Capítulo 38: La Torre de las Sombras

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El cielo de Polis estaba cubierto por nubes amenazantes, una capa de gris que parecía reflejar el tumulto que se agitaba en los corazones de los dos líderes. Clarke Griffin, ya una figura autoritaria entre su gente, avanzaba con paso decidido hacia la Torre del Comandante, la imponente fortaleza que se erigía como símbolo del poder de Lexa. Había pasado mucho tiempo desde que sus caminos se separaron, pero Clarke aún sentía el peso de aquella despedida, un peso que llevaba consigo cada día.

Los muros de la torre eran fríos y húmedos, como el hielo que envolvía el corazón de Clarke mientras se acercaba a la sala del trono. El consejo le había advertido que encontraría una Lexa diferente, una Lexa que había abrazado el poder con tal ferocidad que se había transformado en una leyenda entre sus propios súbditos. Clarke había escuchado con atención las historias de las conquistas de Lexa, de sus fiestas desenfrenadas y de las mujeres que la rodeaban. Pero no eran los rumores los que la habían perturbado, sino el pensamiento de que Lexa realmente hubiera cambiado al punto de olvidar lo que las había unido.

Cuando Clarke entró en la sala, quedó impactada por la vastedad del espacio, iluminado solo por la tenue luz de las antorchas que colgaban de las paredes. Lexa estaba sentada en su trono de huesos, una imagen de frialdad y poder. Sus ojos, que alguna vez estuvieron llenos de emoción, ahora estaban fijos en Clarke con una expresión impasible. El silencio entre ellas era como una hoja afilada, lista para cortar el velo del pasado que las separaba.

"Clarke," dijo Lexa, su voz tan fría como el viento que soplaba fuera de la torre. "No te esperaba aquí."

Clarke la miró, buscando en su mirada rastros de la mujer que había amado. Pero todo lo que vio fue una máscara de indiferencia, un rostro esculpido por el sufrimiento y el poder. "No estoy aquí por placer," respondió Clarke, con una firmeza que ocultaba su vulnerabilidad. "Estoy aquí para hablar de paz."

Un destello de ira cruzó el rostro de Lexa, pero fue rápidamente sustituido por una expresión controlada. "Hablas de paz, pero has venido en guerra," replicó Lexa. "Has traído a tu gente contra nosotros, contra mí. Y ahora, solo porque has decidido regresar, ¿crees que todo puede ser olvidado?"

Clarke se tensó. "No estoy aquí para olvidar, Lexa. Estoy aquí para buscar una solución. Demasiada sangre ha sido derramada, y debemos encontrar una manera de detenerlo."

Pero Lexa no parecía interesada en la propuesta. Sus ojos eran fríos, su mirada dura. "La paz tiene un precio, Clarke. Y ya lo has pagado dejándome. No veo por qué debería aceptar tu regreso ahora, después de todo este tiempo."

El corazón de Clarke se encogió en su pecho. No era solo la guerra lo que las separaba, sino también un abismo de emociones no dichas, de heridas aún abiertas. Pero sabía que no podía ceder. "No he vuelto para pedirte perdón," dijo Clarke, con voz firme. "He vuelto porque debemos hacer lo correcto para nuestro pueblo."

Lexa permaneció en silencio durante un largo momento, su mirada fija en Clarke. Luego, lentamente, se levantó del trono y se acercó a ella, sus rostros a pocos centímetros de distancia. "¿Nuestro pueblo, Clarke? ¿O solo es tu pueblo el que te interesa?"

Clarke sintió la tensión crecer entre ellas, un nudo apretado que amenazaba con asfixiarlas a ambas. Pero no podía permitirse ceder a la provocación. "Ya no soy la chica que conociste, Lexa. Y tú tampoco eres la misma. Pero si aún hay una parte de ti que desea la paz, debemos trabajar juntas."

Lexa la miró intensamente, como si estuviera buscando algo en su rostro, algo que tal vez había perdido hace mucho tiempo. Pero en lugar de responder, se dio la vuelta y regresó a su trono, su manto negro arrastrándose por el suelo como una sombra. "No decidiré nada hoy," dijo fríamente. "Volveremos a hablar de esto mañana. Pero no esperes que olvide lo que hiciste."

Clarke asintió lentamente, consciente de que esa sería una larga batalla, una batalla no solo entre ejércitos, sino entre sus corazones. Se dio la vuelta para salir de la sala, pero las palabras de Lexa la detuvieron en la puerta.

"Y Clarke," dijo Lexa, su voz ahora más baja, casi un susurro, "ni siquiera por un momento pienses que ya no te conozco."

Clarke se detuvo, sin volverse. Luego salió de la habitación, sintiendo el peso de esas palabras hundirse en su corazón. El camino hacia la paz sería largo y doloroso, y Clarke no podía hacer más que esperar que, al final, el precio no fuera demasiado alto a pagar.

The Grounders (Versión en Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora