchaba no solo por la supervivencia de su pueblo, sino por la redención de su alma, un alma desgarrada por la certeza de que el consejo había manipulado a Clarke contra ella.

El epílogo de esta batalla no fue un triunfo, sino una sombra persistente de discordia y traición. Las dos mujeres, una vez unidas por un sueño común, ahora estaban divididas por un abismo de incomprensiones y engaños. La guerra entre sus pueblos era solo el reflejo de una guerra más profunda, una batalla por la verdad y la justicia en un mundo marcado por la desolación y el dolor.

The Grounders (Versión en Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora