Capítulo 50: El Baile de los Arrepentimientos: Cenizas del Pasado

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Después de haber terminado las ceremonias, finalmente Lexa era libre de unirse a los festejos, consciente de que desde ese momento los festejos incluían también al pueblo del cielo, lista para reencontrarse con Clarke. Pero en aquella taberna abarrotada, el aire estaba cargado de tensión, casi asfixiante. Cada risa, cada susurro parecía resonar en la distancia, como a través de una cortina densa y opresiva. Su corazón latía con una intensidad que parecía desgarrarle el pecho, mientras sus ojos permanecían fijos en Clarke, al otro lado de la habitación. Era una visión que ardía en sus ojos, un fuego que la consumía por dentro.

Lexa sentía el calor palpitar en sus venas, el deseo abrirse paso con una furia incontrolable. Ya no había rastro de su compostura, de su legendaria disciplina. Frente a Clarke, cada defensa se derrumbaba, dejando espacio a una vulnerabilidad cruda, casi bestial. Su mirada se aferraba al cuerpo de Clarke como un depredador que no podía apartar los ojos de su presa. La figura sinuosa de Clarke, envuelta en un vestido que abrazaba las curvas de su cuerpo con una perfección casi cruel, parecía estar allí para tentarla, para atormentarla.

Cada movimiento de Clarke era calculado, consciente, una exhibición de gracia y poder que hablaba directamente a la carne de Lexa. La mujer que estaba al lado de Clarke, con esa sonrisa demasiado brillante, ese toque demasiado íntimo, era un insulto, una advertencia que Lexa no podía ignorar. Cada risa que salía de los labios de Clarke era como una mordida en la piel desnuda de Lexa, una agonía dulce y lenta. Los músculos de su cuerpo se tensaban en respuesta a esa vista, los dedos apretando el vaso hasta blanquearle los nudillos.

Clarke se movía entre la multitud como una sombra sensual, cada gesto era una invitación no dicha, cada sonrisa una provocación. Lexa seguía cada uno de sus pasos, el deseo y los celos mezclándose en una tormenta dentro de ella. Su respiración se volvía irregular, la sangre palpitando en sus sienes, mientras Clarke se giraba una vez más hacia ella, dejando que sus miradas se encontraran, cargadas de una tensión palpable, casi carnal.

La danza de Clarke comenzó lentamente, sus movimientos calculados y sensuales, su cuerpo balanceándose al ritmo de la música con una gracia que Lexa recordaba demasiado bien. Cada curva, cada línea de su cuerpo parecía gritar seducción, un llamado primitivo que hacía vibrar algo profundo e incontrolable dentro de Lexa. Clarke sabía lo que estaba haciendo. Sus ojos se encontraban de nuevo, y en esa mirada estaba todo: pasión, rabia, deseo.

Clarke jugaba con ese fuego, acercándose y luego alejándose, rozando a la mujer a su lado como si fuera una demostración deliberada, un desafío. Cada caricia entre ellas era como una daga que cortaba la carne de Lexa, un llamado desgarrador a la piel que anhelaba tocar a Clarke, sentirla bajo sus dedos una vez más. La manera en que Clarke echaba la cabeza hacia atrás, descubriendo el cuello pálido y tentador, era un gesto que hablaba directamente a los deseos más oscuros de Lexa, esos que había intentado enterrar, pero que ahora resurgían como una ola irresistible.

La habitación parecía desvanecerse a su alrededor, la multitud disolverse, dejando solo a las dos en una danza silenciosa hecha de miradas y movimientos sutiles. La tensión erótica entre ellas era casi insoportable, un hilo tensado hasta romperse. Lexa casi podía sentir la piel de Clarke bajo sus dedos, cálida y suave, mientras el deseo ardía dentro de ella, convirtiéndose en una necesidad física, primitiva.

Clarke seguía moviéndose con una gracia hipnótica, sus caderas balanceándose de manera provocadora, su pecho elevándose ligeramente con cada respiración profunda, mientras el sudor comenzaba a brillar en su piel. Cada centímetro de ella parecía creado para tentar a Lexa, para atraerla a una espiral de deseo que se volvía cada vez más imposible de controlar. Y cuando Clarke finalmente le lanzó una mirada, una de esas que parecían penetrarla, Lexa comprendió que esa danza no era solo una provocación. Era un ritual, un acto de reconquista.

El deseo palpitaba en el aire como una ola invisible. La segunda parte de la velada, después del cambio de vestuario, Lexa, presa de los celos, bajó a la pista de baile. Clarke se acercó, casi imperceptiblemente, sus cuerpos ahora a unos pocos pasos de distancia. El olor de ella, dulce y salvaje, llegaba a las fosas nasales de Lexa, un aroma que evocaba recuerdos de noches pasadas, de cuerpos entrelazados y suspiros ahogados. El pecho de Lexa subía y bajaba irregularmente, su corazón latiendo en la garganta mientras Clarke se movía de esa manera lánguida, sensual, sus miradas nunca separándose. Era como si cada fibra del cuerpo de Clarke hablara directamente a su piel, un lenguaje secreto hecho de calor, de tensión muscular, de promesas no dichas.

Entonces, en un instante que pareció durar una eternidad, Clarke se detuvo. Su mirada era un cuchillo afilado, cargado de rabia y deseo. Lexa contuvo la respiración, incapaz de moverse, incapaz de resistir esa atracción que aún las unía, a pesar de todo. Clarke la miraba como si quisiera devorar la distancia entre ellas, como si el peso del pasado fuera un arma que blandía con ferocidad. Cada mirada, cada respiro era un golpe al corazón de Lexa, un recordatorio de lo que ya no podía tener, pero que deseaba con una violencia que le ardía por dentro.

La danza terminó con una última mirada cortante. Clarke se dio la vuelta, desapareciendo entre la multitud sin una palabra, dejando a Lexa allí, rota y hambrienta, su cuerpo tenso como una cuerda a punto de romperse. El deseo no resuelto palpitaba en cada músculo, cada fibra de ella gritaba por Clarke, por su toque, por su respiración contra la piel. Pero todo lo que quedó fue el vacío, el peso de lo que había perdido y que nunca más podría recuperar.

The Grounders (Versión en Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora